Labastida: justificando el fraude
30 julio 2009
Francisco Labastida (PRI), ex gobernador de Sinaloa, ex secretario de Agricultura y actual senador, nos dio una lección de cómo torear la ley y abusar del poder. Fue en la radio, con Carmen Aristegui, donde se habló de la corrupción del Programa de Apoyos Directos al Campo (Procampo) que este político encabezó.
Esta semana EL UNIVERSAL ha publicado reportajes sobre cómo se ha malversado este programa de subsidios; demostró que el 80% de campesinos pobres reciben el 20% de los recursos, mientras que el 20% de los políticos, narcos y latifundistas millonarios reciben el 80% de los subsidios. A este esquema Labastida le llamó un acto moral, legal y aceptable.
Cuestionado por Aristegui, el actual senador aseguró que el problema no es de Procampo, sino de la repartición de la tierra. Los minifundios de campesinos pobres no tienen la posibilidad de operar como los latifundios del propio hermano de Labastida, del dueño de Bachoco o del Rey del Ajo.
Aunque efectivamente estos subsidios son para mejorar la producción, lo imperdonable es que Labastida haya “olvidado” que el decreto de creación de Procampo dice que se prioriza al campo porque allí están las necesidades más apremiantes del país. Que el 27 constitucional establece bases jurídicas para el desarrollo del campo, bajo las premisas de justicia y libertad. Los subsidios, dice el decreto, deberán mejorar la competitividad y elevar el nivel de vida de las familias rurales. Ahora resulta que las familias rurales que necesitan mejorar sus niveles de vida son los políticos, sus familiares y los agroindustriales millonarios.
Está bien que los agricultores que hayan obtenido riquezas con trabajo honesto reciban subsidios ante la desigualdad del mercado internacional, pero esa no es la discusión aquí. El tema es que el Estado crea programas para abatir desigualdad y pobreza y los políticos los operan de tal forma que ellos, sus cuates y los narcos usufructúan arrebatando a los campesinos pobres la posibilidad de trabajar y mejorar su vida dignamente. No quitemos la mirada de lo que Calderón hace ahora con Procampo.
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