domingo, 11 de septiembre de 2011

¡¡Que viva por siempre Salvador Allende!!

¡¡Exijamos lo Imposible!!
Salvador Allende
Armando Hart Dávalos

Correo desde la Isla de la Dignidad

Cúmplense hoy, día 11, un aniversario más de su muerte ocurrida en el momento del golpe de Estado fascista en Chile. Fecha de dolor y, a la vez, de dramáticas e imperecederas lecciones. Nadie ha logrado que se olvide lo sucedido entonces, por el contrario, los años transcurridos han agigantado el ejemplo heroico del Presidente constitucional de Chile, caído defendiendo consecuentemente los principios que caracterizaron toda su vida política y revelado con más fuerza aún el carácter de la tragedia ocurrida.

Tuve el privilegio de conocer y tratar al Presidente Allende. Un hombre culto, afable, generoso, comunicativo, convencido con pasión e inteligencia de la certeza de sus ideas, era un generador infatigable de iniciativas a favor de su pueblo y un apasionado defensor de Latinoamérica; se sentía patriota de nuestra América. Y estos valores venían en él nutridos por la pasión generada a favor de la justicia universal y la capacidad intelectual para promover ideas y la decisión de trabajar por ellas y hacerlas triunfar.

Nadie fue más fiel defensor del ideal democrático que Salvador Allende. Se convirtió en el ejemplo más destacado de estos valores en el siglo XX. Asimismo el Presidente tenía los dos elementos esenciales que nos distinguen como seres humanos: la inteligencia y el amor.

Aquellos que en los últimos 50 años han venido hablando con hipocresía y cinismo de democracia en el mundo, alentaron y organizaron este atentado criminal a la constitucionalidad jurídica chilena y mostraron la verdadera entraña antidemocrática y dictatorial de sus pasiones y ambiciones. Decían que el socialismo era incompatible con la democracia y fueron precisamente ellos quienes destruyeron la democracia de aquel pueblo; afirmaban que los revolucionarios estábamos siempre contra los principios del derecho y fueron ellos quienes destruyeron el orden jurídico constitucional en dicho país. A su vez, el ejemplo de Salvador Allende muestra cómo un socialista consecuente es el mejor defensor de los ideales democráticos y de los principios jurídicos en que se inspiran los pueblos de nuestra América.

Nos acusan a los socialistas de violentar el orden legal constitucional y, repito, fueron ellos quienes lo destruyeron el 11 de septiembre de 1973 en aquel país que tenía una amplia y profunda tradición cultural, la Constitución y las leyes. Hicieron lo mismo en Guatemala en la década del 50 con el gobierno de Jacobo Arbenz, algo similar ocurrió en Cuba en 1952 con el golpe de Estado de Fulgencio Batista, en vísperas de unas elecciones en que iba a triunfar un partido con fuerte arraigo popular. Pisotearon la Constitución de 1940, sólo que en nuestro país la respuesta fue, en nombre de la ley y de los derechos ciudadanos, promover la revolución que se inició con el ataque al cuartel Moncada en 1953 y culminó en enero de 1959 con la victoria popular y en abril de 1961 proclamó su carácter socialista. Aprendan definitivamente, señores del imperio, la lección.

Permítaseme recordar una anécdota que me ocurrió en Santiago de Chile, en 1971, en ocasión de la visita a ese país del compañero Fidel. En una pequeña habitación de nuestra embajada en Santiago conversaban con Fidel un grupo de dirigentes de la izquierda chilena. Ellos querían medidas más radicales que las que estaba promoviendo Salvador Allende, e incluso le formulaban determinadas críticas, ante aquellas posiciones Fidel les planteó lo siguiente: “Amigos, ustedes aquí conocen mucho de doctrina revolucionaria, nosotros, en el Caribe somos un poco más prácticos, quiero decirles con ello que aquí en Chile tenemos que apoyar a Salvador Allende, porque aquí la Revolución la hace Allende o no la hace nadie”. Decía esto Fidel para mostrarle la necesidad de la más estrecha unidad en torno al Presidente. A tantos años de aquellos dramáticos acontecimientos, esta verdad se sigue revelando con toda su crudeza y obliga a un examen cuidadoso de la historia transcurrida a la luz de los principios encaminados a fortalecer la más estrecha unión de nuestros pueblos.

