¡¡Exijamos lo Imposible!!
La televisión y la religión
José Díaz Cervera
Más de cincuenta años de televisión nacional debieran hablarnos de una epopeya donde se haya ido forjando un imaginario colectivo en el que debieran caber todos los usos y las prácticas de una sociedad civil que se abre dificultosamente camino entre la sin razón y la intolerancia. Pero no.
Para la televisión no hay más partido que el partido en el poder ni más religión que el catolicismo (y eso que no tenemos religión oficial). Aquí comienzan algunas contradicciones y paradojas.
Según algunas proyecciones, en México el catolicismo está a la baja. Los censos que tradicionalmente arrojaban cifras mayores al 95% de población católica en el país, ahora apenas dan cuenta de un 80%; el número, sin embargo, todavía puede matizarse si contamos a los católicos practicantes y verdaderamente comprometidos, a los de costumbre y a los que se autonombran católicos “a su manera”. Tomando en cuenta esta división el asunto se vuelve alarmante para la feligresía que tiene como máxima autoridad a un pastor alemán.
El caso es que México ha entrado en la dimensión de la diversidad religiosa y los únicos que parecen no haberse percatado de ello son los productores y altos jerarcas de la televisión comercial. La simulación es el ingrediente principal de este estado de cosas, y ello supone una especie de maridaje entre los medios electrónicos y las altas jerarquías eclesiásticas, que se mueven entre la censura y el chantaje para con la sociedad civil, pero son absolutamente tolerantes con la inmoralidad que supone el hecho de llenar de basura las horas de entretenimiento del espectador.
Para la iglesia, las mujeres son violadas porque se exceden en la exhibición de sus bondades corpóreas; según esta lógica, ninguna mujer sufriría agresiones sexuales si se comportara con recato ¿no hay en este planteamiento una defensa velada de los curas pederastas? Seguramente ellos violaron a menores de edad porque éstos los provocaron con conductas indebidas.
Ahora bien, lo que sucede en una institución religiosa es algo distinto a la fe de la gente. Lo hermoso de la fe es que se sostiene en el aire, pues si pudiera sustentarse en alguna certeza dejaría de ser fe. El que tiene fe posee una fuerza especial que proviene precisamente de su inanidad. Lo triste es que a partir de la fe se han cometido las peores atrocidades.
Cuando yo veo lo que hace la televisión con la fe —la buena fe— de muchos mexicanos, cuando yo veo cómo a partir de ella se fomentan la discriminación, el sectarismo y la intolerancia, me siento francamente incómodo. Intuyo que la religiosidad en México es de mala calidad, sobre todo porque da una importancia desmedida a lo ritual y muy poca al desarrollo de la espiritualidad; si a esto le agregamos que desde la televisión se hace la apología de ese estado de cosas, negando la existencia de otras religiones y aun del creciente ateísmo o de la fe sin adscripción institucional, puedo pensar que existe un interés ilegítimo para que las cosas vayan por ese cauce.
Sería todo un acontecimiento en la historia de la televisión mexicana el que una telenovela no termine con un matrimonio ante un altar católico y, por el contrario, veamos una ceremonia distinta, sólo para documentar que, para bien o para mal, existe algo que se llama libertad religiosa. Es necesario que el tema religioso entre en otras latitudes en su tratamiento televisivo.
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