AMLO y las lecciones de la historia
Juan José Morales
Escrutinio
La promesa de López Obrador en el sentido de que, si es electo
Presidente, crearía siete millones de empleos en los primeros meses de
su gobierno, ha sido tachada de ilusoria y demagógica, y no faltan
quienes la comparan con aquella frase de Calderón de que sería “el
presidente del empleo”, y terminó siendo el del desempleo.
Pero la promesa de AMLO no tiene nada de descabellada. En la historia
reciente puede encontrarse una exitosa lección en ese sentido. Lo que él
propone —y así lo ha dicho— es seguir los mismos lineamientos
económicos mediante los cuales el presidente norteamericano Franklin
Delano Roosevelt enfrentó la Gran Depresión, como se denominó la
gravísima crisis económica que flageló a Estados Unidos en la década de
los 30.
Cuando Roosevelt fue electo presidente en 1933, su país atravesaba por
una situación verdaderamente dramática como resultado de la depresión
iniciada en 1929. Uno de cada tres trabajadores se encontraba sin
empleo, la economía estaba casi paralizada y legiones de desempleados
hacían cola para recibir un plato de sopa. Roosevelt emprendió una serie
de acciones englobadas en lo que se denominó el New Deal o Nuevo Trato y
que consistieron esencialmente en vastos programas de empleo temporal
para aliviar la situación de los necesitados, y de obras públicas,
principalmente carreteras, presas y puentes. Además, se subsidió a los
agricultores en problemas y se dictaron leyes y reglamentos para detener
la especulación financiera y garantizar los ahorros de la gente. Con
eso se pudo sacar a los millones de desempleados del pozo en que habían
caído y dinamizar nuevamente la economía.
Lo que se propone López Obrador es algo similar. Con un gran programa de
obras públicas, se podrá dar empleo no solamente a peones sin
calificación, sino también a trabajadores calificados —electricistas,
plomeros, mecánicos, operadores de maquinaria pesada, etc.—, y a
ingenieros, arquitectos, topógrafos, diseñadores, calculistas y otros
muchos profesionistas o técnicos altamente calificados.
Al mismo tiempo, al incrementarse la demanda de material de construcción
—cemento, varilla, cal, tubería, cables eléctricos, etc.— para esas
obras, se reactivarán las industrias que los producen, así como los
servicios de transporte. Y, obviamente, al haber más gente empleada en
la construcción y la industria, habrá mayor derrama económica, puesto
que con sus salarios podrán adquirir bienes y servicios. En
consecuencia, crecerá la demanda de artículos de consumo —con el
consiguiente aumento del empleo en las fábricas que los producen— y
habrá mayor actividad en otras ramas de la economía.
Desde luego, no faltarán quienes digan que un vasto programa de obras
públicas sólo sería posible imprimiendo billetes, con lo cual se
detonarían la inflación, la carestía y la escasez. Pero la realidad es
que —como ha señalado López Obrador— no se necesita recurrir a la
emisión de moneda para financiar ese proyecto. Bastaría, por un lado,
hacer ahorros en los gastos del gobierno —que en muchos renglones son
excesivos— y, por el otro, echar mano de las reservas de divisas que se
encuentran inútil e improductivamente depositadas en bancos extranjeros y
de las cuales el gobierno de Calderón dice con orgullo que son las más
altas en la historia de México.
Uno se pregunta si vale la pena tener ese dinero ocioso en el extranjero
—o más bien generándole ganancias a los banqueros internacionales que
lo manejan—, mientras acá, en México, la actividad económica anda por
los suelos.
Comentarios: kixpachoch@yahoo.com.mx
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