Benedicto XVI en México: ¿viaje de negocios?
La primera visita de
Benedicto XVI a México, que se inicia hoy en Guanajuato, es una
confluencia de significados pastorales y políticos que distan de ser
alentadores para nuestro país.
Lo anterior obliga a recordar la indolencia proverbial del Vaticano –e incluso de sectores clericales locales– ante los flagelos sociales, políticos e institucionales que recorren la región, entre los que destacan la pobreza, la desigualdad, la insuficiencia educativa, la insalubridad, la corrupción de las élites gobernantes, la discriminación de los pueblos indígenas, las persistentes afrentas a los derechos humanos y la desintegración del tejido social provocada por las políticas neoliberales, el incremento de la violencia criminal y, desde luego, las conductas delictivas cometidas por miembros de la propia Iglesia.
Por lo que toca al aspecto político, la visita coincide con un avance y un fortalecimiento preocupantes de posturas tradicionales de la Iglesia católica en la agenda pública y legislativa nacionales. Si bien algunos de estos avances se han venido consolidando desde hace meses y años –tal es el caso de las iniciativas que penalizan la interrupción del embarazo en más de la mitad de las entidades del país–, otros parecen estar relacionados, incluso causalmente, con la visita del Papa a México, como ocurre con la reciente modificación al artículo 24 de la Constitución en materia de libertad religiosa, y resulta inevitable percibir, en dicha coincidencia, un afán de autoridades y representantes populares por congraciarse con el alto clero católico de cara a la gira papal que hoy empieza.
En suma, la visita de Ratzinger a México deja ver una lamentable pérdida del sentido republicano y laico en el país –pérdida a la que abonan los candidatos presidenciales con su decisión de asistir a un ritual religioso presidido por el pontífice que se celebrará en un sitio público– y el ensanchamiento de los márgenes de maniobra con los que cuenta hoy el clero católico para recuperarse de pérdidas de poder históricas que, hasta hace no muchos años, parecían irreversibles. Se cierran, en forma inversamente proporcional, los espacios para el desarrollo cívico de una sociedad plural, justa, libre, diversa y tolerante.
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