Tierra Santa en México
MÉXICO, D.F. (Proceso).- La visita presurosa de S.S. Benedicto XVI a
la montaña de Cristo Rey suscita recuerdos que desdoblan historias en lo
que parece déjà vu. Se asocian leyes, relaciones de Iglesia y
gobierno, laicismo y libertad, nombres y fechas.
En una crisis de
la Iglesia católica hace mil años, hubo un monje llamado Hildebrando,
conocedor de los problemas, quien aceptó el cargo en 1073 y en 12 años
de gobierno, como Papa Gregorio VII, luchó primordialmente contra la
lascivia de los clérigos y la intervención de los gobernantes laicos en
el nombramiento de las dignidades eclesiales. Puso en juego su genio y
una voluntad indomable, usando todos los recursos a su alcance, desde el
perdón hasta la excomunión, y mereció elogios aun de sus enemigos.
Hildebrando es nombre emblemático en alguna empresa del actual presidente de México o de su familia.
En
estos primeros años del pontificado del papa Benedicto XVI se advierte,
a la manera del monje Hildebrando, una apertura y enfrentamiento al
problema de la incontinencia de algunos clérigos que ha tenido
resonancias en los medios de Estados Unidos, México y Europa. Ya sale a
la luz lo que antes se manejaba con silencios, creyendo que sería peor
el escándalo.
En febrero de 1917 entró en vigor la Constitución
Política de México, que contenía varios artículos de imposible
cumplimiento: en la instrucción escolar obligaba a un laicismo contrario
a un modo de vida consuetudinario en un pueblo entonces 98% católico,
impedía a la Iglesia tener bienes y despojaba a los ministros de su
nacionalidad (arts. 3, 27 fr. II, y 33.) Faltaban aún los reglamentos de
aplicación.
Entre 1920 y 1923 sucedieron alrededor del cerro del
Cubilete varias cosas: El obispo de León, monseñor Emeterio Valverde y
Téllez, en visita diocesana a Silao, contempla el “Cubilete” y decide
celebrar una misa en la cumbre, lo que hace con asistencia de unas 20
mil personas. Exalumno del seminario de León, José Natividad Macías,
quien redactó el proyecto de Constitución que Carranza presentó en
Querétaro al Constituyente, era propietario del cerro y lo donó a la
Iglesia.
Antes de un mes, jornaleros voluntarios levantaron un
monumento con cuatro altares en la base, una pirámide octagonal truncada
como basamento de un hemisferio en el que posaron una estatua de Cristo
Rey.
Se proyectó un santuario y el obispo invitó al delegado
apostólico, monseñor Philippi, a que colocara la primera piedra. “Como
cincuenta mil personas presenciaron el solemne acto” (El Universal, 11
de enero de 1923, desde Silao).
Trescientos dragones del 45 regimiento llegaron desde Celaya para evitar desórdenes. Su presencia fue innecesaria.
Monseñor
Philippi celebró misa, predicó, fue fotografiado con un grupo de
obispos y al segundo día se le notificó en León la orden de expulsión
dictada por el presidente Obregón. Los dos siguientes delegados papales
serían expulsados por el presidente Calles, quien al casarse su hija ni
quiso entrar al templo y su amigo Obregón fue a entregarla.
Estaba
en proceso la llamada Guerra Cristera (1926-1929), durante la que
fueron cerrados todos los templos, las escuelas dirigidas por
religiosos, expulsadas las monjas extranjeras, cientos de clérigos,
algunos obispos, y fusilados o crucificados numerosos sacerdotes que no
abandonaron a sus feligreses.
El gobierno no cambió ninguna ley, pero se volvió tolerante.
El monumento a Cristo Rey fue certeramente destruido por bombas que arrojó la aviación militar en ese tiempo.
El
Papa Juan Pablo II elevó a unos pocos a los altares. Un ejemplo es el
santuario que se construye en Totatiche, Jalisco, el Estado más
cristero, en sus límites con Zacatecas, para honrar a los sacerdotes
Magallanes y Caloca, fundador el primero, y primer egresado el segundo,
del seminario del lugar.
Personas hay en la república que tienen
devoción, y prenden veladoras en altarcitos domésticos o en una
trastienda, frente a una fotografía del padre Miguel Agustín Pro,
jesuita fusilado con público y prensa sin previo juicio, como lo fueron
muchos otros. A veces, antes del fusilamiento se les desplantaban los
pies y se les obligaba a caminar.
Los cristeros, por interpósitas personas, llegaron a comprar armas y parque del ejército que los combatía.
Celia
Carranza, hija de quien promulgó la Constitución, dice en su diario el
12 de junio de 1929: “Hoy he sentido un dolor intenso en mi corazón, a
pesar de haber llegado de la casa de una amiga donde ocultamente se
celebraban dos misas diarias por haber cerrado las iglesias el Gobierno,
que no he podido menos que desahogarme escribiendo”.
Las modificaciones a las leyes no modifican a ningún pueblo.
Cárdenas, en algún momento, dijo: “Ya estoy cansado de cerrar iglesias; voy a abrir escuelas.”
La
obra del monumental conjunto actual se tardó ocho décadas. Creo que el
presidente Calderón pudo hacer dentro de su primer año las
modificaciones que acaba de lograr en el último, dejando, como parece
ser, muchas de las obras prometidas en su campaña electoral en el
olvido. l
*El autor ha escrito, entre otros libros, Un extraño en la tierra, biografía no autorizada de Juan Rulfo.
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