La magia de las palabras
Laura Bolaños Cadena
Una de tantas modalidades gringas adoptada de inmediato por ser muy
conveniente, es la ideíta de que las cosas no son lo que son sino lo que
tú pienses de ellas. La percepción cambia la realidad. Y para propiciar
esa percepción, basta con cambiarles de nombre. Con eso dejan de ser lo
que son y se convierten en la designación que reciben.
Para
acudir a ejemplos cotidianos, pongamos un caso muy común que se ha
puesto de moda en las empresas. Si a un empleado de última categoría,
vulgo pinche gato, dejas de llamarlo empleado y lo llamas “funcionario”,
va a dejar de sentirse un pinche gato, aunque no le aumentes un centavo
de sueldo y lo hagas trabajar más tiempo sin paga adicional.
La palabra “beca” según todos los diccionarios consultados significa
plaza gratuita en un establecimiento docente, o ayuda pecuniaria que se
concede a un estudiante. Pensión temporal que se concede a uno para que
realice sus estudios. Ayuda pecuniaria para hacer estudios, libros,
investigaciones, etc. Pero ¡oh magia de las palabras! Si a una hipoteca,
en realidad a beneficio de una universidad particular y del banco
hipotecario, en que embarcas a un joven para que realice estudios, le
llamas “beca”, deja de ser percibida como hipoteca aunque luego el
estudiante tenga que pagarla a 15 años con intereses y costo creciente
cada mes de acuerdo al aumento de las colegiaturas en el plantel donde
el joven estudió. ¿Qué tal?
Pero ¡ojo!, no se trata de que por un simple trueque de palabras al
empleado se le ocurra nombrarse gerente y designar al gerente como
“funcionario”, ni de que el estudiante, luego de obtener su título,
pretenda hacer efectivo en los tribunales el significado de la palabra
“beca” y les pinte un violín con la paga al banco y a la escuela. No
señor, en este caso se acaba la magia y nos enfrentamos a la realidad.
Esta receta es para que la manejen los de arriba a fin de hacer tontitos
a los de abajo y no al revés.
Ganamos todos
Siguiendo esa misma línea, Calderón se muestra feliz con sus
“innovaciones”. No nada más en el terreno de la educación. Reparte a
manos llenas a la empresa privada los pocos bienes que le quedan al país
y declina las obligaciones del Estado para que la honorable IP obtenga
mayores ganancias. Se niega a rescatar la segunda línea aérea nacional,
Mexicana de Aviación, y financia proyectos de empresas extranjeras como
la CAF, empresa española que construyó el tren suburbano a Buenavista y
la planta constructora de automóviles Fiat, la estadunidense Chrysler.
Promulga la Ley de Asociaciones Público-Privadas que permitirá a la IP
participar en proyectos de infraestructura que siempre han sido parte de
las inversiones estatales, y asegura estar pensando en abrir mayores
espacios al capital privado. Menos gobierno y más iniciativa privada. O
sea más, mucho más de lo mismo que venimos experimentando desde hace
casi treinta años. Asegura, entusiasmado, que con esto “ganamos todos”.
Construimos un México próspero y seguro. ¿O no estamos viendo que con la
estrategia de Calderón, México se transforma día a día en un país
mejor? Si nos quejamos es por no dar crédito a sus palabras. Con toda
razón él mismo ha dicho en otras ocasiones que la inseguridad es
cuestión de percepción. Y la pobreza también. Basta con atenernos a lo
que dice y acabaremos pasándolo como en el primer mundo.
Pero somos tercos
Hay mexicanos empeñados en la percepción equivocada. Hablan tanto de
inseguridad y de pobreza, de sequías y heladas que por eso nos va como
nos va. Si hiciéramos caso de las palabras de nuestros funcionarios
públicos, otro gallo nos cantara. ¿Por qué no escuchar al presidente de
la Comisión de Agricultura del Senado, el panista Alberto Cárdenas
Jiménez? Hasta ahora no se ve una situación de emergencia en el país por
causa de los fenómenos meteorológicos que nos azotan, dice. No hay
falta de alimentos, no hay escasez. Lo de la Tarahumara no ocurre nomás
ahí, hay muchos pueblos donde sucede lo mismo, pero el gobierno está
atendiendo la situación. Que no cunda el pánico. Y si se pone muy feo el
asunto, pues aquí nomás al Norte tenemos quien nos surta de alimentos,
afirma. Los EU, claro. ¿Qué más queremos? Tranquilos, tranquilos. Hay
que pensar positivo y todo saldrá bien. Pero más que nada, debemos
confiar en las palabras de nuestros gobernantes y no andarnos fiando de
la realidad, sostengo yo.
¿Alguien se acuerda de Manón Lescaut?
Célebre muchacha alegre francesa, heroína de una novela famosa. En
cierta escena es sorprendida en plena infidelidad por su amante quien le
reprocha con dureza su deslealtad. “Ya no me quieres”, lloriquea ella.
“Crees más en lo que ves que en lo que yo te digo”.
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