¡¡Exijamos lo Imposible!!
Proceso
¡Ya bájenle!
Tras su muy sentido fallecimiento, ocurrido el 16 de octubre de 2011,
Miguel Ángel Granados Chapa nos legó un invaluable cúmulo de análisis
críticos, rigurosamente documentados, acerca de los poderes fácticos y
sus mecánicas torcidas. Colaborador fundamental de Proceso a través de
su Interés Público, el periodista escribió en noviembre de 2009 el
artículo que reproducimos a continuación, en el cual revelaba un
circuito de componendas entre priistas y panistas. Un personaje llamó su
atención entonces, el diputado Luis Videgaray actual secretario de
Hacienda, por su singular manera de especular políticamente con los
dineros públicos…
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Entre el
momento en que se escriben estas líneas y el que las tenga el lector en
sus manos transcurren las horas decisivas para la aprobación del
Presupuesto de Egresos de la Federación. Tras lo ocurrido con la Ley de
Ingresos no cabe lugar para la esperanza ciudadana. Con la mayor
insolencia, los poderes fácticos mostraron su capacidad para controlar
al Congreso. Cuando una Cámara fallaba, se operaban los mecanismos
correctivos necesarios, y el resultado final fue el delineado con
anticipación. Por eso resultó lo que resultó…
Entre los poderes
fácticos, como suele llamarse a los grandes consorcios, que no se
limitan a cabildear, sino que cuentan con su propia representación
parlamentaria, directa, incluyo a los gobernadores. Aunque son titulares
de un poder, de carácter local, en la aprobación de los instrumentos
que rigen las finanzas públicas actúan como factores de presión, ejercen
poder de hecho, más allá del que les confieren las leyes. Actuaron con
eficacia a la hora de establecer los montos de dinero que recaudará el
gobierno federal, y en los últimos días se les ha visto en San Lázaro
buscando la traducción de ese esfuerzo al plan de gastos, donde esperan
contar no sólo con los ingresos participables que ya consiguieron, sino
con partidas específicas para sus administraciones.
Siempre
necesitados de dinero, los gobernadores de las entidades donde hubo
elecciones el año pasado lo reclaman premiosamente, pues de su volumen
depende en amplia medida la conservación del gobierno para su partido.
Cuando mucho, en el régimen del autoritarismo priista los gobernadores
eran virreyes cuando no simples empleados del presidente, quien podía
ponerlos y quitarlos a voluntad, salvo excepciones que confirman la
regla. Con la alternancia –falsa alternancia porque en realidad sólo
hubo nuevas siglas en el poder–, los titulares del Poder Ejecutivo local
pasaron a ser reyezuelos. Como tales se comportaron ante los diputados.
Primero muy formales, acudían a la Comisión de Presupuesto, encabezada
por el representante de uno de ellos (Luis Videgaray, personero de
Enrique Peña Nieto), y luego se dedicaban al jolgorio, ya sea en las
oficinas de la coordinación partidista, ya en los patios, corredores y
jardines del Palacio Legislativo, donde pequeñas multitudes, acaso
acarreadas, los cortejaban y aplaudían, para culminar la jornada bajo
elegantes carpas disfrutando de viandas suculentas, menos ciertamente
que las servidas en sus propias y pantagruélicas reuniones en sus sedes
de gobierno.
Como hicieron al preparar los dictámenes de la Ley de
Ingresos, las bancadas del PAN y el PRI llegarán a un acuerdo y sobre
la marcha dirimirán las desavenencias que acaso surjan pero que son
resolubles. Con mayor desdén que en la etapa previa, marginarán a los
partidos restantes, incluido el PRD que, por el bajo número de sus
triunfos del 5 de julio, suele ser incluido entre los partidos chicos,
condenado por eso a no ser oído. Alejandro Encinas tuvo que derramar un
sarcasmo amargo cuando pidió a priistas y blanquiazules que por favor lo
invitaran a su Cámara de Diputados, a él, que encabeza el grupo del
partido que obtuvo 12% de la votación y casi la misma proporción de
legisladores en San Lázaro. Los restantes partidos, menores aún, ni se
quejan: el Verde porque gana sin entrometerse, por su alianza con el PRI
y por el poderío que le da ser cobertura de la mayor parte de la
telebancada, y los demás porque no cuentan nunca.
