21 de noviembre de 2011
MÉXICO, D.F. (apro).- Con un notable
rezago frente al priista Enrique Peña Nieto, mayor al que respecto a él
tenían Felipe Calderón y Roberto Madrazo en 2006, Andrés Manuel López
Obrador ha aplicado el principio de que a un escenario distinto
corresponde una estrategia diferente, justamente porque sabe que sus
enemigos son los mismos que en su primera incursión presidencial.
Por eso el primer paso de ganar la Presidencia de la República en 2012, que sería una epopeya, fue lo que hasta hace menos de dos semanas parecía utópico: Obtener la candidatura de toda la izquierda sin ruptura y, algo tan importante como ésta, materializar una coalición total con candidatos a diputados y senadores electos con base en su fortaleza electoral medida por encuestas.
Si la izquierda supera sin escándalo el transe que significa procesar los candidatos a legisladores que resulten de los “mejor posicionados” entre las propuestas del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) –que ya tiene los resultados de las encuestas que la empresa Covarrubias y Asociados levantó en los 300 distritos electorales del país– y las del Partido de la Revolución Democrática (PRD), entonces se ensanchan las posibilidades de victoria.
Porque a diferencia de hace seis años, cuando López Obrador jaló votos a los candidatos a diputados y senadores de la izquierda –algunos de los cuales, particularmente los Chuchos, se amafiaron con Calderón–, la estrategia ahora, dadas las nuevas circunstancias, es que éstos deberán abonar a la candidatura presidencial.
Así, aun con el déficit democrático que implica un arreglo oscuro sólo entre dos líderes, López Obrador y Marcelo Ebrard –que como parte del mismo éste impondría al candidato a sucederlo en la Ciudad de México–, el arranque de la izquierda modificó el tablero de la sucesión presidencial y cuenta con algo a su favor: Lamentablemente el país está peor que en 2006.
En efecto, la degradación de la vida política, social y productiva ha sido acelerada y se ha instalado entre los ciudadanos un ánimo peligroso: La desesperanza. Y ya se sabe: Una sociedad sin ilusión por el porvenir se condena a la mediocridad y a la descomposición, que en la decadencia en curso es inaceptable.
Diversos indicadores independientes y aun oficiales desnudan la realidad atroz de México, de por sí aislado del mundo y sometido a Estados Unidos. El más lacerante de esos datos es que en sólo cuatro años, de 2006 a 2010, un total de 12 millones 205 mil 356 mexicanos fueron arrojados al infierno de la pobreza patrimonial.
De acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), se trata de un aumento de 27% del número de pobres que había cuando, en 2006, Calderón asumió al cargo. La pobreza patrimonial pasó de 45.5 millones ese año a 57.7 millones el año pasado, más de la mitad de los mexicanos.
Y otra cifra que sobrecoge: Deambulan por el territorio nacional siete millones de jóvenes que no estudian ni trabajan, los mal llamados “ninis”, la mayoría de los cuales son mujeres.
La calidad de vida se ha desplomado y, según la ONU, en materia de salud, educación e ingresos, México está por debajo de Chile, Argentina, Uruguay, Cuba y Bahamas. Nada menos.
Justamente en 2010, en un contraste insolente, el magnate mexicano Carlos Slim apareció como el hombre más rico del mundo.
Estos números de escándalo coexisten con otro fenómeno que oprime el ánimo de los mexicanos: La violencia que, en efecto, tiene a México en un estado de emergencia y con la crisis humanitaria más dramática de su historia reciente. Se han acumulado, todo el mundo lo sabe, 50 mil muertos, 230 mil desplazados, 10 mil desaparecidos y mil 300 jóvenes y niños asesinados. Son números, pero no olvidemos que se trata de personas.
Unicamente por esto es necesario y urgente un cambio en el rumbo de la nación que, vistos los resultados de los gobiernos priistas y panistas de las más recientes tres décadas –cuyo crecimiento promedio es de 2.5% anual, menor al 3.3% del porfiriato–, sólo podría venir de la izquierda.
Parece remoto que, en la hipótesis de un triunfo de López Obrador, pudiera materializarse un cambio drástico, pero es indispensable frenar el deterioro y establecer un punto de partida hacia algo que reactive la esperanza de los mexicanos.
El inicio de esta nueva travesía de López Obrador y de la izquierda toda es halagüeño, pero la contienda se avizora con los peores signos, no sólo como parte de una campaña ordinaria por el poder político, sino porque se trata de una disputa por la nación y gravitan los peores intereses de los poderes fácticos, incluidos los criminales.
El cambio de estrategia de López Obrador, que por ejemplo después de hacer un reclamo a Televisa por su política facciosa le ofrece un nuevo trato, o anteponer la propuesta de unidad a la beligerancia del 2006, no implica que sus mismos enemigos de 2006 mutarán y se sumarán a la “república amorosa”, que a muchos mueve a chunga.
El amasijo de intereses que en 2006 se articularon no se ha disuelto y ahora impulsan a Peña Nieto. El propio Calderón, que detesta a López Obrador, cuenta con los instrumentos del gobierno federal, que son muchos, y su capacidad de daño es inmensa.
De hecho, la campaña negra contra López Obrador, que no ha cesado en los cinco recientes años, se ha intensificado desde las cuentas de correo de funcionarios federales que usan seudónimos para no ser identificados.
En fin, hay un escenario aciago hacia el 2012 que, ojalá, desemboque en un cambio para bien.
Después del derrumbe de los Calderón en Michoacán, más relevante que la derrota de los perredistas, la disputa por Morelia entre PAN y PRI derivó en el recuento voto por voto, por primera vez en México. ¿Quién ganará? La certeza, la que no tuvimos los mexicanos en 2006.
