¡¡Exijamos lo Imposible!!
Proceso
La propuesta no prendió
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Seguramente la propuesta de reforma
energética de Enrique Peña Nieto logrará los votos suficientes para su
aprobación, tanto en el Congreso de la Unión como en los estados, aunque
es difícil saber qué modificaciones sufrirá y en qué sentido, es decir,
si éstas conducen a limitar más la participación privada en los ámbitos
en los que hoy se está impulsando la total apertura (refinación,
oleoductos, gasoductos, petroquímica básica, electricidad) o, al
contrario, a ampliarla en la exploración y extracción (incluyendo las
concesiones o los contratos de producción compartida –aunque esto último
parece muy remoto porque particularmente en este punto los voceros del
gobierno han defendido enfáticamente su postura en contra).
Más
difícil todavía es saber el impacto que la reforma tendrá sobre la
reactivación de la economía mexicana, pues todo indica que la iniciativa
no logró recuperar el llamado Mexican Momentum (abreviado como Memo),
lo cual era fundamental para catapultar el crecimiento del PIB, la
generación de empleos y el impulso a la inversión extranjera directa.
El
regreso del PRI a la Presidencia; el anuncio del Pacto por México; las
reformas en materia laboral, educativa y de telecomunicaciones,
particularmente, y la detención de la lideresa magisterial Elba Esther
Gordillo habían creado todo un ambiente favorable para la economía
mexicana, y comentaristas y estudiosos (nacionales e internacionales) se
mostraban optimistas. Sin embargo, las dificultades que surgieron a
raíz de las elecciones estatales de julio pasado, y los
condicionamientos de la oposición para realizar reformas
político-electorales antes de discutir las propuestas en materia
financiera, energética y hacendaria, empezaron a nublar el panorama.
Y
hoy todo indica que la propuesta de Peña Nieto, que para efectos de los
inversionistas nacionales e internacionales parece demasiado tímida,
acabó por debilitar las expectativas y, por lo tanto, los impactos sobre
la economía mexicana pueden ser menores a los esperados y prometidos
por el gobierno.
Aunque ciertamente hay otros factores nacionales e
internacionales que contribuyen a ello, desde la presentación de la
iniciativa (el lunes 12 de agosto) el índice de la Bolsa Mexicana de
Valores perdió (hasta el miércoles 21) 2.8%, y el valor del peso frente
al dólar se depreció en 5%, cuando se preveía que el solo anuncio de la
propuesta revitalizaría los mercados financieros.
Por si esto
fuera poco, el martes 20 de agosto la Secretaría de Hacienda y Crédito
Público no tuvo más opción que revisar a la baja su expectativa de
crecimiento para este año a 1.8% (casi la mitad del 3.5% que se anunció
en diciembre de 2012), lo que colocó a México con el pronóstico de
crecimiento más bajo de las ocho economías emergentes (Brasil, Rusia,
India, China, Indonesia, Corea del Sur, Turquía y México).
Las
explicaciones más claras de por qué la iniciativa presidencial no logró
el impacto deseado entre la comunidad internacional de negocios
probablemente las expuso The Economist: señaló que la propuesta de
compartir utilidades (no la producción misma) decepcionó a las compañías
petroleras, porque no pueden reflejarlas en sus estados financieros
como reservas dentro de sus activos, lo que sí pueden hacer en las
concesiones o la producción compartida.
Al analizar la decisión
del gobierno de discutir primero la reforma constitucional y dejar para
un segundo momento las legales, dicho medio de comunicación destacó que
las compañías petroleras quemadas previamente en países como Venezuela
no se arriesgarán si perciben desaseos legales o políticos, y, citando a
Juan Carlos Boué, del Instituto de Estudios sobre Energía de Oxford,
adelantó: “Las compañías serán suficientemente racionales diciendo: ‘no
pondremos un centavo hasta que sepamos que tenemos un contrato
indisputable’”.
Y en palabras de George Baker, analista
especializado en la energía mexicana basado en Houston, añadió: “Con el
andamiaje institucional óptimo, tendrán que pasar dos o tres años antes
de que las grandes compañías petroleras estén en condiciones de evaluar
una oportunidad comercial”. Por cierto que la propuesta de Peña Nieto no
construirá precisamente esa institucionalidad ideal para las compañías
petroleras.
