Sospechoso aplazamiento
Guillermo Fabela Quiñones
Apuntes
La
decisión de la Comisión Federal de Competencia (CFC), de aplazar hasta
el 7 de febrero el resultado de su evaluación sobre las negociaciones
entre el duopolio televisivo, a fin de apuntalar un súper monopolio
comunicacional, despertó fundadas sospechas de que el gobierno federal
pretende un arreglo satisfactorio para Televisa y TV Azteca. Aun cuando
así esté estipulado en la Ley Federal de Competencia, parece un
despropósito político tal determinación, debido a la preocupación que
despertó en amplios sectores el afán de los propietarios de ambas
empresas de afianzar sus intereses, para cancelar toda posibilidad de
competencia en el campo de la televisión abierta.
Es de la mayor trascendencia que la CFC cumpla sus funciones, pues está
en juego no sólo el futuro de la incipiente democracia mexicana, sino la
viabilidad de México como país con un nivel educativo acorde con los
parámetros de los organismos internacionales de los que formamos parte.
Sería muy grave que la comisión avale la formación de un monopolio
hegemónico, en una actividad social que es fundamental para el
desarrollo cultural de los mexicanos. Aprobar la asociación que
pretenden ambas empresas, no sólo sería anticonstitucional, sino un
firme atentado a la libertad de expresión, en cuanto que se legalizaría
la forma antidemocrática como el duopolio maneja la información.
El problema de fondo no reside en que Televisa quiera entrar al negocio
de la telefonía móvil, con el 50 por ciento de la empresa Iusacell
propiedad de TV Azteca, sino en la ampliación de un monopolio que
cancelaría toda posibilidad de que surjan competidores. He aquí un claro
ejemplo de que el famoso libre mercado que tanto defienden los grandes
intereses, es un verdadero “mito genial”. Si en la actualidad, ambas
empresas se reparten el gran pastel de la publicidad como les viene en
gana, al apuntalar su hegemonía se convertirán de facto en un estado
dentro del Estado. La sociedad quedaría totalmente indefensa ante su
descomunal poderío, y harían del país un reducto de sus caprichos e
intereses.
Así, México pasaría a ser el país donde se inaugurara una telecracia
como jamás vislumbró, por ejemplo, un autor tan visionario como H. G.
Wells. Esto no le convendría a nadie, ni siquiera a los grandes
empresarios, pues quedarían a merced del súper monopolio, el cual
impondría sus condiciones sin ninguna reticencia. Y ni qué decir de la
entidad al frente del Ejecutivo, la cual pasaría a ser un activo más de
aquél. No es una exageración tal aserto, sino una posibilidad muy real
ante el poder que por sí solas tienen ahora ambas empresas, mismo que
una vez formalmente unidas se convertiría en una fuerza indestructible.
Si la autoridad federal se doblega hoy ante el duopolio, mañana no
tendría oportunidad ni siquiera de mirar de frente a sus propietarios.
De por sí, en la actualidad, el Poder Ejecutivo pasó a ser rehén de una
elite oligárquica que impone sus intereses por encima de los de la
sociedad en su conjunto, sin ninguna cortapisa, de consolidarse un súper
monopolio de las características del que pretenden construir Televisa y
TV Azteca, dicha entidad que debería arbitrar las relaciones de la
sociedad de manera imparcial, quedaría en calidad de un “gerente
general” del verdadero poder al frente del Estado.
Lo más preocupante es que es real esa posibilidad, ante el afán de
Felipe Calderón de no confrontarse con el duopolio ahora que está por
salir de la casa presidencial. Es natural que busque la protección
mediática que le pueden proporcionar ambas empresas, y de pasada
conseguir que apoyen a su delfín, Ernesto Cordero. Si esto no fuera
posible, pues cuando menos que apoyaran a Josefina Vázquez Mota, y en el
último de los casos hacer acuerdos con Enrique Peña Nieto para salir lo
mejor librado posible, con el compromiso de que su administración pague
los servicios del duopolio y así poder derrotar al abanderado de la
sociedad civil, Andrés Manuel López Obrador.
Lo paradójico de este asunto es que los temores del panista son
infundados, porque López Obrador no llegaría a Los Pinos con ánimos de
venganza, no porque así lo haya dicho en repetidas ocasiones, sino
porque son tantos los retos a enfrentar desde el Ejecutivo, que no
habría tiempo para emprender “cacerías de brujas”. Es tanto lo que hay
que recomponer, que faltaría tiempo para cumplir en un sexenio las metas
en esa dirección. Tan sólo, dar plena vigencia al Estado de Derecho, es
de por sí una tarea monumental, que demandará todas las energías del
jefe de las instituciones.
Ni qué decir sobre los extraordinarios esfuerzos para hacer que el país
recobre la paz y retome el camino del crecimiento real, con una
orientación democrática. Esto es vital para todos los sectores, como
bien lo saben los miembros de la Cámara Nacional de la Industria de la
Transformación, cuya dirigencia acaba de cuestionar la indiscriminada
apertura comercial de los gobiernos neoliberales.
(guillermo.favela@hotmail.com)
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