Entrega total
Alejandro Encinas Rodríguez
No
me refiero al bolero de Abelardo Pulido que popularizara Javier Solís,
tampoco a ninguno de los cada vez más frecuentes dirigentes de las
izquierdas, me refiero al acuerdo que Felipe Calderón suscribió con la
secretaria de Estado del gobierno de los Estados Unidos de América
(EUA), Hillary Clinton, que sienta las bases para que empresas
petroleras estadounidenses y Pemex exploren las posibles reservas de
crudo en yacimientos transfronterizos en el Golfo de México, y que a mi
juicio viola la ley y empeña la soberanía energética de nuestro país.
Pemex, séptimo productor de crudo en el mundo, estima que hay recursos
potenciales por 29 mil millones de barriles de petróleo en yacimientos
profundos en aguas patrimoniales del Golfo de México, por lo que un
acuerdo en esta materia no es asunto menor. Menos aún cuando en el acto
en que se suscribió dicho convenio el secretario del Interior de EUA,
Kenneth Salazar, señaló que “Para los Estados Unidos este acuerdo nos
permite ampliar responsablemente nuestro desarrollo de hidrocarburos en
el Golfo de México.
Prácticamente una tercera parte de la energía que se produce en Estados
Unidos proviene de esta región”. Es decir, se trata de un asunto
estratégico para la seguridad energética de los vecinos del Norte.
El mismo funcionario anunció que en el mes de junio próximo se llevará a
cabo una licitación para el Golfo de México central, donde las
compañías estadounidenses considerarán la inversión en las mencionadas
“licencias” para realizar acciones para la exploración y explotación por
parte de empresas extranjeras en territorio nacional, lo que
constituiría una flagrante violación a los artículos 25, 27 y 28 de
nuestra Constitución, ya que, entre otras disposiciones, el artículo 27
establece que corresponde a la nación el dominio directo de todos los
recursos naturales de la plataforma continental y los zócalos submarinos
de las islas” y que “el dominio de la nación es inalienable e
imprescriptible”.
Este convenio revive la pretensión privatizadora que inició con la
reforma a la Ley Reglamentaria del artículo 27 constitucional de 2008,
cuando se pretendió abrir a la inversión extranjera las mismas áreas
estratégicas ahora objeto de un acuerdo que nadie conoce, pues si bien
una subcomisión del Senado de la República participó en las pláticas
previas, no conoció los términos finales del convenio, manteniéndose a
la fecha oculto.
Cabe señalar que todo acuerdo o tratado de esta naturaleza requiere de
la aprobación del Senado, cámara que tiene la facultad exclusiva para
“Aprobar los tratados internacionales y convenciones diplomáticas que el
Ejecutivo federal suscriba, así como su decisión de terminar,
denunciar, suspender, modificar, enmendar, retirar reservas y formular
declaraciones interpretativas sobre los mismos”.
Por ello, resulta inaceptable que mediante un acuerdo administrativo
entre dependencias del Poder Ejecutivo de ambos países se dé por sentada
la aprobación para la exploración y explotación de yacimientos
transfronterizos y se pretenda, sin la firma de un tratado y la
ratificación del Senado, establecer un acuerdo de facto, con un problema
adicional: la legislación norteamericana otorga al Senado
estadounidense la facultad para otorgar “concesiones” a particulares en
la explotación petrolera, lo que en México prohíbe la Constitución.
La seguridad energética del país requiere una política de Estado que
atienda los intereses nacionales y considere la transición energética y
al petróleo como un recurso no renovable vital para el desarrollo. Lo
menos que debe hacer Felipe Calderón es rendir cuentas al Senado y hacer
público el contenido del acuerdo firmado y las bases jurídicas que lo
sustentan.
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