La Jornada
Larga vida al sistema
Luis Linares Zapata
El sistema establecido, además del daño que le causa el trajín electoral, ha entrado en un tobogán de problemas y conflictos que, a pesar de los instrumentos de coacción para sostenerlo, muestra inequívocas señales de agotamiento. Grupos, regiones, sectores, territorios completos se han convertido en tierra de nadie o, mejor dicho, de alguien. Surgen entonces cotos donde sólo rige la ley de la captura. En las adicionales formaciones del Estado, la vigencia de la autoridad establecida a duras penas mantiene su normalidad. Varias y variadas formas de trabas impiden que la ciudadanía pueda desarrollar sus actividades de una manera civilizada: apegada a reglas, en paz y con provecho.
La vida democrática, valor primordial de una sociedad que aspire a conseguir etapas superiores en su convivencia, desde hace varios años ha entrado en una zona de alta conflictividad. Luego de un breve periodo de logros que se reflejaron en un paulatino aunque incipiente aprecio ciudadano, la valoración por la práctica democrática ha vuelo a caer, ahora de manera estrepitosa, en el descrédito colectivo. Toda una batería de encuestas de opinión, locales e internacionales, dan contundente prueba de ello. El punto neurálgico de dicha tendencia declinante bien puede hallarse en la escandalosa vida interna de los partidos políticos. Sus crecientes desencuentros y la enorme distancia que guardan respecto de las necesidades y aspiraciones de la sociedad son, qué duda, causa eficiente del juicio negativo que se ha formado la ciudadanía. El rejuego gubernamental, en sus variados niveles y poderes, tiene también un rol determinante en este declive democrático. Las decisiones adoptadas y las acciones llevadas a acabo en tiempos recientes, en lugar de auxiliar a mantener, aunque sea un precario equilibrio entre las distintas clases, propician, sin recato, mayores diferencias y una concentración de riqueza y oportunidades sin paragón con el reciente pasado.
Mientras tal desarreglo tiene lugar, una creciente cuan poderosa corriente vital circula por la República. Buena parte de ella se empareja con la que se desarrolla a escala casi mundial: la multitudinaria exigencia por mayor transparencia y su imperativo correlato de menor corrupción. En el México de hoy, el deseo, ya masivo, de lograr desterrar o, tan siquiera, aminorar los niveles de corrupción, se estrella ante la rampante impunidad que emana el sistema establecido. Se piensa como el escudo vital para darle larga vida al acariciado sistema. Los esfuerzos ciudadanos por encontrar un antídoto contra tal estado de cosas se tornan tierra verdaderamente baldía, frustrante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario