Álvaro Cepeda Neri
La duda cartesiana consiste en “dudar de todo, en un proceso que
llevado a sus últimas consecuencias supone un genio maligno que se
propone engañar al hombre, pero que no duda del sujeto que piensa, para
deducir lo de pienso luego existo” (nos ilustra José Ferrater Mora,
autor del Diccionario de filosofía). Y sin duda alguna, el
Partido Revolucionario Institucional (PRI) tiene en las próximas
elecciones presidenciales su última oportunidad; tras vivir horas extras
después de dos sexenios en los que, gracias a los malos gobiernos del
Partido Acción Nacional, la alternancia se quedó en un intento fallido y
la anhelada transición, “para resolver con más democracia los problemas
(de nuestra) democracia”, no se pudo realizar.
Más ahora que los priístas del ala más antigua, con Carlos Salinas
de Gortari (que asesora a Enrique Peña Nieto), el Grupo Atlacomulco
(Arturo Montiel, Emilio Chuayffet, Francisco Paco Rojas, los dos
Del Mazo y el círculo de Luis Videgaray Caso, David Korenfeld… ¡el
corruptísimo David López Gutiérrez!, Gerardo Ruiz, Héctor Velasco,
Enrique Miranda, Roberto Badilla, Liébano Sáenz, su prima Marcela
Velasco, Carolina Monroy, etcétera), se apoderaron de la candidatura
única y regresaron a su PRI como partido casi único.
Tras seis años de campaña en Televisa, visitas a las entidades con (des)gobernadores
priístas, entrevistas en radio y publicidad pagada en revistas y
periódicos, con encuestas “arregladas” por la misma Televisa y por
maniobras de Liébano Sáenz, Peña Nieto se posicionó al grado de que,
desde hace dos años actúa como presidente disputándole espacios al mismo
Felipe Calderón. Y logró, por la “unidad” del partido –en lugar de
buscar la unión– apuntarse como precandidato de su PRI y de inmediato
las circunstancias lo pusieron a prueba. Se quiso hacer el listo y llegó a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, para… ¡presentar su libraco, que le escribieron!
Ahí los reporteros abrieron fuego con sus preguntas. Ya sin apuntador y sin advertencia de sus asesores, se hizo bolas con un libro de Carlos Fuentes que le adjudicó a Enrique Krauze. Su ignorancia y falta de tablas fue evidente. Sin aplomo y sin saber cómo salir del atolladero,
se exhibió como un torpe. E inició una serie de errores; no supo el
monto del salario mínimo ni el precio de un kilo de tortillas. Fue de tropiezo en tropiezo.
Y para escapar del fracaso, contestó: “No soy la señora de la casa”,
haciendo gala de su machismo e ignorancia de lo más elemental de la
política económica. Su jefe de comunicación –que gastó millones de pesos
en publicidad y sobornos a la prensa–, como en la letra de la canción,
estaba tan ausente, que le entonaron lo de “no estaba muerto, andaba de
parranda”.
A sólo dos meses como precandidato único, Peña ya perdió
credibilidad. La defenestración del presidente del PRI, Humberto
Moreira, por sospecha de corrupción donde andan bailando más de
30 mil millones de pesos que endeudaron a los coahuilenses, y heredarle
la gubernatura a su hermano Rubén, lo ha desgastado políticamente. La
defensa de su hija (Paulina Peña Pretelini) pendejeando a sus críticos, las réplicas de sus priístas para taparle sus errores y la estúpida seudoargumentación de que lo criticaban porque “soy el puntero”, lo ha hecho perder respeto y ser el hazmerreír de la política, blanco favorito
de los caricaturistas y sometido a una implacable crítica en los
análisis. En algunos de éstos piden su renuncia y un relevo en la
candidatura del PRI. Ya Peña perdió toda consideración. Y motiva entre
sus adversarios en círculos políticos y en la opinión pública, burlas,
compasión… y pena ajena en no pocos priístas de su propia facción.
Desde que empezó a soltar la lengua ha perdido popularidad. Calladito, como lo presenta Televisa, se veía bonito (¿es verdad que tiene cáncer de próstata?). Y mientras no se salió del guión y llevó en su oreja el apuntador, parecía al menos tener sex appeal para que su coro de mujeres contratadas le gritaran: “¡Papacito… papacito!”. Vive Peña una capitis deminutio
–se traduce literalmente: disminución de derecho– debido a que ya se
sabe (como el rey que iba desnudo, creyendo que llevaba atuendo) que no tiene nada en la cabeza de chorlito. Y que sus asesores y ayudantes para nada sirven, en cuanto le escarbaron superficialmente.
Esto indica que su PRI va a la derrota, sobre todo cuando tenga que debatir con sus adversarios. Peña es un cabeza hueca. No un político. Ni siquiera un burócrata o un tecnócrata. Es apenas un figurín
y su PRI, con todo y al recurrir recurriendo a las “cargadas”
manipuladas, podría ser derrotado en las urnas. No porque los candidatos
del Partido Acción Nacional y de la Revolución Democrática sean
mejores, sino porque Peña es peor que ellos. Lo ha demostrado no
solamente por sus enredos literarios dándoselas de “leido y escribido”, sino porque no está al tanto de la realidad nacional. Es de los que “no están atentos hasta del crecimiento de la hierba”.
Como presumieron, el PRI de Peña no las tiene todas consigo;
y al faltar seis meses para el proceso electoral, ya se
autodesacreditó. Sólo le quedan sus poses de galán, de bonito, con su
copete para aparentar más altura física (es chapito y anoréxico,
con trajes cortados en Nueva York) pero pequeño políticamente. Quedó
expuesto a que le falten al respeto, mientras una de sus hijas llama
“prole” y pendejos a los tuiteros que han criticado sus
declaraciones y respuestas. Y no se diga que es un político, un
administrador (menos un abogado) cuando la estela de corrupción,
el mal gobierno, el consentimiento a los feminicidios (la muerte de su
esposa Mónica Pretelini sigue en duda), el encubrimiento del homicidio
de la niña Paulette Gebara Farah, la masacre de Atenco, las inundaciones
por seis años debido a la falta de previsión, negligencia y su importamadrismo
lo pintan como un individuo que ni siquiera sirve para presidente
municipal… ¡mucho menos para candidato (único) a la Presidencia de la
República!
*Periodista
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