Comentarios: delgado@proceso.com.mx y TwitTer: @alvaro_delgado
Por eso el primer paso de ganar la Presidencia de la República en 2012, que sería una epopeya, fue lo que hasta hace menos de dos semanas parecía utópico: Obtener la candidatura de toda la izquierda sin ruptura y, algo tan importante como ésta, materializar una coalición total con candidatos a diputados y senadores electos con base en su fortaleza electoral medida por encuestas.
Si la izquierda supera sin escándalo el transe que significa procesar los candidatos a legisladores que resulten de los “mejor posicionados” entre las propuestas del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) –que ya tiene los resultados de las encuestas que la empresa Covarrubias y Asociados levantó en los 300 distritos electorales del país– y las del Partido de la Revolución Democrática (PRD), entonces se ensanchan las posibilidades de victoria.
Porque a diferencia de hace seis años, cuando López Obrador jaló votos a los candidatos a diputados y senadores de la izquierda –algunos de los cuales, particularmente los Chuchos, se amafiaron con Calderón–, la estrategia ahora, dadas las nuevas circunstancias, es que éstos deberán abonar a la candidatura presidencial.
Así, aun con el déficit democrático que implica un arreglo oscuro sólo entre dos líderes, López Obrador y Marcelo Ebrard –que como parte del mismo éste impondría al candidato a sucederlo en la Ciudad de México–, el arranque de la izquierda modificó el tablero de la sucesión presidencial y cuenta con algo a su favor: Lamentablemente el país está peor que en 2006.
En efecto, la degradación de la vida política, social y productiva ha sido acelerada y se ha instalado entre los ciudadanos un ánimo peligroso: La desesperanza. Y ya se sabe: Una sociedad sin ilusión por el porvenir se condena a la mediocridad y a la descomposición, que en la decadencia en curso es inaceptable.
Diversos indicadores independientes y aun oficiales desnudan la realidad atroz de México, de por sí aislado del mundo y sometido a Estados Unidos. El más lacerante de esos datos es que en sólo cuatro años, de 2006 a 2010, un total de 12 millones 205 mil 356 mexicanos fueron arrojados al infierno de la pobreza patrimonial.
De acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), se trata de un aumento de 27% del número de pobres que había cuando, en 2006, Calderón asumió al cargo. La pobreza patrimonial pasó de 45.5 millones ese año a 57.7 millones el año pasado, más de la mitad de los mexicanos.
Y otra cifra que sobrecoge: Deambulan por el territorio nacional siete millones de jóvenes que no estudian ni trabajan, los mal llamados “ninis”, la mayoría de los cuales son mujeres.
La calidad de vida se ha desplomado y, según la ONU, en materia de salud, educación e ingresos, México está por debajo de Chile, Argentina, Uruguay, Cuba y Bahamas. Nada menos.
Justamente en 2010, en un contraste insolente, el magnate mexicano Carlos Slim apareció como el hombre más rico del mundo.
Estos números de escándalo coexisten con otro fenómeno que oprime el ánimo de los mexicanos: La violencia que, en efecto, tiene a México en un estado de emergencia y con la crisis humanitaria más dramática de su historia reciente. Se han acumulado, todo el mundo lo sabe, 50 mil muertos, 230 mil desplazados, 10 mil desaparecidos y mil 300 jóvenes y niños asesinados. Son números, pero no olvidemos que se trata de personas.
Unicamente por esto es necesario y urgente un cambio en el rumbo de la nación que, vistos los resultados de los gobiernos priistas y panistas de las más recientes tres décadas –cuyo crecimiento promedio es de 2.5% anual, menor al 3.3% del porfiriato–, sólo podría venir de la izquierda.
Parece remoto que, en la hipótesis de un triunfo de López Obrador, pudiera materializarse un cambio drástico, pero es indispensable frenar el deterioro y establecer un punto de partida hacia algo que reactive la esperanza de los mexicanos.
El inicio de esta nueva travesía de López Obrador y de la izquierda toda es halagüeño, pero la contienda se avizora con los peores signos, no sólo como parte de una campaña ordinaria por el poder político, sino porque se trata de una disputa por la nación y gravitan los peores intereses de los poderes fácticos, incluidos los criminales.
El cambio de estrategia de López Obrador, que por ejemplo después de hacer un reclamo a Televisa por su política facciosa le ofrece un nuevo trato, o anteponer la propuesta de unidad a la beligerancia del 2006, no implica que sus mismos enemigos de 2006 mutarán y se sumarán a la “república amorosa”, que a muchos mueve a chunga.
El amasijo de intereses que en 2006 se articularon no se ha disuelto y ahora impulsan a Peña Nieto. El propio Calderón, que detesta a López Obrador, cuenta con los instrumentos del gobierno federal, que son muchos, y su capacidad de daño es inmensa.
De hecho, la campaña negra contra López Obrador, que no ha cesado en los cinco recientes años, se ha intensificado desde las cuentas de correo de funcionarios federales que usan seudónimos para no ser identificados.
En fin, hay un escenario aciago hacia el 2012 que, ojalá, desemboque en un cambio para bien.
Apuntes
Después del derrumbe de los Calderón en Michoacán, más relevante que la derrota de los perredistas, la disputa por Morelia entre PAN y PRI derivó en el recuento voto por voto, por primera vez en México. ¿Quién ganará? La certeza, la que no tuvimos los mexicanos en 2006.
Comentarios: delgado@proceso.com.mx y TwitTer: @alvaro_delgado
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