El México que viene I
23 julio 2009
En la política será tiempo de reacomodos, de vendettas, de cobros de facturas y de nuevas e insospechadas alianzas.
Seamos realistas, en México no se hace política para alcanzar grandes objetivos sociales, ni para impulsar ideologías o principios partidarios ni mucho menos para la búsqueda del bien común. Se hace política para ganar dinero y poder. Para conformar grupos que en la superficie o en los sótanos operan —hoy por mí, mañana por ti— para alcanzar posiciones clave en los gobiernos, presupuestos más jugosos, concesiones más productivas, subrogaciones del IMSS, información privilegiada para comprar y vender lo que sea, contratos millonarios en Pemex. Esos, casi siempre, han sido los objetivos de quienes han encontrado en el ejercicio de la política una muy productiva manera de ganarse la vida y jodérsela a los demás.
Sin embargo, el cataclismo del 5 de julio está imponiendo a los tres partidos más influyentes tareas mucho más inmediatas: en el PRI, en el que a muchos les urge contener a Peña Nieto —una mezcla infalible de Jimmy Neutron con el Santo Niño de Atocha—, buscarán persistir en su exitosa estrategia de posponer la batalla interna por el 2012 hasta donde sea posible; de cualquier manera Beatriz Paredes se irá como vicepresidenta de México a la Cámara de Diputados y habrá una fiera disputa por la dirigencia del partido; mientras que, en el Senado, Beltrones afila los colmillos porque también quiere; pero los pricámbricos la tienen muy clara: el único objetivo es Los Pinos. Así de claros. Así de cínicos. Y harán todo lo necesario para lograrlo. A cualquier precio. Y a cualquier costo. Además, se dan el lujo de imponer agenda, regañar al Presidente y exigirle cambios en su gabinete.
En el PAN, la cosa está dramática: el presidente Calderón puede no sólo haber perdido el plebiscito del 5 de julio, sino que está cerca de perder el partido; no importa que quiera imponer a César Nava o a la señora Vázquez Mota, da igual. Su desgarramiento está en encaramar a uno de sus incondicionales a riesgo de una rebelión azul o sacar las manos del proceso, con el peligro de una dirigencia rebelde o francamente hostil.
En el PRD tienen una gran ventaja: peor, imposible; así que tendrán, casi por inercia, que buscarle una salida al brete de una dirigencia devaluada, perdedora, sacatona y además confrontada con una corriente movilizada, combativa y fuera de control. No se ve nada fácil. Pero hay quienes sueñan en que no sólo sea posible. Sino que, además, sea el primer paso rumbo a la reconstrucción del maltrecho Frente Amplio Progresista. Por cierto, la única vía de la izquierda para aspirar a una posibilidad en 2010.
Por todo ello, tendremos un presidente cada vez más solo: con sus estrategias rechazadas; con un equipo anoréxico: con su partido empequeñecido; con un Ejército irritado; con un Congreso en contra; con una crecientemente brutal crisis económica y una opinión pública cada vez más escéptica y rabiosa no con la Presidencia de la República, sino con Felipe Calderón.
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