Hablando de mujeres…
Ricardo Rocha
…y sin
traiciones, por cierto. Lo que intento es reflexionar sobre tres mujeres
protagonistas de nuestro tiempo, que hoy llaman la atención por motivos
diversos y con diferentes intensidades.
Primero Isabel
Miranda de Wallace, quien sorpresivamente fue postulada por el PAN como
su candidata a la jefatura de gobierno del Distrito Federal. Una
designación que sorprendió todavía más porque pasó por encima de al
menos cuatro precandidatos panistas y fue tan fast track que no requirió
ni de encuestas ni debates; vaya, ni siquiera una convocatoria. Una
urdimbre tan discreta y definitoria que sólo pudo provenir de Los Pinos
en conexión con la colonia Del Valle. Para algunos una maniobra
desesperada y para otros una jugada maestra que al menos abre la
posibilidad de una presencia blanquiazul en un pleito que parecía
exclusivo entre el PRD y el PRI desde hace casi 20 años.
Nacida a la vida
pública en el dolor indecible del crimen de su hijo y fraguada en su
largo peregrinaje en reclamo de justicia, Isabel se ha convertido en una
figura conocida y respetada. Aunque nadie puede asegurar si esos
atributos se traducirán o no en convencimiento y votos. Si además, la
admiración que suscita se acompañará también del carisma y la empatía
indispensables para contender en una batalla que se anticipa cerrada y
hasta cruel. Por lo pronto, priístas y perredistas ya le dijeron que la
respetan mucho pero que bienvenida a la realidad y que la que se lleva
se aguanta. A los señalamientos sobre su falta de experiencia y el
oportunismo de su candidatura se suman no pocas voces que, con una buena
dosis de machismo, se le han lanzado al cuello con la consigna de
exhibirla como ingenua y vulnerable. Más aún, comienzan a circular
historias negras de cuando la señora Wallace era “magnata” de los
anuncios espectaculares.
Es evidente que
Isabel tiene mucho que aprender. Pero me temo que se equivocan quienes
creen que será una candidata débil y asustadiza. Por el contrario, creo
que el coraje y la tenacidad que ha demostrado se traducirán pronto en
una campaña que indiscutiblemente viene a refrescar un proceso que
empezaba a ser fastidioso.
El falso debate
de si debía haberse quedado en la iluminación de los luchadores sociales
en lugar de sucumbir a las oscuridades del poder ya está rebasado.
¿Quién podría ser el moralino de la primera piedra? Por lo pronto, yo
creo que en este otro terreno habría que darle la bienvenida porque será
una guerrera formidable.
En segundo
lugar, y si de mujeres hablamos, es absolutamente necesario referirnos a
Josefina Vázquez Mota. Por sí misma un personaje telenovelesco desde
que alcanzó notoriedad con aquel clásico de los libros de autoayuda:
Dios mío, hazme viuda, por favor, ha tenido una carrera fulgurante y
contrastante en la política, donde ha navegado con habilidad en las
aguas procelosas de los sexenios de Fox y Calderón. Lo mismo implementó
el exitoso programa de Oportunidades como secretaria de Desarrollo
Social que se paralizó en la Secretaría de Educación Pública para
revivir como diputada y coordinadora de la bancada del PAN, de donde
emergió para buscar la candidatura de su partido a la Presidencia de la
República, a contrapelo del presidente Calderón, que ha tenido como su
evidente “delfín” al señor Cordero.
Por cierto, hoy
nadie duda que Josefina será la candidata si nos atenemos a la
contundencia de sus números en encuestas sobre los señores Santiago y no
se diga Ernesto. Donde hay toda suerte de especulaciones es en lo que
sucederá después: desde un apretado triunfo sobre Peña y López Obrador
en un inédito cierre tripartito, hasta una declinación a favor del
segundo lugar o un mutis llamado voto útil.
Por lo pronto, Josefina seguirá haciendo historia: por primera vez una candidata mujer competitiva. Nada más, pero nada menos.
Por último, pero jamás en orden decreciente, quiero dejar testimonio de homenaje y solidaridad a Lydia Cacho.
Lo primero, por
su trayectoria única de firmeza y congruencia. Como periodista, en una
línea recta inamovible contra viento y marea. Son bien sabidas las
consecuencias que Lydia ha enfrentado con un valor a toda prueba ante el
poder desvergonzado y obsecuente del tristemente célebre “góber
precioso” en una inolvidable batalla. En la que si bien no se hizo
justicia, sí se alcanzó un brillante triunfo moral en el que Lydia nos
condujo a todos nosotros.
Su otra faceta
es no menos admirable. En ella la conocí. Como fundadora e infatigable
directora del Centro Integral de Atención a las Mujeres y sus hijos en
Cancún, su tierra adoptiva. Una y otra vez documenté en reportajes su
ternura infinita para acompañar los sufrimientos del prójimo, su firmeza
para mantener el timón en la desesperación de la escasez de recursos. Y
sobre todo, su valor inaudito contra las amenazas de muerte y hasta los
disparos contra aquellos muros amorosos de parte de los golpeadores de
tiempo completo.
Hoy me duele
—aunque sé que no tanto como a ella— el saber que el CIAM cerrará sus
puertas por falta de ese apoyo oficial que se prodiga a los
incondicionales y se escamotea a los críticos.
Mi único consuelo es saber que Lydia seguirá luchando. Y durante mucho tiempo.
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