Homozapping
El curioso caso de Chelsea Manning antes conocida como Bradley
Texto publicado originalmente en Revista Esnob.
Chelsea Manning es una joven soldado de veinticinco años con cuerpo de hombre; más que de hombre, de un delicado adolescente —con acné—, que a sus veintidós años, llamándose Bradley aún, ya había puesto de cabeza al gobierno de los Estados Unidos. Acaba de ser sentenciada a treinta y cinco años de prisión acusada de traición y, al día siguiente de ser condenada, anunció su deseo de cambiar de sexo; no para eludir el castigo que dice dispuesta a enfrentar, sino porque así se ha sentido desde pequeña. Con este anuncio, Chelsea ha logrado, una vez más, desquiciar a la institución más poderosa que existe. Chelsea pinta para rockstar de la disidencia, ícono LGBTTTI y alguien por cuya libertad se va a presionar de manera enérgica a Estados Unidos.
Siendo Bradley aún, Chelsea filtró documentos clasificados del ejército estadounidense. Fue informante de Wikileaks, la
organización que dirige el también perseguido Julian Assange. Sólo que
Julian vive en una embajada hospitalaria, mientras Chelsea sobrevive
desde hace tres años en una prisión militar. Entre lo que filtró Bradley
está “Collateral Murder“,
un video en el que desde un helicóptero del ejército de EE.UU. ataca a
un grupo de personas supuestamente armadas —pero que, al parecer, no lo
estaban— en Irak. También filtró otro video,
el cual nunca se hizo público, sobre un ataque similar
en Afganistán (masacre de Granai) en el que murieron alrededor de cien
civiles. Manning filtró 250 mil cables diplomáticos y quinientos mil
reportes militares; la filtración de documentos clasificados más grande
de la historia, dicen. Esta información —vía Wikileaks— hizo al gobierno
estadounidense pasar uno de sus momentos más bochornosos (como el
Watergate, como los encuentros sexuales de Clinton con Lewinsky) pero,
sobre todo, dio material a muchos medios en todo el mundo para
evidenciar el actuar, no precisamente respetuoso de los derechos
humanos, de dicho gobierno. Bradley ofreció a la ciudadanía —en el
sentido que los nuevos movimientos sociales y primaveras han
dado al concepto de “ciudadanía”— información sobre sus gobernantes; dio
elementos para demostrar a los poderosos que los ciudadanos y el
internet son una combinación a temer. Sin embargo, quien ahora enfrenta
una larga condena es la joven Chelsea, no los responsables de atacar a
la población civil.
Como todo soldado, Chelsea tuvo que
hacer un juramento para entrar a la armada. El juramento indica que la
primera lealtad de un soldado nortamericano es hacia la Constitución. La
constitución estadounidense, como toda constitución que se respete,
“protege los derechos humanos”. Entre los que protege de manera
explícita está el derecho a la libre expresión, derecho del que
evidentemente no goza Manning ni los demás estadounidenses que tratan de
informar y enterarse sobre las atrocidades de su gobierno. Por otro
lado, los valores del ejército estadounidense se organizan en el
acrónimo LDRSHIP (lealtad, deber, respeto, servicio desinteresado,
honor, integridad, coraje personal). En efecto, los valores son ambiguos
y se pueden interpretar como se nos dé la gana, pero, en cualquier
caso, es argumentable que Chelsea ha sido más fiel a estos valores que
los superiores que hoy la condenan. Me permitiré abundar en este
sentido: Su deber con los estadounidenses —antes que con sus superiores—
la obligó a hacerles saber lo que sucede en Irak (en supuesto beneficio
del país). Chelsea respeta más a sus paisanos que ese gobierno que los
trata como idiotas. Ella probablemente sabía las consecuencias de sus
actos; de ahí lo desinteresado de sus acciones. El valor del desinterés
radica, según la explicación del
mismo ejército, en poner el bienestar de la nación (luego el del
ejército) antes que el propio. Para Manning, el bienestar de la nación
está en informar sobre los abusos militares. ¿Qué mayor muestra de
integridad que no callarse ante las atrocidades que presenció? En el
valor de integridad, el ejército precisa que hay que hacer lo que sea
correcto legal y moralmente. Filtrar, en este caso, parece más aceptable
moralmente que no hacerlo.
El coraje de Manning lo llevó, aún como
Bradley, a ser detenida en Bagdad, en 2010, luego de que la delatara el
hacker colombiano-estadounidense Adrian Lamo.
A partir de entonces, ha vivido un proceso de terror: estar detenida,
todavía sin cargos, en Kuwait; luego en una prisión militar en Virginia,
completamente aislada (sin sábanas, almohadas ni objetos personales,
como el Conde de Montecristo). Se le obligó a dormir primero en ropa
interior, luego completamente desnuda: no se fuera a suicidar. Suicidio
que, argumentó su abogado, no había indicios de que fuera a suceder. El
gobierno la quiere viva y quiere que escarmiente. Durante este periodo,
Chelsea Manning esperó una sentencia que pintaba para más de cincuenta
años de cárcel; pena de muerte incluso, si hubieran sostenido la
acusación de alta traición y cooperación con el enemigo.
A diferencia de las tendencias suicidas, lo que sí diagnosticó un psicólogo al joven Manning,
fue “desorden de identidad de género”, inclusive antes de que fuera
detenido. Chelsea sufría el ambiente masculino propio del ejército, y
desde entonces buscaba la manera de conseguir el tratamiento para
cambiar de sexo. Su detención entorpeció esta posibilidad. Finalmente,
llegó el juicio militar de Manning. A pesar de las exigencias de que
fuera liberada, la sentenciaron a treinta y cinco años de cárcel
(restando el tiempo que ya cumplió). Los años podrían reducirse si
cumple con buena conducta. Chelsea aceptó con resignación la sentencia,
pero al día siguiente de que ésta se anunciara, volvió a colocarse un
paso adelante del ejército estadounidense. Esta vez, declarando que ella
es mujer; que ya no desea ser Bradley sino Chelsea. Ha pedido un
tratamiento hormonal para lograr la transformación. No parece probable
que esto suceda, pero sí abrirá un debate que incomodará a muchos. Uno
de los grandes logros de los que se jacta la administración de Barack
Obama es haber acabado el Don’t Ask, Don’t Tell,
prohibición que impedía que los soldados homosexuales expresaran
abiertamente sus preferencias. Ahora tendrán que ver qué hacer con los
soldados transgénero, quienes, de momento, son considerados “no aptos”
para el ejército. El debate es necesario porque el desorden de identidad
de género es una condición delicada que tiene que ser tratada. Chelsea
está atrapada en el cuerpo de Bradley y si el ejército no le proporciona
el tratamiento, lo estará por muchos años más. Pero claro, el sistema
carcelario moderno se basa en apropiarse del cuerpo del preso. Chelsea
está atrapada en un cuerpo con el que no se identifica y el cual, en
este momento, no le pertenece a ella sino a esa institución que desafió.
Chelsea pone en entredicho al gobierno estadounidense: lo avergüenza y exhibe. ¿Tiene ese gobierno, que espía e
invade la privacidad de la gente, calidad moral para condenar a Manning
por “contraespionaje”? Su proceso, se denuncia, ha estado lleno de
irregularidades. Distintas organizaciones de derechos humanos han
protestado por el trato que han dado a Chelsea, trato que se revivió de
paso la discusión sobre Guántanamo; una prisión impresentable que
avergüenza al gobierno estadounidense y que Obama no ha tenido el valor
de cerrar. Manning, como Snowden,
es gente joven, inteligente, que forma parte de un sistema al que ha
cimbrado desde dentro con su “desobediencia”. El gobierno de Estados
Undios utiliza un discurso poderoso para controlar las conciencias de
sus ciudadanos; está claro que estos ya no están dispuestos a ser
controlados. Se condena a Manning por poner en riesgo la seguridad de
Estados Unidos, en realidad a quien pone en riesgo es a sus dirigentes.
Chelsea pedirá un indulto a Obama y éste se enfrentará a una decisión
fundamental, que podrá demostrar, nuevamente, que lo suyo sólo es
discurso e imagen buenaonda. Será responsabilidad de la sociedad civil gringa y del mundo apoyar a Chelsea, una chica valiente y admirable.
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