La impunidad, como la humedad,
acaba por destruir todo
María Teresa Jardí
María Teresa Jardí
Los hombres y las mujeres desde siempre han sido y para siempre serán susceptibles de delinquir, de corromperse, de actuar de manera indebida…
Pero es la impunidad la que lo destruye todo.
A la crónica anunciada de las venganzas que se está propiciando que sean cobradas con la impunidad en la que quedan los crímenes --que ya se suman en miles-- que colecciona el PAN como cabeza usurpadora del Ejecutivo federal. Se suma otra crónica que anuncia una situación de aún más difícil solución por su largo aliento y por el plazo, en cantidad de años, que se necesitan incluso para poder establecer la evaluación de los daños. La crónica de las mutaciones mentales que necesariamente se van dando en todos los niveles del contexto social cuando los habitantes de un lugar, en nuestro caso de todo un país, se enfrentan de manera prolongada a situaciones de violencia y peor aún cuando la misma está propiciada por las instituciones encargadas de combatirla. Lo primero es un sentimiento de orfandad generalizado sin posibilidad de elaborar el duelo. Luego el cinismo toma carta de naturalización también en la sociedad y el deseo de ser ella la corrupta y la corruptora se torna en eje de vida de cada vez más grandes sectores. Lo que propicia, como es obvio, la comisión de cada vez más delitos.
Y mientras, a la par, se va convirtiendo el resentimiento, ante el abismo inconcebible entre los más ricos del mundo y los cada vez más millones de pobres, en el mismo deseo de venganza que afecta a los sectores directamente perjudicados por la colección de crímenes impunes. Crímenes horrendos que justifican, sí, el deseo de venganza: ejecuciones, torturas, asesinatos, desapariciones, falsas acusaciones, castigo solamente a la pobreza, condena, a lo largo de generaciones, a la imposibilidad de tener una vida digna, para favorecer a banqueros y a toda una gama de empresarios y políticos ladrones. Cinismo y deseo de venganza fincados en razones. Pero impulsores de sociedades cada vez más complejas, más tristes, más desesperanzadas, más feas...
Y esto suele traer el control por parte de los militares de toda la vida del país, condenado a la represión y a la ausencia de libertad que es a final de cuentas lo que define la búsqueda del hombre desde siempre.
Si alguna justificación tiene lo del libre albedrío otorgado por Dios a los hombres, como señalan las religiones, es la libertad, que el Dios en el que creen o dicen que creen el usurpador y su gabinetito, el Dios que la Iglesia Católica reivindica como el verdadero, les da a los hombres como el bien supremo.
Llegó el momento de poner punto final al secuestro panista del Ejecutivo federal. Llegó el momento de demandar --lo que incluye de manera fundamental al PRI y al PRD-- la salida de Calderón. Y por eso no basta ya con denunciar. Y en el caso de los partidos, que tienen en sus manos la tarea de impulsar el rearme ético de las instituciones, menos aún basta con denunciar cuando de manera pública aceptan que también ya llegaron a la evidente conclusión de que el país no tiene cabeza. Lo que no tendría la menor importancia. En muchos países la cabeza es más simbólica que efectiva cuando las instituciones funcionan con la fortaleza que les da el andamiaje ético de su estructura.
No hay otra manera de hacer funcionar a las instituciones que la que se forja sobre el andamiaje ético de su estructura. Estructura que se sostiene sobre el pilar de que los delitos cometidos por las personas que laboran en las instituciones no quedarán impunes. La impunidad que es como la humedad que llega a todos los rincones y contamina todo lo que encuentra a su paso. La impunidad destruye el andamiaje de la estructura ética de las instituciones. Y las instituciones sin esa estructura no valen, no sirven, no existen, no son…
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