¡¡Exijamos lo Imposible!!
Proceso
¿Qué quieren los maestros?
MÉXICO, D.F. (Proceso).- A Claudio X. y su grupo de empresarios
formados en escuelas privadas de alto nivel, no se les ocurrió
preguntárselos, cuando articularon su plan para la educación en México,
hace ya dos años.
Tampoco a Televisa, cuando adoptó el plan,
documentó en el documental De panzazo qué fallidos eran nuestros
maestros de escuelas públicas, y propagó la urgencia de una reforma
educativa. Y tampoco al nuevo gobierno de Enrique Peña Nieto, cuando
decidió convertir la reforma en ley.
Y cuando la líder del
sindicato mayoritario de maestros protestó contra la reforma, tampoco se
le escuchó: se le encarceló por desviación de dineros, se colocó en su
lugar al señor que le firmaba los cheques de los desvíos, un señor
amenazado de cárcel, y por tanto irremediablemente dócil, y se procedió a
llevar la reforma al Congreso, donde de nuevo nadie les preguntó a los
maestros qué querían ellos.
Como si los maestros fuesen peones, chalanes, caballerangos, correveidiles, mozos.
Y
sin embargo, no lo son, los maestros son maestros, y para que la
reforma educativa descienda a las aulas y a nuestros niños, será a
través de los maestros o no será. Todavía más, la terquedad del gobierno
en no tomarlos en cuenta, y la andanada de insultos con que los
comunicadores los han cubierto –nacos, salvajes, irresponsables,
revoltosos, radicales, burros, ratas, chacales– amenazan con obstruir la
reforma completamente.
Lo que fue una resistencia de los maestros
de Oaxaca a principio de año hoy se ha convertido en una resistencia en
26 estados de los 32 de la República. Lo que fue una resistencia de la
CNTE se está volviendo también la resistencia de maestros que con justa
razón consideran que el SNTE es hoy un sindicato del todo sometido.
Bueno
pues, ¿qué quieren los maestros que protestan contra la reforma? Me lo
responde su vocero Francisco Bravo en una prosa que no es la de un naco
ni un salvaje. Sobria, precisa, y sólo por momentos deformada en el
eufemismo.
Quieren echar atrás la reforma educativa. Sí, como sus
antagonistas dicen, porque les parece injusto perder sus plazas por
reprobar evaluaciones, pero (como no dicen sus antagonistas) porque las
insuficiencias de los maestros que reprueben también son responsabilidad
de la Secretaría de Educación, que no los ha preparado adecuadamente ni
los trata como a profesionales valiosos, dándoles salarios de hambre: 3
mil pesos gana una maestra rural, 6 mil 500 un maestro urbano.
Le
hago notar al maestro Bravo que la nueva ley ya se modificó para que
ningún maestro, repruebe o no las evaluaciones, sea despedido, una
solución que al menos a quien esto escribe le parece que deja irresuelto
todo, la calidad de los maestros tanto como su explotación. Pero no nos
detenemos en ello porque por desgracia esa cuestión ya no es el centro
de la revuelta de la CNTE. Su vocero me narra la otra mitad de la
historia.
Tan luego la CNTE organizaba la disidencia, la
Secretaría de Gobernación les ofreció que los maestros participaran en
mesas de consulta en todo el país. Lo hicieron y en el proceso
acumularon propuestas concretas. No propuestas administrativas, sino de
contendido de la educación.
Tal vez, como a quien escribe le
parece, eran demasiadas las propuestas y demasiado dispersas, y el
amplio documento que las recoge, imposible de aplicar en lo inmediato.
En todo caso la dificultad de su aplicación nunca entró siquiera en
consideración: cuando la ley se presentó en el Congreso ninguna de las
propuestas de los maestros había sido incluida.
Los capotearon. Los engañaron. Los desdeñaron. Francisco Bravo lo pone en un eufemismo: administraron el conflicto.
Por
eso vinieron a la capital del país, con su exigencia inicial ahora
sostenida por la rabia que les provocó el orgullo herido. Quieren echar
atrás la reforma educativa ya votada y quieren participar en crear una
nueva reforma más amplia, que no sólo los afecte a ellos sino que
modifique a la Secretaría de Educación.
El presidente de México
tiene poder de veto a la reforma y por ello en la capital marcharon a
Los Pinos para pedírselo. Ahí salieron de la casa presidencial un par de
funcionarios de bajo rango y los atendieron. A Francisco Bravo no le
resulta accidental la topografía del encuentro, sino calculada como otra
bofetada de desprecio: sucedió en una esquina del patio de Los Pinos,
detrás de unos caballos.
Como también parece ser un cálculo para
ofenderlos y satanizarlos el operativo del día siguiente, en que se les
desalojó de la plancha del Zócalo. Los maestros estaban formando un
consenso para retirarse por propia voluntad, para no irritar más a los
ciudadanos de la capital, y dejar que sucedieran en el Zócalo las
fiestas patrias, cuando se les vinieron encima los policías, los
helicópteros, las tanquetas de agua, y los barrieron, mientras los
comunicadores exaltaban por la radio y la televisión “la perfecta
operación de desalojo”.
El gobierno debe entender la paradoja. No
puede exigir a los maestros obediencia ciega y tratarlos a punta de
desdenes y de tanquetas de agua, como si se tratara de la relación entre
hacendados y peones, o entre burgueses y mozos, porque si eso fueran
los maestros, peones o mozos, no quisiéramos que fueran los maestros de
nuestros niños.
Y los comunicadores deberían guardar los
diccionarios de insultos clasistas, y comunicar. Preguntar y preguntar,
mostrar hechos y más hechos. Nada más. Nada menos.
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