Editorial
2012
Entre festividades y crímenes iniciamos un nuevo año. Que si bien para algunos traerá esperanzas de paz; otros lo ven como con recelo debido a los malos augurios que se esperan por el deterioro ecológico que presagia sequias e inundaciones que repercutirán directamente sobre la producción de alimentos.
Y otros más lo esperarán con la convicción de que los estudios matemáticos de los mayas sobre el movimiento de los Planetas, traigan en verdad una nueva Era.
Pues las amenazas de guerra entre los EEUU e Irán con que terminamos el 2011, y que afortunadamente se desvanecieron al recular la Casa Blanca, pues habían hecho que la atención del mundo entero se pusiera en el Estrecho de Ormuz.
Un mundo, cabe decirlo, inentendible y absurdo que pelea y asesina por dinero; cuando dinero es lo que sobra.
Baste con recordar que la aberrante guerra para invadir Irak les costó a los norteamericanos 800 mil millones de dólares.
Que repartidos entre los 7 mil millones de personas que sobre-poblamos este hermoso Planeta que nos sirve de hogar a todos, bastarían para que nadie muriera de hambre, ni careciera de servicios médicos y educación.
Hermoso Planeta al que, dicho sea de paso, destruimos de la manera más inconsciente que puede haber. Sin que aún podamos entender, gracias a las estúpidas religiones, que todas nuestras acciones traen y traerán consigo consecuencias que, en este caso, serán igual de terribles al daño que le hemos hecho a La Madre Tierra.
Y aunque el fin de la civilización se viene advirtiendo desde hace Siglos (si es que a esta vorágine de estulticia se le puede llamar civilización) pareciera que nunca hemos estado tan al borde del desastre como lo estamos ahora.
No obstante, es igualmente cierto, que lo que para algunos podrá ser una tragedia el tener que cambiar de forma de vida, para otros puede ser la oportunidad de encontrar la paz.
Una paz, que en esta Era de vergonzante idolatría en la que todo se lo hemos encomendado a los “dioses”, no hemos conocido ni por asomo.
Sin soslayar que a esos mismos dioses los hemos responsabilizado de lo que sucede, a tal grado que según algunos, ellos, sus patéticos dioses, les han indicado hacer la guerra; lo que es verdaderamente de orates.
Pero como para que el mundo cambie tenemos primeramente que cambiar individualmente todos nosotros, pues de otra manera no podría entenderse un cambio, bueno es recordar las palabras del inmortal Pitágoras, cuando sentenció que “Todos somos el resultado de lo que hemos comido”.
Lo que nos lleva a la lógica deducción, de que si queremos ser de otra manera, tendremos que comer de otra manera.
Todo está en que lo llevemos a cabo; y tal vez se pueda cumplir otra de las sentencias del mismo ilustre Sabio de Samos: “Si tú vez por tu madre, tu madre verá por ti”.
Solo hay que recordar (que no aceptar, pues quien no lo acepte ha perdido la capacidad de razonar) que la Madre de todos los seres que poblamos en Planeta, es precisamente La Tierra.
Y otros más lo esperarán con la convicción de que los estudios matemáticos de los mayas sobre el movimiento de los Planetas, traigan en verdad una nueva Era.
Pues las amenazas de guerra entre los EEUU e Irán con que terminamos el 2011, y que afortunadamente se desvanecieron al recular la Casa Blanca, pues habían hecho que la atención del mundo entero se pusiera en el Estrecho de Ormuz.
Un mundo, cabe decirlo, inentendible y absurdo que pelea y asesina por dinero; cuando dinero es lo que sobra.
Baste con recordar que la aberrante guerra para invadir Irak les costó a los norteamericanos 800 mil millones de dólares.
Que repartidos entre los 7 mil millones de personas que sobre-poblamos este hermoso Planeta que nos sirve de hogar a todos, bastarían para que nadie muriera de hambre, ni careciera de servicios médicos y educación.
Hermoso Planeta al que, dicho sea de paso, destruimos de la manera más inconsciente que puede haber. Sin que aún podamos entender, gracias a las estúpidas religiones, que todas nuestras acciones traen y traerán consigo consecuencias que, en este caso, serán igual de terribles al daño que le hemos hecho a La Madre Tierra.
Y aunque el fin de la civilización se viene advirtiendo desde hace Siglos (si es que a esta vorágine de estulticia se le puede llamar civilización) pareciera que nunca hemos estado tan al borde del desastre como lo estamos ahora.
No obstante, es igualmente cierto, que lo que para algunos podrá ser una tragedia el tener que cambiar de forma de vida, para otros puede ser la oportunidad de encontrar la paz.
Una paz, que en esta Era de vergonzante idolatría en la que todo se lo hemos encomendado a los “dioses”, no hemos conocido ni por asomo.
Sin soslayar que a esos mismos dioses los hemos responsabilizado de lo que sucede, a tal grado que según algunos, ellos, sus patéticos dioses, les han indicado hacer la guerra; lo que es verdaderamente de orates.
Pero como para que el mundo cambie tenemos primeramente que cambiar individualmente todos nosotros, pues de otra manera no podría entenderse un cambio, bueno es recordar las palabras del inmortal Pitágoras, cuando sentenció que “Todos somos el resultado de lo que hemos comido”.
Lo que nos lleva a la lógica deducción, de que si queremos ser de otra manera, tendremos que comer de otra manera.
Todo está en que lo llevemos a cabo; y tal vez se pueda cumplir otra de las sentencias del mismo ilustre Sabio de Samos: “Si tú vez por tu madre, tu madre verá por ti”.
Solo hay que recordar (que no aceptar, pues quien no lo acepte ha perdido la capacidad de razonar) que la Madre de todos los seres que poblamos en Planeta, es precisamente La Tierra.
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