Homozapping
Esos necios del 68
(Primera Parte)
Argel Gómez Concheiro
-Acuérdate siempre de que eran más de tres mil y que los echaron al mar.
Luego se fue de bruces sobre los pergaminos, y murió con los ojos abiertos.
Gabriel García Márquez
Hubiera sido premonitoria si no fuera ya costumbrista la narración de la brutal represión que tuvo lugar en la estación de trenes de Macondo. Un año antes del agitado 1968, Gabriel García Márquez publicó su novela Cien años de soledad. En ella narra la gran huelga de trabajadores de la compañía bananera que concluyó con la masacre de miles de trabajadores a manos del ejército.
El único
sobreviviente, José Arcadio Segundo Buendía, despertó malherido a bordo
del tren que llevaba, en doscientos vagones atestados, a los
trabajadores muertos para ser arrojados al mar. Desde aquella noche —en
la que volvió a Macondo en medio de una lluvia que duraría más de cuatro
años— hasta su último respiro, guardó la memoria y enfrentó el olvido.
“La versión oficial, mil veces repetida y
machacada en todo el país por cuanto medio de divulgación encontró el
gobierno a su alcance, terminó por imponerse: no hubo muertos, los
trabajadores satisfechos habían vuelto con sus familias, y la compañía
bananera suspendía actividades mientras pasaba la lluvia”, dice García
Márquez desde su fatalismo memorable.
Pero los necios del 68, los
sobrevivientes de Tlatelolco, los Josés Arcadios Segundos del México
real, lograron, no sin dificultades, imponerse sobre la versión oficial.
A 45 años de distancia, resulta difícil encontrar a alguien que aún
repita las viejas descalificaciones contra el movimiento y las mentiras
que sostuvo el régimen priísta. Ha sido una larga lucha por la justicia y
contra el olvido, que inició en el mismo instante en que la gran
maquinaria de propaganda e información del movimiento estudiantil fue
apagada.
Desde el 3 de octubre, mientras los
periódicos ocultaban a coro lo que miles de personas presenciaron en la
Plaza de las Tres Culturas; mientras el gobierno seguía deteniendo
estudiantes y torturaba a algunos de ellos en el Campo militar número 1;
mientras decenas de familias buscaban a sus hijos en cárceles y
morgues, Elena Poniatowska se echó a andar con su libreta para escribir
el testimonio más importante y leído sobre el movimiento estudiantil y
la noche de Tlatelolco.
A la par del trabajo que realizaba
Elena, entre finales de 1968 y 1971, desde la marginalidad y en un
ambiente de zozobra, se publicaron algunos más, encabezando la lista de
los mas de 80 libros que a la fecha se han publicado sobre el 68
mexicano. Sobresalen de aquellos primeros años el libro de un profesor
comunista de la UNAM, Ramón Ramírez. En dos gruesos volúmenes compiló
una gran cantidad de documentos sobre el movimiento —manifiestos,
cartas, entrevistas— así como la primera cronología de los sucesos.
Pronto se volvió un referente obligado para todos los demás estudios,
aunque durante años estuvo agotado.
Para 1970 se editaron, de forma clandestina y bajo el sello de una inexistente Editorial Estudiantes, los libros Los procesos de México 68 y Tiempos de hablar,
donde se dieron a conocer las aberrantes acusaciones contra los mas de
cien presos del movimiento y los alegatos que realizaron en su propia
defensa José Revueltas, Eduardo Valle y el coordinador de ese esfuerzo
editorial, Raúl Álvarez Garín. También desde la cárcel Luis González de
Alba escribió Los días y los años, que apareció a principios de 1971.
Ese mismo año Carlos Monsiváis publicó Días de Guardar,
volumen con el que inició una larga historia de textos sobre el 68;
cada tanto regresaría, a lo largo de su vida, a escribir y reflexionar
sobre el movimiento que apoyó desde las páginas del suplemento “México
en la Cultura” de la revista Siempre!, junto con Fernando Benítez y otros intelectuales.
Pero probablemente las primeras palabras
contra el olvido anidaron en la poesía. Apenas el 30 de octubre de
1968 José Emilio Pacheco escribía: “El llanto se extiende/ gotean las
lágrimas/ allí en Tlatelolco.”
En la tristeza y la soledad que
siguieron a la represión también escribieron los poetas Efraín Huerta,
Rosario Castellanos, Marco Antonio Campos, Thelma Nava, Carmen de la
Fuente, Leopoldo Ayala y Juan Bautista Villaseca, entro otros.
Pronto se sumó el canto, en voz
de Judith Reyes, pionera de la canción de protesta mexicana, secuestrada
en 1969 y obligada a salir al exilio. Judith grabó, entre 70 y 74 diez
corridos que cuentan los sucesos mas relevantes del movimiento, desde la
represión del 26 de julio y la ocupación militar de la Universidad,
hasta los combates del Politécnico y la masacre del 2 de octubre.
