Editorial
Del holocausto yanqui.
Sin detenerse mucho a meditar del por qué el pueblo judío ha sido históricamente repudiado en varias ocasiones, de tal suerte que desde los tiempos babilónicos no son pocos los Estados que los han expulsado de sus territorios.
Ciertamente que por medio de una constante campaña en los medios de comunicación, pues no hay semana en que no aparezcan nuevos estudios y testimonios que muestran a Adolfo Hitler como un auténtico monstruo genocida, han logrado que se les considere como víctimas de un brutal acto conocido como el holocausto.
Cuando han habido genocidios todavía más brutales; como el cometido por los españoles y su religión (judía, por cierto, pues según esto Jesús es de esa raza) o el que cometió Josué, el lugarteniente de Moisés que invadió Jericó a sangre y fuego. Por poner solo dos ejemplos.
Hoy los norteamericanos quieren también hacerse las víctimas (su personal holocausto) y de una manera que podría considerarse como morbosa, han hecho que hasta en la sopa se repita la espectacular desgracia de Las Torres Gemelas.
Y sin que de ninguna manera se minimice la brutalidad del premeditado acto que cobró la vida de tantos inocentes y enlutó la vida de miles de familias; no puede pasarse por alto, que, si verdaderamente fue llevado a cabo por criminales con diferente ideología, tal vez lo merecieran.
Sobre todo si se toma en cuenta lo que ellos, los norteamericanos, les han hecho a otros, como lo que les hicieron a los japoneses en Hiroshima y Nagasaki, por citar solo un ejemplo de los muchos que han cometido.
Pero no son pocas las voces que dicen, y más las que piensan y están convencidas de que el criminal acto fue llevado a cabo por ellos mismos.
Es decir, que fue un auto-atentado que utilizaron como pretexto para apoderarse del petróleo de Irak.
Pero seguramente, gracias a que la Historia la escribe siempre el vencedor, el hecho pasará como que fueron víctimas de un terrorismo, del que, dicho sea de paso, ellos son los principales promotores.
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