¿A qué le teme Felipe Calderón?
Daniel Martínez CunillCercanas las elecciones presidenciales en México es bueno recordar que el gobierno de Calderón inició con un gran déficit de legitimidad. No discutiré si hubo fraude o no. Sólo señalaré que el propio Calderón sabía en el 2006 que asumía el gobierno en un contexto de repudio y cuestionamiento al poder que iba a ejercer.
La razón profunda de Calderón para
desencadenar la guerra contra el Narco, sin estrategia, sin inteligencia
previa, sin depurar los aparatos policiales e improvisando acciones,
fue el temor, porque había violado desde el primer día las normas que le
hubieran dado la legitimidad necesaria para que la ciudadanía acatara
su derecho a mandar.
Es obvio que Calderón nunca leyó a Sun Tzu que enseña: “Quien gana un combate es fuerte, quien gana antes de combatir, poderoso. La verdadera maestría es vencer sin combatir”. A
cambio, Calderón ávido de legitimidad, se entrega en manos de policías y
militares y desata una guerra que no tenía ganada ni podía ganar por
improvisada.
Para lograr la aceptación, cualquier gobierno requiere desde antes de asumir el poder, gozar de lo que llamaríamos una legitimidad previa
El fundamento del poder reside en su legitimidad y sus posibilidades de
construir la paz y la seguridad dependerán del respeto a un conjunto de
normas ya incorporadas en la sociedad y generadas en sus orígenes desde
el consenso. Tanto la seguridad como la paz que emanará de ella sólo se
pueden alcanzar si el poder ascendente se sustenta en una legitimidad
previa.
Incluso, aún y contando con legitimidad,
el accionar inicial de un gobierno es el que habitúa progresivamente a
los ciudadanos a dar su aprobación mayoritaria. Es decir que Calderón
debió demostrar primero que respetaba las leyes y principios para que le
pueblo lo respetara a él y sus decisiones.
Han transcurrido casi seis años y el
error persiste. En ese sentido, el affaire Florence Cassez es
paradigmático porque reafirma el temor de Calderón y su actitud de
construir legitimidad desde la ilegitimidad. De allí que en lugar de
sancionar uno a varios policías por violar Derechos Humanos y no
respetar el debido proceso, opta por empecinarse en su idea de
legitimidad a partir de supuestos resultados y con omisión o
indiferencia del Derecho como principio rector.
En su texto El Príncipe,
Maquiavelo dice que la razón de la existencia del Estado es el orden y
la seguridad y que para conservar el orden de un Estado hay dos formas:
uno con las leyes y otro con las fuerzas. Aconseja a los mandatarios a
hacer buen uso de ambas.
Pero el príncipe Felipe no leyó, o leyó
mal, a Maquiavelo y quiso hacerse amar por los mexicanos por medio del
temor a la guerra y donde él y los suyos jugarían el papel de defensores
del pueblo. La doctrina de Calderón entonces, viene a ser una
racionalización de su conocido “haiga sido como haiga sido”. Es decir,
prescindiendo de la legitimidad y las formas, lo que cuenta es el
resultado a favor del gobierno/ de su partido/ de las deficiencias y
vacíos de su personalidad, y menospreciando la naturaleza de los
principios internacionales que México ha suscrito.
Para Calderón nada tiene precedencia, no
importan las violaciones, lo que cuenta es el resultado del cual emanará
una nueva legitimidad. Vamos ganando, tenemos la razón, “haiga sido
como haiga sido”. A cada fracaso agregó una dosis de su propio temor y
se sumergió en una espiral de violencia cuya hipotética victoria
justificaría todos los costos sociales y las violaciones a los Derechos
Humanos. Culminará su gestión derrotado como General y aborrecido como
Presidente.
En las postrimerías de su gobierno a lo que más le teme Felipe Calderón es a su propio miedo.
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