Duro con el pecado, indulgente con el pecador
MÉXICO, D.F. (apro).- “Es desconcertante saber que el mafioso
mientras dispara y mata invoca a Dios”, dice el historiador, político y
estudioso de las mafias italianas, Isaia Sales, en su libro Los curas y
la mafia.
La cita viene a colación por la visita del papa
Benedicto XVI a México y, por supuesto, por el certero comentario del
obispo de Saltillo, Raúl Vera, quien dijo que el presidente Felipe
“Calderón acudirá a misa con una cola de 60 mil muertos”.
Durante
la misa que oficiará el sumo pontífice, seguramente el principal
responsable de los ríos de sangre y odio que corren por los poblados de
casi todo el país, rezará y comulgará para “recibir el cuerpo de
Cristo”.
Entonces Calderón se arrodillará ante el Papa, como lo ha
hecho ante su secretario de Seguridad Pública que, como su jefe,
violenta la ley, ordena montajes para cambiar la realidad y envía a
jóvenes policías como carne de cañón para que se enfrenten al crimen
organizado.
Calderón, con sus manos manchadas de sangre
(literalmente hablando), se persignará ante el sucesor de San Pedro y
hablará de “paz” cuando fue él quien mantiene esta guerra teniendo como
estrategia al Ejército en las calles.
Previo a la llegada del
Papa a Guanajuato, el obispo Vera López declaró lo que le provoca la
figura de Calderón: “A mí me da vergüenza que tengamos al frente de
México a una persona que se confiesa públicamente católica y que está
llevando una estrategia con ausencia de procuración de justicia”.
Y sí, cómo puede Calderón confesarse públicamente católico cuando “trae
una cola de 60 mil muertos”. Es como el mafioso del que habla Isaia
Sales, “mientras dispara invoca a Dios”.
Sacerdotes católicos
como Raúl Vera o el padre Alejandro Solalinde que pregonan y accionan en
beneficio de los más necesitados, como los desplazados, los migrantes,
los huérfanos de la guerra, los hambrientos, los desempleados, los
abandonados del gobierno, son pocos, pues es bien sabido que la Iglesia
católica forma hoy parte de esta complicidad para la expansión del
crimen organizado.
¿Acaso podría el crimen organizado penetrar en
las estructuras del municipio, de la sociedad con tanta fuerza sin la
connivencia de las autoridades, pero también sin el silencio cómplice de
la Iglesia?, seguramente no.
La Iglesia, con su silencio, ha sido
cómplice del crimen organizado; la Iglesia, con la aceptación de las
dádivas del crimen organizado, para la construcción de un templo, por
ejemplo, es cómplice y lleva a sus fieles a aceptar el actuar del crimen
organizado.
El escritor y político italiano sostiene que la
Iglesia ha sido “dura con el pecado, tolerante con el pecador”, y como
muestra de ello en México está el obispo Emilio Carlos Berlié que,
encargado de la diócesis de Baja California, sirvió de vínculo para que
los hermanos Arellano Félix pudieran hablar con el entonces nuncio
apostólico Girolamo Prigione y entrevistarse con personeros del gobierno
de Carlos Salinas de Gortari.
Las palabras del político italiano
parecieran haberse concretado con el dicho del papa Benedicto XVI en su
trayecto a México: “La Iglesia debe desenmascarar la idolatría del
dinero, que esclaviza a los hombres; desenmascarar el mal y las falsas
promesas; desenmascarar la mentira y estafa que están detrás de la
droga”.
En otras palabras, sólo condena el pecado, mientras
algunos de los miembros de la Iglesia católica son “tolerantes con el
pecador”; es decir, con el mafioso, el narcotraficante, el que construye
el templo, como lo hizo Joaquín El Chapo Guzmán cerca de Badiraguato,
Sinaloa, quien edificó una iglesia para que su madre y sus amigas
tuvieran un espacio donde hacer sus oraciones.
Por ética y por
obligación, la Iglesia no puede seguir en el silencio ante el
narcotráfico ni el actuar de Calderón, ya que su poder de influenza y
persuasión entre las masas hace indispensable que se pronuncie contra
“el pecado y el pecador”
En estos tiempos de odio y sangre que
vive México, y de la gran estela de rencor que está dejando esta
“guerra”, el representante de Dios en la Tierra ha llegado para ser
recibido por quien en público se arrodillará ante él y, en privado,
seguirá ordenando más muerte y sembrando más dolor.
Benedicto XVI
será, sin duda, “duro con el pecado pero benévolo con el pecador”, en
este caso Calderón Hinojosa. Y destacó pecador, pues él mismo se
confiesa públicamente católico, aunque para algunos, como el obispo Raúl
Vera, debiera ser motivo de vergüenza.
Y si Benedicto XVI quiere
cumplir con su misión pastoral, bien hará en recibir a las víctimas de
esta guerra y a las víctimas de su Iglesia, los abusados sexualmente por
algunos sacerdotes. Un gesto así llevará a los creyentes, sin duda, un
poco de paz a sus corazones llenos de dolor.
Pero mientras se
hacen las cuentas sobre los beneficios espirituales que puede generar la
visita del papa, ya hay quienes seguramente buscarán santificarlo, pues
con su visita dará a Guanajuato una derrama económica de unos mil
millones de pesos, el doble de lo que se genera en el Festival
Cervantino; nada mal para un país donde año con año, desde la llegada de
Felipe Calderón al poder, se pierden cerca de 500 mil empleos.
Comentarios: mjcervantes@proceso.com.mx
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