¡¡Exijamos lo Imposible!!
Por Esto!
El último grito
María Teresa Jardí
Con
Fox mutilando el escudo nacional, podríamos haber anticipado los
mexicanos lo que a continuación seguía con Calderón y llegó el día del
que será, a todas luces, el último grito. Grito que habrá dado Peña
desde el balcón de un palacio al que poco le queda ya de mexicano.
Triste día para el pueblo mexicano también hoy. Triste día, con una
sociedad que se sentará a ver el desfile con el que el miedo se
pretenderá crear.
La fuerza bruta con Peña se empleará, que nadie lo dude, contra los que
se opongan a la entrega, que el producto vendido por la telebasura
mexicana, como vende mangueras, sartenes y fajas... como vende
ilusiones, para los pobres, que sólo pueden comprar los ricos. Así fue
vendido Peña Nieto, como si fuera un producto que se sabe que es falso
lo que sobre él se oferta y que, sin embargo, los que pueden lo compran. Unos porque los atrapa la oferta. Justificada, hay que decirlo, luego
del paso del PAN como mafia sentada en la silla del Ejecutivo federal.
Otros porque a base de repetir y repetir y repetir hasta el cansancio
sus bondades, compran convertidos también en adictos. Lo mismo sucede
con los casinos que convierten, al que prueba, en ludópata.
Con Fox, prácticamente se acabó la puesta de banderas, disminuida desde
Zedillo, hay que decirlo, en los coches y en los balcones, puertas y
ventanas de las casas. Con Calderón se acabó y con Peña se exterminó
también la venta. El sábado, me paro a hablar con un empleado de un
puestito callejero que vende también aretes y pitos, y hasta
serpentinas, y me dice que no ha vendido nada en toda la semana, que ya
se sabe que no se va a vender nada, pero que a ellos los manda el dueño,
que ellos tampoco saben quién es, para hacer la finta de que sigue
siendo importante el mes de la patria para el colectivo mexicano.
Todo, en este país, se ha convertido en una farsa. Una farsa en aras del
entreguismo, sin maquillaje, que Peña hace de una nación que se soñó
soberana, convertido su territorio en cementerio y sus habitantes, no
asesinados todavía, en esclavos a modo del que paga y manda.
Y quién sabe ni siquiera si den cuenta los traidores mafiosos que,
apoderados del poder, han llevado a un país que se supo libre el 18 de
marzo de 1938, a dos siglos atrás de su historia. Quién sabe si se den
cuenta esos traidores de que ellos son los primeros esclavos, incluso,
de su falta de inteligencia.
Para qué exhibirse, Osorio Chong y Mondragón, como represores a modo de
la entrega de la nación mexicana. Para qué enviar a los infiltrados.
Dejando “la policía”, que ellos comandan, que en cada esquina del
zócalo, desde la mañana del trece, se encontraba custodiando las
entradas, entrar a los que disfrazados de “anarcos” con los galones de
gasolina, a generar el desmadre vengativo, de una bajeza sin
calificativo, aunque fuera contra los últimos maestros que ya se
retiraban de la plancha del zócalo despejándola para el show televisivo
de ayer por la noche.
El lado vengativo de Peña ni Vlad Dracul lo alcanza. Pero la mediocridad
de sus seguidores es también despreciable. A final de cuentas, ese otro
impresentable al menos tenía, ante sí mismo, la justificación cuando
empalaba a sus víctimas de que lo que hacía, lo hacía para impedir la
entrada en Occidente de los que no eran cristianos.
Lo vengativo de Peña es espeluznante, como lo es la cumplida venganza
por parte de Osorio Chong, ejecutada por Mondragón, quien se sabe,
también, un traidor y quien sabe que desde el 1 de diciembre se exhibió
como tal y quien sabe que nunca más va a generar ni el menor de los
respetos. Luego de haber logrado obtener tanto respeto, como director de
la policía del Distrito Federal, que, incluso AMLO lo había invitado,
antes de que Peña, para su mal lo cooptara, a ocupar el mismo puesto
que, sin duda, por otros derroteros, aunque el gobierno de AMLO fuera
otro fracaso, se habría desarrollado.
Peña es un individuo espeluznante. Un sujeto acomplejado, decidido a
tomar lo peor de Díaz Ordaz y de Echeverría, de Salinas, Zedillo, Fox y
Calderón para desahogar su fracaso contra un pueblo que, aunque
comprado, al PRI, le dio la bienvenida.
La sociedad no tendrá vergüenza si no apaga los televisores para salir a
la calle poniéndose las pilas y entendiendo que lo que los maestros nos
han enseñado estos días es que nos jugamos, a una última carta, el
futuro de México.
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