Creo poco edificante, para la salud emocional de una nación, el que sus pobladores se conviertan en simples espectadores de los triunfos de otros. Mi hipótesis es que en México, la cobertura que se hace de eventos como los Juegos Olímpicos y la Copa Mundial de Fútbol es la más exhaustiva del mundo y que ello, en lugar de ayudar al desarrollo de la práctica del deporte en nuestro país, sólo ha frenado el mismo.
Televisa movilizó para la ceremonia inaugural de Pekín a una cantidad por encima de las 250 personas, entre técnicos, comentaristas, actores, productores y directivos; la cantidad es exagerada por donde se le vea, sobre todo para un país tan pobre como el nuestro que, además, espera resultados magros de la justa. El despliegue de recursos escenográficos y de producción en general de las transmisiones paralelas es, además, bastante aparatoso. Para Televisa las olimpiadas son un negocio altamente rentable, lo mismo que para TV Azteca, su competidora.
Esto no tendría la mayor relevancia si este lucro no se obtuviera atornillándonos tardes enteras frente a la pantalla, sin que ello implique un conocimiento real de lo que vemos y un impulso a la práctica deportiva en un nivel colectivo; a las televisoras de nuestro país se les acuerda que el deporte es mucho más que el fútbol, sólo cuando se da un acontecimiento como las olimpiadas.
Del otro lado está el híbrido que, con cierto ingenio, comenzó en 1986, durante el mundial de fútbol celebrado en nuestro país, cuando a José Ramón Fernández se le ocurrió dar un toque de humor a los resúmenes y para ello incluyó algunas cápsulas cómicas con la participación de actores como Andrés Bustamante. La necesidad de llenar un tiempo previamente facturado, y de mantener el “raiting”, abrió una modalidad que sigue resultando extraña en muchos países, pero no en el nuestro.
El caso es que estos programas han ido exagerando y han llegado a límites verdaderamente patéticos (hay que recordar que en Atenas, unos “cómicos” fueron—justificadamente— acusados de robo por hacer la “broma” de tomar algo que no era suyo).
En la necesidad de improvisar algo todos los días, los pseudocomediantes salen a las calles a preguntar estupideces y a burlarse de la gente sin el menor recato, haciendo un humorismo incomprensible en muchas latitudes por su nivel de estupidez y puerilidad.
Asimismo, los “reportajes” donde se nos ilustra sobre las curiosidades y exotismos de los países visitados, donde se colecciona información chatarra, sirven a veces para que algunas actrices de la empresa luzcan el palmito y la gracilidad, al mismo tiempo que su gran ignorancia y sus incompetencias lingüísticas.
Tengo, sin embargo, la ligera sospecha de que este esquema de transmisión ya se desgastó en el nivel que realmente importa a las televisoras, que es el de la audiencia. Me temo que en esta ocasión, los patrocinadores no quedarán complacidos. Ojalá que la respuesta a este desgaste no sea más absurda, y que en lugar de formar malos espectadores de triunfos ajenos, se ponga algo para el desarrollo deportivo e intelectual de nuestro país. Cuando yo veo a una señora con tubos y una bolsa, como si viniera del mercado, diciendo tonterías y vulgaridades y burlándose de una manifestación cultural del país anfitrión, me siento avergonzado de haber estudiado esa cosa rara que se llama comunicación.
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