También comenzaron a escucharse las canciones de Óscar Chávez, Ángel
Parra y José de Molina.
En esos primeros años se presentó en los círculos universitarios El grito, México 1968.
Un testimonio audiovisual invaluable, realizado desde el interior del
movimiento. Este documental es una edición de las mas de ocho horas
que filmaron los estudiantes del Centro Universitario de Estudios
Cinematográficos (CUEC), coordinado por Leobardo López Arretche,
representante del CUEC en el Consejo Nacional de Huelga.
Mientras estos primeros testimonios
vieron la luz, el gobierno y la mayoría de los medios de comunicación
cambiaron de estrategia; pasaron de repetir las mentiras de “la conjura
comunista” y de “el ejército tuvo que repeler a los francotiradores” a
guardar silencio. Así se explica, aunque resulte sorprendente, la
ausencia casi total de libros que reprodujeran la versión oficial. Las
excepciones son un libro escrito en 1969 por Roberto Blanco Moheno y una
novela de Luis Spota de 1971.
En el país de “aquí no pasa nada”, se
recrudeció la censura y la intimidación para acallar a las voces
críticas, como la del caricaturista Rius, quien también fue secuestrado a principios de 1969. Rius había publicado, en pleno movimiento, un “Número especial de los cocolazos” en su revista semanal Los agachados.
En él narró, en su original estilo directo y didáctico, los
acontecimientos hasta el 24 de septiembre, fecha en la que cerró la hoy
célebre edición.
En noviembre de 1968 nació la revista La Garrapata, el azote de los bueyes. Sus fundadores Rius, Helioflores, Naranjo y AB
continuaron con humor y sarcasmo criticando al régimen, hasta finales
de 1969 cuando, debido a presiones del gobierno, concluyó su primera
época.
Raúl Álvarez Garín, dirigente
estudiantil del 68, considera hoy que la publicación de los primeros
libros sobre el movimiento fueron un impulso fundamental para la
liberación de los presos políticos. Cuando Luis Echeverría llegó al
gobierno, los 156 presos del movimiento le quemaban las manos, tanto que
terminó por liberarlos y enviarlos al exilio. A las pocas semanas el
gobierno declaró que México no tenía exiliados políticos. Entonces los
estudiantes decidieron regresar. El 3 de junio de 1971, en un emotivo
reencuentro, una multitud de estudiantes recibió a sus compañeros en el
aeropuerto de la ciudad de México.
Ante el logro de esta demanda
apremiante, una mayoría de activistas universitarios se propuso
recuperar la calle. Así, y con el propósito de apoyar a un movimiento
estudiantil en la Universidad de Nuevo León, se convocó a la
movilización del 10 de junio. La marcha, que gritaba “¡no que no, si que
sí, ya volvimos a salir!”, fue violentamente disuelta por un grupo
paramilitar al servicio del gobierno conocido como Los Halcones. Después
de esta nueva matanza, y en el contexto de la guerra sucia emprendida
por el gobierno, fue muy difícil para la oposición responder a la
versión oficial y demandar públicamente justicia por los genocidios
perpetrados por los gobiernos de Díaz Ordaz y Luis Echeverría.
Resultaba temerario salir a protestar a
la calle. En 1975, una primera y reducida marcha conmemorativa del 2 de
octubre se encontró con una infranqueable barrera de granaderos que le
impidió llegar a Tlatelolco. Tres años después una marcha temerosa y
profundamente conmovida, volvió a la Plaza de las Tres Culturas al cabo
de una década. Probablemente ese año sonó en la calle el grito de ¡2 de
octubre no se olvida! el cual quedó consignado por primera vez en
octubre de 1979, en La Garrapata.
Con la ayuda de los primeros libros
testimoniales y algunas revistas independientes; con folletos, poemas y
canciones que se fueron regando (y también perdiendo), miles de personas
transmitieron, de boca en boca, de padres a hijos, de maestros a nuevos
alumnos, la memoria del 68. Miles que bien podrían haber dicho, como la
poetiza Rosario Castellanos “recuerdo, recordamos / hasta que la
justicia se siente con nosotros.” Y en cada pequeña lucha sindical,
estudiantil o incluso guerrillera de los años setenta, el 68 aparecía
como nuevo símbolo, a la vez de orgullo, resistencia y luto. En ese
poquito a poquito, en esos tiempos largos en los que los jóvenes de
aquella época dejaron de serlo, se cumplió la premonición del poema
de Thelma Nava: “Ellos ignoran que los muertos crecen.”
Continúa mañana.
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