Homozapping
Las decepcionantes elecciones
Jorge Meléndez Preciado
Si a ello le agregamos el desprecio gubernamental por dos asuntos que vulneraron los derechos humanos: Tlatlaya y el caso de los 43 normalistas de Ayotzinapa, la situación de desconfianza aumentó.
Súmele que los partidos políticos son pandillas o están poblados por familiares. Según la especialista María Marván: “en ningún partido hubo proceso de selección democrático, sino que fueron designaciones cupulares” (La Jornada, 30 de marzo).
Ante dicho panorama, hay desánimo social y una posible gran abstención, la cual puede llegar a ser del 70 por ciento de inscritos en el INE (83 millones 584, 484 ciudadanos) para el actual proceso. Y es que cíclicamente, en las elecciones intermedias la cifra ronda el 60 por ciento. Aunque en ciertos lugares, Ciudad Juárez, Chihuahua, fue del 75 por ciento, en Iguala de 70 por ciento y en Acapulco de 74 por ciento (todos en 2009). Año conflictivo.
Actualmente, por cierto, tenemos amenazas que en Guerrero, Oaxaca, Michoacán y algunas zonas importantes de Tamaulipas no habrá procesos claros, transparentes. En los tres primeros estados debido al movimiento magisterial y a la situación extrema en Acapulco- el segundo lugar de violencia en el orbe- y al narcotráfico que predomina en el norte del país.
Según la última encuesta de Parametría (El Financiero, 30 de marzo), al PRI se le atribuye 18 por ciento del voto duro- los que tradicionalmente sufragan por dicho instituto-, al PAN el 15 por ciento, al PRD el 6 por ciento y el 5 por ciento a las otras formaciones. El 47 por ciento dice que no está de acuerdo con ninguno de los partidos o no votará. Por lo tanto, los casi 20 mil millones de pesos que se erogarán para la antes llamada fiesta cívica no servirá de mucho. Si además le agregamos unos 16 mil millones de pesos que se podrían gastar en propaganda elemental, el derroche de recursos es una ofensa en tiempos de crisis.
En la investigación referida, además, hay dos preguntas importantes. Al inquirirles si se habían enterado de las candidaturas de Cuauhtémoc Blanco, Carmen Salinas y el payaso Lagrimita (Guillermo Cienfuegos), el 70 por ciento dijo que sí. Pero al preguntarles que si estaban de acuerdo con los mencionados, el 62 por ciento los desaprobó. Por lo tanto, a ni eso da hacer cuando menos atractivos los comicios.
Tal vez por eso el presidente consejero del INE, Lorenzo Córdova afirmó que “las elecciones no van a resolver los problemas que aquejan al país” (La Jornada, 30 de marzo), lo cual es cierto, pero ni siquiera, añadimos, interesarán a la inmensa mayoría de los nacionales.
Tiene razón el controvertido Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre: al PRI le “ira mal” en este año (El Universal, 31 de marzo). Lo señala a pesar de que su mamá, Guillermina de la Torre y su hermana, Norma, son candidatas por el tricolor. Aunque sabe claramente que la falta de estructura, los escándalos como el de la Casa Blanca de Peña Nieto y la de Malinalco de Luis Videgaray y la pelea interna, en la cual el mismo Cuauhtémoc está inmerso, harán que muchos de los que antaño daban su cuota y su voto al partidazo, ahora se abstengan.
La crisis económica que se profundiza, los estallidos sociales que no faltan y no se resuelven (San Quintín luego de decenas de jornadas), la falta de apoyos a los que antes se dejaban conducir (el fracaso de Sedesol está documentado) y el desprestigio evidente de los políticos y la política hacen que la situación se vea catastrófica.
Tenemos, por si algo faltara, cada vez un grupo más creciente- aunque heterogéneo- que llama a boicotear o rechazar las elecciones. El cual si es inteligente y sabe hacer política, deberá unirse para ir con una sola consiga el 7 de junio: romper las boletas, repudiar a la partidocracia escribiéndolo en la papeleta o inscribir un lema acerca de los 43 y los más de 25 mil desaparecidos en México.
La situación, pues, en el caso de las elecciones mexicanas que vienen, puede ser un quiebre, ya que como dice Álvaro Arreola: “Hemos pasado de la gran apuesta de la transición a la democracia hacia una precarización de la democracia” (La Jornada, 31 de marzo)
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