¡¡Exijamos lo Imposible!!
¿Dónde quedó la bolita?
Jacobo Zabludovsky
Bucareli
“¡Arrímense, nomás no parpadeen!”, gritaba.
Al “Flaco” le gustaba Rinconada de Jesús para montar su tabla y convocar
a los distinguidos caballeros, las bellas damas y los hermosos
chamaquitos a ganarse una lana si apostaban a descubrir en cuál de las
tres medias cáscaras de nuez escondía la bolita.
La destreza de sus dedos confundía la vista de quienes arriesgaban una
“Josefita” (no se admitían centavos sueltos), excepto la de un cuate de
sombrero sudado que atinaba siempre y estimulaba con su suerte a quienes
rodeaban ese casino de pobres.
Tiempo después me perdí por los vericuetos de la Merced profunda y
encontré la misma tabla en el Cuadrante de la Soledad, con la sorpresa
de que ahora el del sombrero era quien movía las cáscaras y el “Flaco”
el apostador atinado cuya buena fortuna aumentaba el número de incautos
deseosos de emularlo, confiados en la suerte y la limpieza del juego.
En las casi ocho décadas transcurridas desde entonces la bolita ha
crecido, los operadores aprenden en Harvard y los ingenuos somos más de
cien millones.
La reforma energética viene a demostrar que los tahúres de la esquina
del callejón inspiran a quienes hacen del territorio nacional su tablita
y cambian de lado, a veces del que la esconde y otras del que finge
hallar la clave de la felicidad soñada. Estos, Fabio, ¡oh dolor!, campos
de soledad, mustio collado, fueron un día Itálica famosa. El petróleo y
la electricidad han dejado de ser generadores de progreso para
mostrarse como cargas de las que el país debe desprenderse. La gracia
está en descubrir que los promotores de ayer son los detractores de hoy.
El viejo proverbio árabe que afirma “si quieres vender camello no hables
mal del camello” es vigente con ligeras modificaciones: al camello no
quieren venderlo, sino comprarlo. Los empleados que han tenido a su
cargo el cuidado del animal desean que el patrón se los venda pero, qué
casualidad, al cuadrúpedo le ha salido una tercera joroba, se llenó de
piojos, ahora cojea de las cuatro patas y empezó a comer como loco. El
camellero asalariado tenía previsto llegar a camellero propietario. El
dueño no se lo vendería si fuera el mejor camello del mundo; por eso el
lacayo traidorzuelo devaluó la mercancía para convencer a un amo cansado
de problemas.
Los actuales promotores de la entrega de petróleo y electricidad a
empresas privadas estuvieron del otro lado de la tablita. Secretarios de
Estado, directores de paraestatales, asesores financieros, secretarios
particulares, consultores económicos, expertos en transparencia,
manejaron los intereses puestos en sus manos para despeñarlos hasta
justificar la necesidad de deshacerse de ellos. Aparte de amasar grandes
fortunas durante su labor perversa, pavimentaron el camino de su
asociación con las grandes empresas ávidas y pacientes y al dejar sus
cargos públicos se acomodaron con ellas sin problemas porque los
esperaban como socios, nuevos agentes financieros, jugadores clave,
gigantescos coyotes con garantía de eficacia, aliados estratégicos,
inventores de consorcios mesiánicos, gurus de la consultoría económica
con derecho de picaporte en puertas macizas.
La crema y nata de la experiencia administrativa y los manejos oficiales
se ha puesto al servicio de quienes pueden acrecer sus riquezas y
ofrece su influencia y conocimientos al mejor postor. Han pasado de la
noche a la mañana del servicio público al negocio privado, de su
compromiso con México a obligarse con quienes ponen el lucro por encima
de cualquier otra preocupación, incluyendo el futuro de los habitantes
de una nación que confió en ellos.
Llegamos a una encrucijada en que la definición de las conductas es de
vida o muerte, cuando no se puede servir a dios y al diablo sin cometer
pecado grave. Ocultos tras de una fenomenal maniobra de disuasión a base
de anuncios abrumadores hasta la náusea, quitan de su solapa el Escudo
Nacional para substituirlo pronto por el logotipo de Exxon o Chevron.
En aquella época el “Flaco” y el “Sombrerudo” se cambiaban los papeles.
Ahora pasa lo mismo. Un día es uno el prestidigitador y otro el supuesto
apostador. El de la bolita y el palero.
No vivimos en una corte de los milagros ni esta tierra es patio de
Monipodio. México es, estoy convencido y así lo quiero, un gran país. No
es justo dejarlo ir ni caer. Debemos defenderlo de quienes quieren
apropiárselo. Ventilar el cuarto donde se cambian de disfraz. Los
alcances de la polémica y la elección de un camino tienen más
importancia que buscar una bolita en la cáscara de una nuez.
Aunque en esencia sea lo mismo.
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