lunes, 25 de agosto de 2008

FABRICA DE SECUESTRADORES

¡¡Exijamos lo Imposible!!
Lydia Cacho

Plan B
Fábricas del mal

Un buen cuerpo policiaco precisa del equilibrio entre el entrenamiento técnico y la educación ética

Hace unos días impartí un taller ante un grupo de jueces, ministerios públicos y policías investigadores. Hablamos sobre explotación sexual infantil. Cuando comencé a enumerar los síntomas del agotamiento emocional que sufren quienes atienden a víctimas de delitos, todos asentían, como el paciente que ante una médica se atreve por fin a hablar de sus padecimientos. Gastritis, colitis nerviosa, insomnio, ansiedad, depresión, beber y comer compulsivamente, y una disminución de la libido.

Pregunté cuántos de ellos y ellas se llevaban en la mente a las víctimas de secuestro o de violación a casa, o cómo endurecen el corazón para no sufrir hasta enloquecer; la mayoría asintió. Miradas cansadas y algunos a punto de llorar; desde un juez de 60 años, hasta una ministerio público de 28 años. Esto me lleva a preguntar si las personas de quienes depende el sistema de justicia penal están sumidas en estados de miedo, depresión y ansiedad. ¿Cómo escalar ese impedimento para que sean efectivos y a la vez mantengan una salud emocional mínima?

Luego del secuestro y asesinato de Fernando Martí, los medios y parte de la sociedad se han volcado a exigir seguridad. Las peticiones desesperadas van desde la absurda solicitud de una policía militar, hasta cárceles especiales para secuestradores. Uno de los problemas radica en que para que el secuestrador llegue a la cárcel se necesita de una cadena de expertos que va desde quien responde al teléfono de emergencia, hasta la policía investigadora, pasando por el ministerio público y el juez. Por un lado prometen que habrá policías honestos, pero de 8 mil plazas que la SSPF abrió el año pasado, sólo 3 mil 500 personas acudieron a pedir trabajo como policías. Nadie quiere pertenecer a cuerpos de seguridad desprestigiados y desprotegidos. En el supuesto de que logren contratar a quienes se necesitan, el gran reto de las autoridades será asegurar que el propio sistema eduque a los cuerpos policiacos para hacer el bien como misión esencial.

Para que un policía se corrompa pasa por un proceso paulatino de agotamiento emocional sin contención, desensibilización, frustración por un sistema en el cual si atrapa a 10 criminales, sólo uno termina condenado. Le sigue el discurso de muchos: si mi jefe recibe dinero, ¿por qué yo no? Contrario a lo que suponemos, la mayoría de policías que se asocian con bandas criminales, pasa por un largo proceso que les lleva de haber creído que podrían hacer el bien de manera profesional, y hacer la diferencia para su comunidad, a juzgar que nada tiene remedio y que es mejor aliarse con los malos; ellos no solamente pagan mejor, también les dan sentido de pertenencia y les ofrecen protección.

La experiencia internacional nos demuestra que un buen cuerpo policiaco precisa del equilibrio entre el entrenamiento técnico para investigar, descubrir y detener a los criminales, y una educación ética apoyada por programas de salud mental. Sabemos que el miedo y la rabia son malos consejeros para la sociedad y las autoridades. La violencia genera más violencia, entrenar a los policías para hacer el mal, para ser crueles y desalmados, se revierte contra la sociedad. El odio genera odio. La paz y la ética fomentan el bien social. Mientras las autoridades no lo entiendan, seguirán promoviendo falsas promesas y fábricas del mal.

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