Cárcel y drogas
Bernardo Bátiz V.
La opinión
pública no pasa lentamente de un tema que la motiva a otro; lo hace a
saltos, bruscamente, inducida y alentada por los medios de comunicación,
especialmente por la televisión y sus programas reiterativos y
amarillistas; se comete un crimen en un casino y todos vuelven
(volvemos) los ojos a las casas de juego; hay una masacre en una cárcel y
todo mundo discute sobre reclusorios.
Hasta que murió
mucha gente en un casino de Monterrey las autoridades empezaron a
preocuparse por las licencias de esos centros de vicio, por sus sistemas
de seguridad y por su carácter de negocios que facilitan el lavado de
dinero; en algunos lugares se prohibieron, varios se clausuraron y se
opinó acerca de su pertinencia como atractivos turísticos y sobre la
posibilidad de proscribirlos definitivamente.
Algo parecido
sucedió cuando varias decenas de pequeñitos murieron en el incendio de
una guardería del Instituto Mexicano del Seguro Social; hasta que
aconteció la tragedia, todo mundo, empezando por las autoridades, se dio
cuenta de que la concesión del servicio a particulares era muy
arriesgada y de que se trataba de un negocio lucrativo, con poca
inversión y discreto, propio para beneficiar, otorgándolo, a familiares y
amistades.
Matan a más de
40 personas, para que algunos delincuentes de alto rango puedan escapar
de la cárcel, y la opinión pública, agitada por la noticia terrible y
solidarizada con los familiares de los reos que exigen información,
clama por que se tomen cartas en el asunto. De golpe, recordamos que hay
hacinamiento, violencia, armas, drogas, alcohol en los reclusorios y
que es uno de los pendientes más graves de nuestra sociedad.
Como la atención
social va a saltos, a brincos, de un tema a otro, podemos hoy
aprovechar para señalar la estrecha relación que hay entre el problema
de los reclusorios y el más grave y amplio de las drogas; son dos
fenómenos entrelazados que se han agravado y crecido juntos. Los
reclusorios siempre han sido lugares de sufrimiento e injusticias.
Recordemos que la Penitenciaria era conocida como el Palacio Negro de
Lecumberri; sin embargo, desde que la vida de estos centros llamados de
readaptación social gira alrededor de la droga, la corrupción y la
violencia se han recrudecido.
Un tema de
actualidad, nuevamente, es el de la legalización de estas sustancias.
Hay bandas armadas, luchas entre ellas y en la sociedad un clima
crispado, porque las drogas están prohibidas y quienes trafican con
ellas son perseguidos como delincuentes. Los accionistas y directivos de
las grandes empresas alcoholeras son personajes muy reconocidos en
sociedad, en cambio los vendedores de mariguana son entes rechazados y
perseguidos; ambos sin duda envenenan, cada uno a su modo, a las
personas.
No sería fácil y
quizá imposible, por la globalización y la dependencia creciente de la
primera economía del mundo, que de un plumazo y de un día para otro se
despenalizaran las drogas, pero es conveniente, en primer lugar,
discutir con amplitud y con inteligencia el tema y después formular una
estrategia para cambiar el actual modelo de atención al problema, que
tantos daños acarrea.
Durante el
gobierno de Andrés Manuel López Obrador en el Distrito Federal, en mi
calidad de procurador general de Justicia, propuse que como parte de los
programas de salud en los centros de readaptación social se estudiara
la posibilidad de entregar drogas a los reclusos que las requieren,
procurando simultáneamente que los adictos se sujetaran, cuando fuera
posible, a tratamientos para su curación.
La propuesta
iba encaminada a remover la principal herramienta que los delincuentes
tienen dentro de las prisiones para controlarlas y gobernarlas en
sustitución o a la par que las autoridades legítimas. Un adicto, urgido
por la necesidad, es capaz de todo con tal de obtener la sustancia que
su organismo le exige. De esa manera, quien puede proporcionársela se
convierte en su amo o jefe, y el adicto hará lo que se le ordene y
conseguirá lo que se le pida con tal de satisfacer su ingente necesidad.
En los
reclusorios quienes controlan la droga controlan la economía interna y
se convierten literalmente en señores de horca y cuchillo; en sus manos
están las vidas y la suerte de los reclusos. Si las drogas se
proporcionan bajo estricto control sanitario y por la autoridad legítima
hay una oportunidad de cambiar las cosas y experimentar, en un universo
cerrado controlable, la posibilidad de combatir estas sustancias tan
nocivas a los seres humanos, individual y colectivamente, con métodos
distintos a los de la persecución, las balas y las altas penas de
prisión.
La propuesta
abrió un debate que se interrumpió lamentablemente con los intentos del
gobierno federal por desestabilizar al de la capital, que tuvo que
defenderse de los ataques económicos y neutralizar el intento absurdo
del desafuero. Nuevamente por los acontecimientos de estos días, el tema
se pone en el tapete de la discusión.
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