Tacleando al árbitro
27 de julio de 2011
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Aristóteles se admira de la sucesión de la noche al día y del invierno a la primavera. Su prosa casi canta, alabando ese orden y esa regularidad que revelan una ley natural. Eso en sus textos sobre astronomía. En cambio sus frases se ensombrecen y se enredan con advertencias, en sus textos sobre la sucesión del poder humano.
¿Cómo algunos pueden ceder el poder para que otros lo ocupen? Es decir: ¿cómo logarlo, pacíficamente?
El filósofo empieza por advertir que no existe un método natural para ello. Que cada método tiene un tanto, o un mucho, de arbitrario, por lo tanto de injusto. Sin embargo, la regla de oro para que cualquier método de sucesión resulte benéfico, consiste en que sea un método aceptado por todos los que aspiran al poder. Y eso previamente a que compitan por el poder.
De faltar ese acuerdo previo, ninguna sucesión será venturosa. Sea quien sea el ganador, exigirá su ganancia; pierda quien pierda, intentará confiscársela. Y la sociedad se disociará.
Lo sabemos de sobra los mexicanos. La tercera elección democrática en nuestro país terminó en la discordia. El candidato de la izquierda acusó al árbitro de favorecer al candidato del PAN; sus simpatizantes tomaron la avenida central de la capital del país; el Presidente (i)legítimo (léase con la i o sin, según la simpatía política) intentó unir a la sociedad disociada con una guerra contra el crimen organizado; las partes de la nación quebrada no han dejado de enfrentarse, sea en asuntos pequeños o grandes, y las reformas necesarias para la mayor eficacia del gobierno no han sido posibles por la incapacidad de pactar de los partidos políticos.
Discordia llama Aristóteles al estado de cosas en que nadie pacta con nadie, ninguno acuerda con su vecino, cada cual busca ventajas exageradas para los suyos y vigila al prójimo para impedirle la bonanza; y como del bien común nadie se ocupa, el bien común se agosta.
Alarma entonces lo que ahora ocurre con el IFE actual, que será el árbitro de la cuarta elección supuestamente limpia de nuestra historia. Desde ahora se le embate por varios flancos y se duda de su autoridad. Y alarma la réplica de los consejeros del IFE, que lejos de estar sabiendo cómo convencer de sus razones a la sociedad, se han aislado y se han atribuido a sí mismos más y más áreas de control.
Por un flanco un grupo de conocidos intelectuales han impugnado al IFE. El IFE prohibió a particulares la compra de espacios en televisión y radio para divulgar ideas políticas; los intelectuales juzgan que la prohibición viola el derecho a la libre expresión. Y el IFE, por razones misteriosas, no ha querido responder lo evidente. En el pasado, dado el costo millonario de los espacios mediáticos, sólo grupos empresariales han usado ese privilegio, y para apoyar al partido político de su predilección, y quién sabe a cambio de qué prebendas.
Por otro flanco las radiodifusoras y televisoras privadas son las que se inconforman con el IFE. El IFE ha publicado un nuevo reglamento para la difusión de spots, que ellos consideran inaplicable. Hay que leer con cuidado sus reclamos, porque refieren al aspecto técnico de las telecomunicaciones.
El tiempo que el IFE ordena para difundir los anuncios, luego de recibirlos, es insuficiente, dicen. El número de anuncios y su variedad vuelve imposible la operación práctica de su difusión. La recepción de los anuncios sería por internet, cuando una parte de los medios no tiene instalado ese medio de recepción.
En suma, las radiodifusoras y las televisoras afirman que el IFE está mandando algo que no se podrá cumplir.
También acá el IFE aprieta los labios y no contraargumenta de forma convincente, sino que envía el problema al Tribunal Electoral del Poder Judicial. Se equivoca en ello: si las objeciones derivan de condiciones materiales, le convendría un estudio de las mismas y la disposición a cambiar sus reglas, si son imposibles, o aun difíciles.
Añádanse otros propósitos polémicos –o imposibles– de este IFE. En medio de una sociedad enferma de corrupción, ha prohibido las campañas negativas, queriendo obligar a una cordialidad civil artificial y que impedirá uno de los beneficios importantes de la competencia electoral: que los opositores se escudriñen entre sí, obligándose unos a otros a purgar sus males. Igual se ha decidido a controlar la emisión de opiniones políticas en los programas de opinión política (!!). Y por fin se ha decidido a controlar la propaganda partidista en el espacio virtual, donde sólo la dictadura china ha logrado un control –y con grietas–.
Necesitamos una tregua. Un respiro en las hostilidades. Un cambio de disposición en el IFE para convencer con razones a la sociedad y a los contendientes; aún para retractarse de órdenes imposibles de acatar o de discutible virtud. Y un pacto de los partidos, los medios de comunicación y la sociedad, para en correspondencia fortalecer la autoridad del IFE.
¿Es posible? ¿Ni siquiera atendiendo a su interés común los políticos y los consejeros del IFE lograrán ese pacto?
Entonces preparémonos para un gran y dispendioso relajo en el 2012. En el partido climático de la democracia, la elección de Presidente de la República, habrá un árbitro que silba y silba y silba, sin que los competidores dejen de arremeter unos contra los otros, y contra el árbitro mismo.
El final es igual de adivinable: cuando el árbitro, lleno de vendas, desorejado y con una pierna quebrada, declare al vencedor, los perdedores lo desconocerán y seguirán pateándose.
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