domingo, 20 de enero de 2013

A cien años de José Guadalupe Posada

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Cuando el talento vale más que el sepulcro

El 20 de enero de 1913, en su casa de la Ciudad de México y sin un solo centavo, uno de los más reconocidos artistas en la historia de México pasaba al más allá para encontrarse cara a cara con la figura que inmortalizó a través de sus trazos: La Calavera Garbancera, quien posteriormente sería rebautizada por Diego Rivera como “La Catrina”.

Se les llamaba garbanceros a los indígenas que querían ser como los españoles, es decir, aquellos que despreciaban su nacionalidad; una situación que siempre criticó José Guadalupe Posada, nacido en Aguascalientes el 2 de febrero de 1852.

Posada fue sin duda uno de los mejores artistas que ha tenido nuestro país. Tenía un talento innato que desarrolló durante su juventud dibujando para periódicos o revistas ilustradas como “El Ahuizote” o “El Padre Cobos”, entre otros. Sus caricaturas reflejaban la situación política, cultural y social del México a finales del siglo XIX, lo cual, en ocasiones, le traía consecuencias como la represión y la crítica severa.

La obra de Posada (estimada en más de 20,000 dibujos y grabados) influyó poderosamente en el arte mexicano del siglo XX. En sus últimas décadas, se dedicó a darle vida, con trazos perfectamente condensados en el papel, a innumerables calaveras y esqueletos (además de personajes famosos o completamente anónimos), ya que consideró que en México siempre se ha tenido una estrecha relación con la muerte, incluso después de la conquista por los españoles.

Popularizó la caricatura con personajes esqueléticos para satirizar la vida cotidiana de los mexicanos, comunes y corrientes o famosos y polémicos. Y a pesar de trabajar duro en varias publicaciones y de haber fundado una imprenta desde la que publicaba “literatura popular” ilustrada para la clase baja, Posada se quedó solo y pobre como vino al mundo.

A las nueve de la mañana del 20 de enero de 1913, un mes antes de que la Decena Trágica acabara con la vida del revolucionario Francisco I. Madero y la situación política y social mexicana volviera a dar un gran giro, José Guadalupe Posada murió víctima de enteritis aguda en el pequeño cuartito que tenía en una vecindad del barrio de Tepito.

Tenía tan sólo 61 años y por la tarde sus restos fueron llevados al Panteón de Dolores y depositados en una tumba austera, indigna de un excelente grabador y dibujante.

Tristemente, durante los siguientes siete años, nadie reclamó sus restos, así que estos fueron exhumados y trasladados a la fosa común, lugar donde depositaban los restos de personas desconocidas y olvidadas.

Lo único que quedó del gran José Guadalupe Posada fue el recuerdo plasmado en tinta y papel.

Hoy, a casi cien años de ese acontecimiento, un grupo de investigadores dirigidos por el historiador Agustín Sánchez González y la arquitecta Ethel Herrera, tiene la intención de localizar los restos de Posada para rendirle un homenaje póstumo, acompañado de una exposición en el Panteón de Dolores.

Durante el gobierno de Felipe Calderón, se había presentado a la Secretaría de Gobernación la propuesta de que Posada fuera incluido en la Rotonda de las Personas Ilustres, sin embargo, con el reciente cambio de administración, dicha petición parece olvidada.

No obstante, las instituciones culturales ya celebran la vida y obra del artista. En diferentes estados de la República, los museos exhiben parte de la extensa obra en diversas exposiciones, siendo una de las más relevantes la de la Ciudad de México, localizada en la Casa de la Primera Imprenta de América, que exhibe 40 grabados de Posada y está abierta a todo el público amante del arte tradicional mexicano y consciente de que en ocasiones el talento vale más que el sepulcro.

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