Guillermo Fabela Quiñones
Apuntes
El retroceso del país en materia de respeto al Estado laico es un grave riesgo para el futuro de los mexicanos, teniendo en cuenta la beligerancia de grupos ultraconservadores que sienten llegada la hora de apretar la marcha para cancelar la vía de la verdadera libertad religiosa y, por ende, de la democracia, a fin de que la Iglesia Católica emerja como la religión “oficial”, sin trabas de ninguna índole, y así poder influir abiertamente en el rumbo de las instituciones, con el objetivo central de cogobernar la República mexicana. La visita del papa Benedicto XVI así lo patentiza, pues en cada uno de sus mensajes dejó brotar el tufo de tal imperativo de dominio sobre el Estado.
El pretexto es una supuesta falta de libertad religiosa en México, que es bien sabido no está en riesgo ni sufre menoscabo alguno, como lo reconocen explícitamente los jerarcas de las iglesias no católicas. Hay plena libertad para que cada quien crea lo que le dicte su conciencia. Lo que ocurre realmente es que la Iglesia Católica desearía no ver amenazada su hegemonía, lo cual tampoco es real. Lo que ocurre es que por sus propias faltas y graves errores está perdiendo feligreses, no porque otras iglesias sean una verdadera amenaza. Lo dijo claramente el secretario de Estado vaticano, Tarcisio Bertone: “Es de desear que en México este derecho fundamental (la libertad religiosa) se afiance cada vez más, conscientes de que este derecho va mucho más allá de la mera libertad de culto”.
Más claro no podía ser Bertone: su pretensión es compartir el poder con el Estado laico, que dejaría de serlo en cuanto el alto clero interviniera en los asuntos de gobierno, sobre todo en materia de educación y de interrelación con la sociedad en asuntos cívicos y sociales. Quieren convertir a la Iglesia Católica en religión de Estado, como así nació hace más de mil setecientos años bajo el reinado de Constantino, cuando el emperador decretó que cesara la persecución religiosa a los cristianos, y reconoció a sus jerarcas el derecho a participar en los asuntos del Estado, hecho que significó la pérdida de rumbo espiritual de la comunidad religiosa, pues a partir de ese momento se olvidó el precepto de Jesús de que su reino “no es de este mundo”.
La recomendación de Benedicto XVI, de seguir el ejemplo de “tantos mártires que a la voz de ‘viva Cristo Rey y María de Guadalupe’, han dado testimonio inquebrantable de fidelidad al Evangelio y entrega a la Iglesia”, es un llamado a la insurrección inadmisible, sobre todo en una realidad como la que se vive en el país desde que Felipe Calderón llegó a Los Pinos. Los cristeros no fueron mártires, sino víctimas de las ambiciones de una jerarquía eclesial que deseaba aprovechar el momento de confusión que vivía la República, con el propósito de apuntalar su poder político y recuperar sus privilegios perdidos.
Ante el empuje de la Revolución, con líderes que se regían por los dictados de la Constitución General del país, la cúpula de la Iglesia Católica se quiso jugar la carta de la lucha armada, sin importarle las consecuencias, y mandó al sacrificio a miles de campesinos que creyeron de buena fe, por su ignorancia y fanatismo, que luchaban por una libertad religiosa supuestamente en riesgo. Lo único que estaba en peligro eran los métodos abusivos de los jerarcas del clero, acostumbrados desde siempre a dominar a los feligreses para controlarlos según sus conveniencias.
El Papa acepta que México atraviesa por una situación muy dramática y penosa, pero no condena a los causantes de esta realidad. Se concreta a decir vaguedades que no lo comprometen a nada. Así, dijo que “en estos momentos en que tantas familias se encuentran divididas o forzadas a la migración, cuando muchas padecen a causa de la pobreza, la corrupción, la violencia doméstica, el narcotráfico, la crisis de valores y la criminalidad, acudimos a María en busca de consuelo, fortaleza y esperanza”. Asunto concluido. Nada que implique un verdadero afán de solidarizarse con las víctimas de tal estado de cosas, mucho menos nada referente a las causas profundas de tantas calamidades.
Al contrario, sigue empeñado en mantener oculta la realidad, de la que la Iglesia Católica es parte del problema, por su interés en frenar radicalmente cualquier mínimo avance de la sociedad humana hacia su liberación, y por ende hacia un progreso verdadero que la ponga a salvo de tanto prejuicio medieval, de tanta superchería, de tanta miseria y dolor. ¿No es el Vaticano uno de los más firmes aliados del pensamiento ultraconservador, que en el terreno económico nos ha llevado a la situación actual? ¿No ha condenado firmemente a los sacerdotes que quieren cumplir al pie de la letra su ministerio evangelizador y se solidarizan con los pobres? De ahí el peligro que se desprende de la invitación del Papa a proceder como lo hicieron los cristeros de 1926 hasta 1929: están dadas las condiciones para que sea escuchado, no porque la libertad religiosa esté en riesgo, sino porque existe “una grave crisis de moralidad”.
(guillermo.favela@hotmail.com)
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