La Jornada
La decepción de EU ante Latinoamérica
Como se recordará, el pasado 9 de marzo el presidente Barack Obama calificó al país sudamericano de "amenaza extraordinaria e inusual a la seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos", ordenó un bloqueo de las cuentas venezolanas y prohibió la entrada a territorio estadunidense a siete funcionarios del gobierno de Nicolás Maduro.
En respuesta a semejante despropósito –porque no hay un solo dato indicativo de que el gobierno de Caracas pudiera amenazar de alguna forma la seguridad de la superpotencia–, gobiernos individuales y organismos regionales como la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) y la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba) criticaron las medidas de Washington y pidieron a Obama que las derogue a la brevedad.
Si el Departamento de Estado, por boca de Roberta Jacobson, puede llamarse a sorpresa ante la unanimidad y contundencia de la respuesta latinoamericana, ello sólo se explica por el descuido de la diplomacia estadunidense hacia la región en las últimas dos décadas. En efecto, hasta fines del siglo pasado tal reacción habría resultado impensable, pero de entonces a la fecha se han desarrollado en la porción sur del continente procesos de reivindicación de las soberanías nacionales y de integración regional que han transformado los paradigmas latinoamericanos incluso en los gobiernos que han permanecido de espaldas a tales procesos –como los de México, Colombia y Perú– y que, en cambio, han persistido en mantener la tradicional supeditación política, económica y diplomática hacia la potencia del norte.
El empeño estadunidense en contra de Venezuela resulta tanto más grotesco si se considera que la Casa Blanca acaba de dar pasos concretos de distensión con Cuba, sobre la que ha mantenido durante medio siglo un implacable bloqueo económico, una política de permanente hostigamiento e incluso un respaldo activo a grupos terroristas del exilio anticastrista.
Independientemente de la postura que se adopte acerca de la tensa situación política interna de Venezuela, ningún gobierno de América Latina puede, sin ruborizarse, estar de acuerdo con el disparate expresado hace un mes por Obama, entre otras razones porque es evidente que las cosas son exactamente al revés: es Washington el que amenaza la seguridad nacional de Venezuela, y su activa beligerancia de respaldo a los opositores a Maduro es un ejemplo claro de ello.
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