El PRI y el PAN,
autores hipócritas del gran atraco que es la Ley de Ingresos –lo es por
lo que esquilma a la población empobrecida y por lo que regala a la
élite enriquecida–, que además mostraron mezquindad y renuencia al
pretender cargar al otro la paternidad del engendro fiscal, procederán
de la misma guisa a la hora de asignar el dinero que extraerán de los
raídos bolsillos de la gran masa de contribuyentes y no de las elegantes
carteras de piel importada. Repartirán el pastel desatendiendo
específicos reclamos ciudadanos. Uno de los más clamorosos, desarrollado
con las dos palabras de su consigna principal (que da título a esta
columna), fue expuesto con insistencia e ingenio pero desoído por los
legisladores.
¡Ya bájenle!, exigieron varias agrupaciones civiles.
Se referían al gasto electoral, al financiamiento de los partidos. No
se les escuchó, y los agrupamientos políticos seguirán gozando de
partidas crecientes, servidas a partir de una legislación a modo que,
dijeron, era necesario reformar para hacer legal la disminución
demandada por los ciudadanos.
Pero, aprobado el presupuesto, aún
hay modo de que los partidos “le bajen”. Si no fueron capaces de hacerlo
de modo formal, se me dirá, menos procederán voluntariamente, y por lo
tanto es candoroso plantear alguna modalidad que redunde en bien de la
sociedad (y de paso elimine o aminore uno de los motivos de las
querellas internas en no pocos partidos). De varios modos los partidos
pueden gastar menos dinero del autorizado o canalizar el que ponga a su
disposición el IFE hacia tareas o propósitos que revelen una gana de
sintonizarse con la sociedad, que canjeará esa disposición por votos en
las próximas elecciones locales, abundantes el año próximo. Dicho de
otra manera, los ciudadanos pueden presionar a los partidos si son ahora
ellos los que prometen, y cumplen, es decir, si ofrecen sus votos a los
partidos que renuncien voluntariamente a por lo menos una cuarta parte
de sus ingresos formales.
En 1996, cuando por primera vez se
financió con grandes sumas a los partidos, para compensar la disminución
de recursos que afectaría a un PRI que dejaría de ser patrocinado
subrepticiamente por el gobierno, el PAN y el PRD reaccionaron de un
modo que podría reproducirse ahora. Dirigían esos partidos dos jóvenes
políticos a los que el destino enfrentaría en 2006 y hasta el fin de sus
días: Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador. Ambos convinieron
entonces en no aprovechar para sí la bonanza en que de pronto se
encontraron. El PAN resolvió devolver algunas de las ministraciones que
el IFE le otorgaba. Y el PRD, aunque las recibió todas, destinó su monto
a tres propósitos: editar libros gratuitos para la secundaria que la
Secretaría de Educación Pública objetó con razón porque ostentaban el
nombre del partido donante, lo que los convertía en objetos de
propaganda; asistir a las viudas y deudos en general de las víctimas del
salinismo en Guerrero y Michoacán; y ayudar a sobrevivir a los
migrantes que no podían cruzar a Estados Unidos y se quedaban varados en
la frontera.
Procedimientos semejantes y fines análogos podrían
plantearse ahora esos mismos y otros partidos, el PRI incluido, que no
puede alegar que necesita el dinero para sus campañas, ya que es notorio
el retorno de las viejas prácticas que lo financian desde los gobiernos
bajo su control. Que lo hagan no por altruismo sino por conveniencia,
para que los ciudadanos sufraguen por los que dejen de abusar del erario
y comprueben cómo lo hacen. Es un canje ventajoso. Propongo que lo
planteen las organizaciones que promovieron el “¡Ya bájenle!”. Veremos
que así pueden lograr su objetivo.
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