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La verdadera huella
Jorge Carrillo Olea
Narcisismo frenético de Calderón
El presidente Felipe Calderón ha decidido serlo y parecerlo hasta el
último minuto. Sería imposible tratar de descalificar esa decisión. No
sólo es su derecho sino su obligación. Se le eligió exactamente para dar
término a sus responsabilidades el último minuto del día 30 de
noviembre. Otra cosa es la pérdida de contacto con la realidad que
evidencia en las últimas semanas. Su euforia en todo momento es
sospechosa.
En su frenesí está dando muestras de lucidez, de dominio del escenario,
de orador tolerable, contrastante con su grisura permanente. Pero es
monotemático pues es él y su obra, la más grande desde la creación. El
único tema que maneja es el narcisismo impulsado por una negación de las
realidades. Inaugura todo, todo se debe a él, carreteras, escuelas y
hasta cárceles y anuncia más. Encuentra petróleo en el Golfo y los
peritos lo desmienten. Le va a todo donde luzca, pronuncia inútiles y
desubicados discursos, porta la banda tricolor donde no debe. Pero no
quiere ver el río de sangre tras él.
También es seña de la agudeza del momento recordar su calidad de
legislador al mandar al Congreso pesadas iniciativas que habían sido
conservadas como inviables durante todo el sexenio, la reforma laboral y
la Ley de Contabilidad Gubernamental. La primera de ellas ha sido
recibida con gran estruendo pues en lo político daña los espesos
intereses del sindicalismo priísta y ha sido castrada ya por los
diputados.
Puede considerarse que fue una bomba de profundidad contra Enrique Peña
por dos razones: 1. La idea era uno de los ases políticos y la usó a su
favor. 2. Visto el previsible fracaso de los temas más álgidos en lo
político y en lo económico, pareciera que la congeladora espera a la ley
y no se avizoran los tiempos en que Peña se haga de cartas tan gruesas
para emprenderla otra vez. Le comieron el mandado. La segunda ley, que
es una excelente idea, aminorar la corrupción en estados y municipios
principalmente, ha pasado hasta el momento a la sombra de la primera.
En Naciones Unidas Calderón hizo el gran oso. En el fondo, lo
imperdonable: demostró no saber cuáles son las posibilidades de ese
órgano al pedirle que organice una campaña para revisar el tema de las
drogas, sacarlas de la visión prohibicionista. Nadie le advirtió que
pedía algo fuera de lugar, que en la ONU no se opera así. La cancillería
se durmió y nuestro representante permanente ante el organismo también.
Por otro lado de manera contradictoria, exhibió con alardes de grandeza
su lucha milenarista contra el narcotráfico. ¿Entonces?
En las formas también perdió. Sus salidas de tono, su carencia de
serenidad, su desconocimiento de los secretos de la Asamblea General. Y
regresando a México el lamentable espectáculo por él montado de las
honras fúnebres de Alonso Lujambio. El tenía seguramente las virtudes
que se han destacado; sin embargo, el presidente se desbordó en
homenajes de manera injustificada a juicio de los más, usando el poder
presidencial para exaltar a un amigo. Como remate, un acto fúnebre sin
antecedente en el Patio de Honor del Palacio Nacional, cosa nunca vista.
¿Sería de tal tamaño el prócer?
Sin embargo, hay que registrar lo que con autenticidad vale. Sí sería
válido decir que aun en el marco histórico no es posible disimular la
apertura y buena fe con que Calderón está haciendo entrega de su
gobierno. Ante los arrancones y vacíos a que estamos acostumbrados, este
es un ejemplo de bien hacer. Si quiere dejar huellas como presidente
con estilo, es evidente que ésta es una.
Es una, pero no la indeleble; la indeleble, la que nadie olvidará, es la
que produjo sesenta mil muertes directas, igual número de familias
lastimadas y arruinadas, más de cuatrocientos mil desplazados, según
calculan conocedores y un futuro totalmente sin esperanza en cuanto a
paz social se refiere. ¡Esa es su verdadera huella! ¡Por ella será
recordado!
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