¡¡Exijamos lo Imposible!!
Proceso
Peña Nieto, héroe nacional
MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- Rodeado por la microscópica élite
propietaria del país, Enrique Peña Nieto ofreció una valiosa lección:
“Las minorías deben respetar la democracia, a sus instituciones y las
libertades de todos”.
El candidato que conquistó la presidencia
mediante propaganda encubierta, despilfarros millonarios y reparto a
mansalva de tarjetas de despensa entre población hambrienta, se erigió
el día de su primer informe como el guardián de la legalidad.
¡Qué
tranquilo lucía!, ¡Con qué decisión puso un alto a los maestros de la
CNTE!, ¡Cuántos mensajes entrelíneas envió a sus críticos!, ¡Cuán
cercano es al pueblo!, lo ovacionaban desde el sótano de su dignidad los
locutores en turno. Debe ser un reto mayúsculo para su miserable
creatividad hablar por interminables minutos de las cualidades del
presidente.
Los zalameros beneficiarios del presupuesto, herederos
de padres no menos zalameros y familias no menos zalameras, se
acercaron con febril excitación para obtener una palmada, una sonrisa,
un abrazo del gran transformador de México. Representantes de la banca,
líderes de sindicatos charros, escritores millonarios elevados al rango
de intelectual supremo, afamados vendepatrias, juniors borrachines
dueños de partidos políticos… Toda la amplia, compleja y diversa
sociedad mexicana estábamos representados en ese acto soberano.
Frente
a quienes palomearon el Fobaproa, los fraudes electorales del 88 y
2006, la reforma laboral que convirtió a este país en una gigante
maquiladora y los responsables de que la televisión pública sea un
fétido repetidor de clichés, el presidente presumió que cada vez hay más
delincuentes en la cárcel: 65 de los 122 criminales más buscados;
entretanto, aplaudían Joaquín Gamboa, Diego Fernández de Cevallos,
Emilio Azcárraga, Alfredo del Mazo, Carlos Hank Rhon , Carlos Romero
Deschamps…
Peña Nieto demostró que no sólo ha leído un extracto de
la Biblia y La Silla del águila de Enrique Krauze, sino que también
seguramente se ha tomado el tiempo de revisar la obra de Paulo Coelho:
“Nadie conquistará la cumbre por nosotros. Nosotros somos quienes
tenemos que recorrer el camino hasta la cima, colaborando en equipo y
con la camiseta de México bien puesta”.
Algo de motivación le
habrá heredado a su correligionario y antecesor Carlos Salinas de
Gortari, quien durante su primer informe de gobierno también inyectó
esperanza a la nación: “Sin confianza en nosotros mismos no hay
posibilidad de salir de los problemas”.
El informe se reprodujo un
lunes por la mañana, mientras el país entero comenzaba una semana más
de jornada laboral. Nadie, salvo la clase política, los periodistas y
uno que otro ciudadano bienintencionado le prestó atención al vetusto
ritual del Día de Presidente. En cambio, los medios de comunicación
saturaron sus contenidos de valiosa información al respecto: a quién
saludó Peña de manera más efusiva, a quien sólo de reojo, ¡con qué vigor
entonó su discurso! ¡Qué bien se vistió su esposa!
Para que no
haya duda del correcto rumbo que lleva el país desde que Peña Nieto tomó
sus riendas, al día siguiente los diarios dedicaron planas enteras a
publicar manchas de tinta con cada uno de sus logros: mil y tantos
millones destinados a infraestructura, computadoras, mega watts, gas
natural, créditos, combatir el cambio climático, inversión extranjera,
competitividad, carreteras, escuelas, desnutrición, cruzada contra el
hambre. Etcétera infinito. Al lado del de las despilfarradoras cifras,
los desplegados de gobernantes, senadores, partidos políticos y empresas
embriagadas de felicidad por lo bien que van las cosas y lo agradecidos
que están con el señor presidente.
El acto se repetirá cinco años
consecutivos. En el ínterin, los propagandistas no se cansarán de
elevar al mandatario a rango de dios terrenal y héroe de la patria al
rey sexenal. No cometerá yerros, salvo, tal vez, mostrar debilidad para
aniquilar a sus críticos. Si algo sale mal será culpa de los revoltosos
que boicotean la transformación de México.
Al finalizar el
sexenio, con lágrimas en los ojos, los beneficiarios del bondadoso rey
lo despedirán nostálgicos, como aplaudieron sin parar las palabras del
último informe de José López Portillo: “He combatido la corrupción hasta
llegar al escándalo. No me arrepiento. La catarsis actual es el
resultado”.
Después, el rey dejará la banda presidencial y se
exiliará en alguna paradisíaca ciudad de primer mundo, para que llegue
su sucesor, seguramente mucho más genial, patriótico y decidido que él.
www.juanpabloproal.com
Twitter @juanpabloproal
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