Punto central
pgomez@milenio.com
Como siempre ocurre en México, el chisme, los dimes y diretes, los rumores, el comentario chusco, los editoriales de puntachos y pedradas, en fin, todo lo que no importa, es lo que más se proyecta sobre el tema petrolero. Y así va a seguir, por desgracia.
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Como siempre ocurre en México, el chisme, los dimes y diretes, los rumores, el comentario chusco, los editoriales de puntachos y pedradas, en fin, todo lo que no importa, es lo que más se proyecta sobre el tema petrolero. Y así va a seguir, por desgracia.
El punto central es el financiamiento de la industria petrolera. Más allá de la carga fiscal y de sus costos, Pemex tiene ganancias. La confusión de las utilidades con la renta petrolera es uno de los engaños del gobierno. La renta petrolera pertenece a la nación, es decir, a la dueña del petróleo. La ganancia industrial le pertenece también a la nación, pero a través de Pemex, es el superávit necesario para su desarrollo, para cumplir sus fines, aquellos que la nación le ha dado. Sin embargo, el gobierno retiene la renta y las ganancias. Se queda con todo.
¿Por qué ocurre esto? En la medida en que el precio del petróleo aumenta, se incrementa también la renta petrolera, por un lado, y las utilidades, por el otro. El gobierno federal, por mandato de ley, tiene que repartir entre las entidades federativas una parte de la renta petrolera que ingresa a través de derechos de extracción de hidrocarburos, pero la ganancia de Pemex la retiene en su totalidad; ésa no la reparte. ¿Qué hace el gobierno con las utilidades? Las usa para cubrir la mayor parte de su propio déficit, es decir, la diferencia entre lo que gasta y lo que le ingresa.
Desde hace tiempo, el gobierno decidió que el financiamiento de Pemex con los llamados Pidiregas —el cual se hacía cuando el precio del crudo estaba muy bajo— debía continuar también en el nuevo periodo de vacas gordas. Con esto, el Presidente de la República podía eludir su obligación de cobrar bien los impuestos cubriendo su indolencia con las ganancias de Pemex. De esa forma, el gobierno, en lugar de reducir gasto, aumentar recaudación y contratar deuda directa para cubrir el presupuesto de egresos, obliga a Pemex a endeudarse para asegurar sólo la mínima inversión necesaria. Por esto, Fox se negó a construir refinerías y aumentar la exploración de nuevos campos.
El punto central se encuentra en dejar a Pemex sus ganancias, incluyendo las no presupuestadas, con el propósito de que construya refinerías, plantas petroquímicas y ductos, aumente la exploración y rehabilite pozos. Hoy, Pemex no tiene la menor necesidad de endeudarse y muchos menos con bonos inconstitucionales que repartirían ganancias. Es suficiente el superávit de operación para realizar un amplio programa de inversiones productivas, las cuales se van a pagar solas. De esa forma, el país tendría los refinados y petroquímicos que ahora compra en el exterior y aumentaría las reservas de aceite y gas.
Con suficientes recursos, Pemex debería darse a la tarea de acabar con la corrupción del contratismo de sus directivos y la de su propia burocracia sindical parasitaria que lo chantajea y exprime. Pero aquí no puede haber nueva ley que valga, pues la corrupción ya está prohibida. Aquí se necesita un gobierno fuerte, honrado y valeroso, pero de eso no hay.
Con suficientes recursos, Pemex debería volver a industrializar el complejo estatal petrolero, pues los contratos con privados y las importaciones han reducido la capacidad propia.
Bueno, claro, todo esto sin grillas, componendas, corruptelas ni especulaciones, es decir, con política. ¿Se puede?
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