El Presidente mártir fue absolutamente consecuente con sus principios, y representó el ideal de un programa socialista por vías legales e institucionales. En Europa lo más valioso del pensamiento socialista del siglo XX, fue conducido a la derrota y a la claudicación. En cambio Allende, desde el Nuevo Mundo, llevó el ideal utópico que conduce a la liberación del hombre y al triunfo de la justicia a escala universal hasta sus últimas consecuencias, y entregó su vida a favor de la utopía del hombre.

Cuando en este nuevo milenio tiene lugar la más profunda crisis de la civilización clasista, el programa de Allende se convierte en un valor irrenunciable para encontrar los caminos concretos a favor de nuestra liberación. Emociona recordar que el entonces Senador y luego Presidente se trasladó a la frontera de Chile con Bolivia para recibir y proteger a los últimos combatientes de la guerrilla del Che que tuvieron que salir del país tras la tragedia de Quebrada del Yuro.

Era Chile el país latinoamericano donde más alto desarrollo alcanzó el llamado pluripartidismo, era el sistema político de la más elevada democracia burguesa latinoamericana, y entró en crisis porque la aplicación consecuente y honesta de un programa social radical es incompatible con el régimen económico vigente que tenía a su disposición su recurso preferido: las fuerzas armadas y la violencia fascista. No debemos olvidar que la enseñanza de su martirologio mostró la crisis del sistema democrático burgués, y su ineficacia para mantener una legalidad que responda a los intereses de las grandes mayorías. Se comprobó dramáticamente que cuando los intereses creados aprecian que las vías legales pueden conducir a un cambio radical, apelan a violentar todo el sistema jurídico. De esta forma, con el sacrificio de su vida, Allende alcanzó la más alta dignidad de la ley y la democracia sobre fundamentos populares, que es lo que necesita América. La defendió en su martirologio escribiendo una página de decoro en la historia del derecho.

La tragedia y el crimen contra la democracia chilena y latinoamericana que se visualiza en la fatídica fecha del 11 de septiembre de 1973, de un lado, y en los hechos terroristas contra ciudades norteamericanas de igual fecha del 2001, tiene una carga inmensa de lecciones para los pueblos de Bolívar y Martí, y también para la patria de Lincoln y de Jefferson. Expresan la necesidad de que nos unamos en la lucha contra el terrorismo y contra el fascismo que, como lo demuestra lo que sucedió en Chile, es la expresión más grave del terrorismo.

De una punta a la otra del hemisferio occidental hacemos desde estas páginas de POR ESTO!, un llamamiento al combate contra el terrorismo y el fascismo. Esto sólo será eficaz con un amplio movimiento de ideas y sentimientos, fundados en los principios de los derechos humanos y en los valores éticos de lo que se llamó democracia occidental. Y si queremos rescatar para la posteridad estos valores, hay que combatir a partir de sus mejores expresiones culturales estos graves males: la ilegalidad y la complacencia criminal contra los fascistas y los terroristas, que es decir algo muy similar.

Basta ya de una política divisionista y de complicidad con los criminales ajena a las más nobles aspiraciones de la humanidad y de su cultura. Exhortemos a un combate contra estos flagelos, sobre los fundamentos de una cultura profunda y, para hacerlo, situemos como su principal categoría a la justicia. Hagamos realidad el mandato martiano de convertir el respeto a la dignidad plena del hombre en ley primera de nuestras repúblicas.

A casi cuatro décadas de su caída en el Palacio de la Moneda, defendiendo el orden constitucional que él representaba, la figura de Salvador Allende suscita el respeto más profundo y la admiración emocionada de todos los hombres y mujeres honestos del planeta, porque supo ser consecuente hasta el último momento de su vida con los ideales a los que dedicó todo su talento político, su fe inconmovible en el futuro de Chile y de América Latina.

Esto es lo que representa ante nosotros el presidente Allende, cuyo martirologio se levanta hoy ante las presentes y futuras generaciones como un ejemplo de dignidad y decoro imperecedero.

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