¡¡Exijamos lo Imposible!!
Por Esto!
Etica y patrimonios
Francisco Rodríguez
Indice Político
Es
cierto. Sólo en un país como el nuestro puede ser noticia de ocho
columnas el hecho de que los principales dirigentes políticos den a
conocer —con fanfarrias y escenografía ad hoc— qué tienen y a cuánto
ascienden sus bienes. Obedece a la maldita costumbre de la mayoría de
los políticos, sin excepción de partidos, que asaltan los cargos
públicos sólo con la finalidad de enriquecerse.
Vean cuánto tengo al llegar, pero no me pregunten cuánto me llevo al salir.
Antes que desterrar sospechas, tales actos publicitarios confirman malicias.
Conocer que el secretario fulano es dueño de grandes extensiones de
territorio y que la secretara mengana renta el lugar donde vive es
insustancial a la postre. Y es que todos maliciamos que ambos dejarán
sus cargos con más, mucho más de aquello con lo que llegaron a
ocuparlos.
Y no, no se trata de la acumulación de sueldos y demás emolumentos
equiparables a los de los administradores públicos de Estados Unidos –y
que, claro, también son insultantes en un país donde el salario mínimo
apenas rebasa los 5 dólares diarios—, sino de las muchas posibilidades
de hacer negocios “en lo oscurito” vía el tráfico de influencias, la
discrecionalidad al concursar obras o asignarlas directamente, y la de
entregar permisos y concesiones, entre muchas, muchísimas otras.
Acabamos de ver todo esto tras el desastroso y calamitoso paso de los panistas en la Administración Federal.
Los Fox, que vendían quesos, ella, y él pedía prestado hasta para la
compra en el súper, se fueron de Los Pinos con los bolsillos repletos.
Casi igual pasó con los Calderón. Él vivía de lo que ella percibía como
representante en la ALDF, y hoy las cuentas bancarias de ambos están de
lo más nutridas.
Todo ello, amén de que los contribuyentes seguiremos manteniendo con holgura a los Fox y Calderón hasta que mueran.
Nueva moral pública
Y no, no debería ser nota principal de los medios el hecho de que los
dirigentes públicos declaren sus patrimonios personales y familiares. Lo
es porque vivimos, además de todo, una crisis de moral pública. Porque,
además, si algo define a la moralidad mexicana es su ignorancia del
sentido de lo público.
Hasta hace relativamente poco los valores éticos reconocidos en México
se circunscribían a ser un buen católico –al “modo” de cada quién—, al
honor familiar y a la defensa de verdades surgidas del confesionario. En
la high society que adornaba las planas “de sociales” de los periódicos
de la segunda mitad del siglo anterior, se mostraban los ejemplos a
seguir: un poco de integrismo también católico en materia sexual,
caciquismo en lo económico y, por supuesto, distinción social.
Todos ellos meros valores privados que desdeñaban o de plano ignoraban el bien de la comunidad.
Y ha sido en esa cerrada alcoba que se incubaron la moderna corrupción
administrativa, la malicia de los ciudadanos de a pie y la maña de los
grupos dominantes, tanto políticos, como económicos y financieros,
siempre tentados a considerar al Estado como su propio rancho o
hacienda.
Esta idea patrimonialista de la política se atribuye a Lenin, pero acaba
siendo igual a la de Kant, ilustre ideólogo de la burguesía, cuando
decía que sólo los propietarios podían votar; o a la de la clásica
derecha española, que votaba por hectáreas. Cuando la política es cosa
de unos pocos, el Estado acaba siendo el feudo de una minoría.
Por eso es que, más allá de los publicitados eventos en los que los
responsables de la res pública presentan sus declaraciones patrimoniales
–amañadas o no— por lo que se debe pugnar es por el convencimiento
generalizado de una nueva moral que, para empezar, aclare a los
administradores públicos que la Nación no es de su propiedad.
Tal representa una lucha verdaderamente fenomenal. Se trata de cambiar
patrones. De no festejar el regalo de un par de carísimas zapatillas en
las redes sociales o, ahí mismo, de la fiesta que emula a otra que hasta
llegó a convertirse en película o de la foto, con la novia al lado, en
el avión privado a supervisar las obras en los terrenos recién
adquiridos en un balneario internacional por papi que es gobernador de
una empobrecida entidad federativa.
Pensar que ello puede desterrarse de la noche a la mañana es utópico.
Pero hay que empezar ya. Y pronto, ¿no cree usted?
Índice Flamígero: El Poeta del Nopal, don Alfredo Álvarez Barrón, nos
regala hoy este epigrama, a propósito de la anunciada Comisión Nacional
Anticorrupción: “Con mayor pena que gloria, / como en un acto de fe, /
el PRI pierde la memoria / ¡y se da un tiro en el pie!”.
www.indicepolitico.com / pacorodriguez@journalist.com
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