Julio Pimentel Ramírez
Conforme el país se adentra en los comicios que el 1 de julio definirá si México continúa por el mismo camino de crisis global, con desempleo, hambre y muerte, o se decide, por fin, adentrarse por el sendero inédito, difícil y complejo, de la transformación social, los mexicanos somos testigos de actos de gobierno y de otros actores políticos que presagian un sombrío panorama electoral con visos de “guerra sucia” de inciertas pero peligrosas consecuencias.
Si bien en sentido estricto el PAN y el PRI son expresiones diferenciadas, secundarias no fundamentales, del mismo modelo económico (por ejemplo coinciden en profundizar la privatización de Pemex, la CFE, las telecomunicaciones, etc.), los blanquiazules y en particular Felipe Calderón no pretenden ceder mansamente los espacios de poder que gozan desde hace casi doce años, tanto por ambición como por simple sentido de supervivencia.
El ilegítimo de Los Pinos y su círculo cercano, Genaro García Luna entre los primeros, seguramente están nerviosos y en su procelosa conciencia debe abrirse paso la proyección de un futuro que los coloca frente a la justicia, nacional y/o internacional, ante la que tendrán que responder por los delitos de lesa humanidad (torturas, ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas) cometidos durante su administración.
Precisamente por eso, Calderón no dejará la silla fácilmente y desata la cacería de tres exgobernadores priístas del estado de Tamaulipas (una de las entidades más golpeadas por las disputas entre carteles rivales del narcotráfico), largamente cuestionados e indefendibles. No hay gente honesta que meta las manos al fuego por Manuel Cavazos Lerma, Tomás Yarrington y Eugenio Hernández.
No se trata de abogar por estos personajes de larga cola delincuencial, sino de anotar que Calderón parece reeditar la experiencia del “michoacanazo”, que en su momento dirigió contra el gobernador perredista Leonel Godoy como parte de la estrategia para debilitar aún más al bastión perredista y colocar en el gobierno estatal a su hermana “La Cocoa”, proyecto fallido finalmente.
El gobierno federal no pretende aplicar justicia sino utilizar el aparato estatal con propósitos político electorales, de ahí que se recurre a las filtraciones de prensa antes de seguir el cauce marcado por las leyes. La PGR dice que no pidió a la SCT emergencia migratoria sino solamente informes sobre los viajes de los mencionados políticos, cercanos de una u otra manera a Carlos Salinas de Gortari y a Enrique Peña Nieto. Así pues, sí hay expediente abierto.
La desesperación de Calderón puede colocar al país al borde de una crisis constitucional y, lo que es más grave, abrir el expediente de un golpe de Estado que cancele las elecciones. Una alternativa menos drástica le permitirá presionar para alcanzar un acuerdo de impunidad con quien resulte ganador el 1 de julio. Para el PAN lo ideal es que sea el PRI con quien se llegue a arreglos, no en beneficio social sino en provecho propio.
Mientras esto sucede, nos encontramos con información de que la mayoría de los aspirantes a la presidencia de la República, particularmente los del PAN y el PRI, trasladan prácticas políticas cotidianas al universo online. La guerra sucia ha llegado al ciberespacio.
Así, el sueño de cualquier político, de conquistar miles de seguidores en cuestión de horas o contar con ejércitos de trolls –los provocadores de controversias en Twitter–, se puede cumplir en las redes sociales. Se trata del ciberacarreo, logrado ya no con tortas y refrescos, sino con tecnología y grandes sumas de dinero. Por ejemplo, los adeptos a Enrique Peña y Josefina Vázquez Mota son cientos de miles, aunque la mitad corresponde a cuentas fantasmas o mudas.
Las campañas en Internet no son nada baratas. Por 25 mil seguidores inventados en Twitter se pagan hasta dos mil dólares, y por 500 perfiles manejados por 50 personas se pueden gastar entre 12 mil y 15 mil dólares, según la casa de campaña de Santiago Creel.
Con bots, como se conoce a los robots programados por computadora u operados por personas reales, empresas dedicadas al manejo de redes sociales en México, Estados Unidos o incluso Asia logran crear la ilusión de que sus clientes gozan de mucha popularidad.
Detrás hay tecnología y una nueva industria que encontró un filón de oro: las ansias del político por ganar la batalla de la percepción en el mundo digital, el nuevo factor en las elecciones de este año. Seremos testigos, pues, de un nuevo frente en el que se persigue generar ilusiones y percepciones capaces de generar corrientes de opinión que manipulando conciencias logren votos o los inhiban para los adversarios, según sea el caso.
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