Sin duda, Peña Nieto tenía márgenes de maniobra
estrechos para elaborar su propuesta de reforma energética. Los límites
estaban impuestos por el desmantelamiento de Pemex, en marcha al menos
desde el sexenio que encabezó Miguel de la Madrid; el acendrado
nacionalismo mexicano, en el que la propiedad estatal del petróleo es
uno de los últimos bastiones; las malas (quizá pésimas) experiencias de
la población mexicana con las privatizaciones; la codicia y altas
expectativas de las trasnacionales, y la revolución energética
internacional (Proceso 1919), de la que México está del todo ausente
porque la debilidad financiera de Pemex le impidió mantener el paso en
los avances tecnológicos.
Por si estas limitantes no fueran
suficientes, hay otra realidad innegable (aunque muy molesta para la
clase política): la debilidad del Estado mexicano, que explica
meridianamente por qué las privatizaciones son un fracaso y casi un
atentado en contra de los consumidores, ante la incapacidad de los
gobiernos de establecer límites a las acciones de los grandes
corporativos nacionales y/o trasnacionales.
Por otra parte, si el
análisis se realiza desde el punto de vista de las fuerzas políticas
representadas en el Congreso, los límites de Peña Nieto se ampliaban,
pero no necesariamente su margen de maniobra en términos del Pacto por
México, al que parece aferrarse, mientras que el PRD y el naciente
partido político Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) emprendían
“la defensa del petróleo mexicano” encabezados por Cuauhtémoc Cárdenas y
Andrés Manuel López Obrador.
En estas condiciones, Peña Nieto
optó por atender parcialmente todas las condicionantes, lo cual
obviamente no dejó satisfechos a ninguno de los actores. Así, propone el
refortalecimiento de Pemex modificando su régimen fiscal y corporativo;
regresar al texto inicial de la Constitución y utilizar (por no decir
manipular) la figura de Lázaro Cárdenas; promete que bajarán los precios
de la energía (luz y gas) a partir del 2014; y plantea los llamados
contratos de utilidad compartida en la exploración y extracción de los
hidrocarburos, las concesiones a particulares (nacionales y extranjeros)
en refinación, transportación y petroquímica básica, y la entrega de la
energía eléctrica a los particulares.
Aunque no reconoce
explícitamente la debilidad del Estado mexicano, opta por los contratos
de utilidad compartida en la exploración y extracción de petróleo porque
es la única forma en la que el Estado puede mantener control del
subsuelo, dado que en las concesiones o los contratos de producción
compartida serían las compañías trasnacionales las operadoras y, por lo
tanto, éstas impondrían sus condiciones.
Y, en lo político, decide
acercarse al PAN con una apertura a medias, porque sabe que de
cualquier manera cuenta con los votos de los legisladores blanquiazules,
ya que la modificación constitucional va en la dirección que ellos
proponen; y aunque sabe que la izquierda se mantendrá en pie de guerra,
tomará aspectos de su propuesta para el fortalecimiento de Pemex.
El
problema está en que la reforma energética es la principal apuesta del
actual gobierno para reactivar la economía, y, a juzgar por las
reacciones de los mercados financieros y cambiarios, los
posicionamientos de los medios de comunicación más vinculados a los
inversionistas internacionales (The Economist, Wall Street Journal,
Washington Post, entre otros) y las demandas de la Coparmex (Proceso
1920), la propuesta presidencial está muy lejos de entusiasmarlos.
Nuevamente
aparece esa gran distancia entre las enormes expectativas y los magros
resultados. Lo cierto es que a ocho meses de la toma de posesión de
Enrique Peña Nieto (apenas la novena parte de su mandato) ya hay
sectores de la población mexicana que expresan abiertamente su
frustración y revisan a la baja sus expectativas. Y la propuesta de
reforma energética contribuyó a eso, pues la indecisión del presidente y
su afán de quedar bien con todos lo llevaron a no satisfacer a nadie y a
archivar la llamada reforma transformadora que había anunciado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario