Calderón: ¿enfermo o delincuente?
Francisco RodríguezIndice Político
La “defensa” u ofensiva que desde Los Pinos y varias dependencias de la fallida Administración de Felipe Calderón sobre el real o supuesto alcoholismo de Felipe Calderón ha demonizado o anatematizado a una enfermedad a la que se presenta cual si fuera un crimen o un delito.
Esas defensas a Calderón —que en realidad son ofensas— presentan al ocupante de la residencia presidencial cual si fuera un criminal y no un enfermo que requiriera atención médica.
Durante más o menos una década, la Organización Mundial de la Salud sí consideró al alcoholismo como una enfermedad, aunque más tarde rectificó y lo definió como un síndrome de dependencia.
“Pese a su significado ambiguo –dice el Glosario de términos de alcohol y drogas de la Organización Mundial de la Salud—, el término todavía se utiliza de forma generalizada con fines diagnósticos y descriptivos. Por ejemplo, en 1990 la American Society of Addiction Medicine definió el alcoholismo como una ‘enfermedad crónica primaria en cuya evolución y manifestaciones intervienen factores genéticos, psicosociales y ambientales. La enfermedad suele ser progresiva y fatal. Se caracteriza por los siguientes rasgos, que pueden ser continuos o periódicos: deterioro del control sobre la bebida, obsesión por el alcohol, consumo de alcohol pese a sus consecuencias adversas y perturbación del pensamiento, sobre todo, negación.’”
Ya que sea un síndrome o una enfermedad, quien padece alcoholismo necesita un tratamiento, debido a que la dependencia al alcohol llega a extremos que se manifiestan, de acuerdo a la página www.alcohofilia.org, en “problemas de salud físicos y mentales que interfieren en sus relaciones personales, sociales y laborales, o personas que muestran signos prodrómicos de estos problemas...”.
Así, de ser real el hasta ahora sólo presunto alcoholismo del ocupante de Los Pinos, las defensas sólo lo han criminalizado.
Nadie, por ejemplo, exige que un comunicador presente disculpas cuando se refiere a un diabético o a alguien que padece un mal cardiaco.
Nadie mueve los recursos de su empresa y a sus colaboradores más próximos para desmentir a quienes lo consideran un borrachín, por haber sabido o incluso visto que “se le suben las copitas a la hora de la comida”, y que ya no regresa a la oficina.
Nadie lo hace porque, con dos dedos sobre la frente, sabe que tal “defensa” al final se le revierte.
El tema del supuesto o real alcoholismo de Felipe Calderón ha sido agrandado desde Los Pinos. Su manejo de control de crisis convierte a éstas en verdaderas hecatombes.
Calderón, por supuesto, no es ni con mucho un Boris Yeltsin de los trópicos. Gerardo Fernández Noroña –quien puso el tema en el tapete de las discusiones con aquella manta desplegada en la Cámara de Diputados— no es, tampoco aquel presidente de la Comisión de Seguridad de la Duma Estatal de Rusia (la Cámara baja del Parlamento), el comunista Víktor lliujin, quien propuso a principios de octubre de 1994 que la salud del presidente Yeltsin fuese examinada por una comisión médica especialmente creada al efecto con la inclusión de expertos internacionales. Iliujin, dice la hemeroteca, hizo esa propuesta en la sesión que inauguraba la temporada otoñal de la Duma. Yeltsin está “gravemente enfermo, ha padecido alcoholismo durante largo tiempo y no está en condiciones de dirigir el país”, afirmó Iliujin.
La manta de Fernández Noroña, en todo caso, no afirmaba, sino simplemente preguntaba.
Y ante las dudas que ya por entonces circulaban por todas partes, la conductora Carmen Aristegui sólo pidió que la vocería de Los Pinos emitiera una declaración al respecto.
No lo hicieron, desde luego. Lo que sí acometieron fue una brutal ofensiva en contra de la comunicadora –a la que, de inicio, se sumó su empleador Joaquín Vargas— que fue despedida y, a su recontratación, en contra de los intereses empresariales de las empresas de la familia Vargas.
Y con ello todo México habla ahora del alcoholismo de Felipe Calderón, sea o no real su enfermedad.
Lo peor es que, obnubilados, lo tratan como a un delincuente y no como a un enfermo.
Una actitud típicamente alcohólica, por cierto.
Índice Flamígero: Dice el ocupante de Los Pinos que no, que no y ¡que no! Que no es obsesivo. Que si su fallida Administración combate al crimen no es por alguna obsesión, sino porque no puede tolerar que aquél quiera imponer su ley. + + + ¡100 días! ¡100 días! ¡Ya sólo faltan 100 días! Cien días que, dice doña Evelyn Villavicencio, son las que faltan “para que acabe el horror de la plaga letal que asoló al país estos últimos 12 años…”
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