Ciudad Perdida
Un fracaso monumental
El ridículo de René
Preocupación priísta
Un ejemplo palpable se dio este fin de semana, para ser precisos el sábado, en el Monumento a la Revolución. Allí, el ídolo de las encuestas, Enrique Peña Nieto, no logró juntar más allá de 3 mil o 3 mil 500 seguidores del Distrito Federal. No más, confiesan los mismos priístas, que miraron con preocupación que el jalón, eso que se ha dado en llamar el efecto Peña Nieto, en esta ciudad nomás no pega.
Se pueden ofrecer mil pretextos para minimizar el tamaño del fracaso, pero la verdad es que ni con las prácticas priísta más conocidas –el acarreo, la torta y el refresco– se pudo congregar a un número por demás significativo de seguidores.
El acto por sí solo no era tan importante. El senador René Arce, rechazado por PRI, ahora arrumbado en el Partido Verde, se presentó a informar
sobre sus actividades, cosa que a muy pocos o a nadie podía importar, pero con la esperanza frustrada de que Peña lo ungiera candidato a la jefatura de Gobierno, se expuso al ridículo.
El platillo fuerte, lo que parecía trascendente, era la presentación, en una plaza de la importancia del Monumento a la Revolución, del político que recién había acudido a dar el sí a sus visibles patrocinadores.
Nadie esperaba que Peña Nieto lanzara en ese acto alguna idea trascendente para la vida del país. Si no lo hizo en seis años en el estado de México, no tenía por qué hacerlo aquí. Eso pudo ser un factor importante para que la gente no acudiera, pero lo malo es que no fueron ni siquiera por morbo.
Alrededor de la edificación histórica, la gente pasaba, miraba y seguía su camino sin dar la importancia que se le brinda a cualquiera de las estrellas
del firmamento al que él pertenece. El desaire acusó en Marcelo Ebrard tal ánimo, que pasó el guante por la cara del mexiquense y lo retó a un debate de ideas y hechos. Reto al que no responderá el ex gobernador, por razones ya conocidas.
Un poco en tono de excusa, alguno de los militantes, que se confesaba agraviado por la escasa asistencia, advertía que Enrique Peña Nieto había caído en un engaño, porque, según cuenta, Arce prometió que sus miles de seguidores –más de 10 mil, dicen– estarían presentes y jubilosos por el encuentro con el ahora precandidato presidencial del PRI.
La realidad fue otra, el desaire monumental, cosa que por otra parte no desvió a Peña Nieto del segundo propósito que lo llevó al lugar: declarar a Beatriz Paredes su candidata a la jefatura de Gobierno de la capital del país.
El retrato de lo que allí pasó preocupó mucho más de lo que se ha comentado a los militantes de ese partido. Ni estaban los seguidores del senador, ni existió el jalón del ex gobernador, ni el PRI pudo mostrar el músculo que algunos pensaron que enseñaría. El acto fue un fracaso.
Y es que, en contraste, poco antes la misma plaza se había llenado –también hubo acarreo– de muchos miles de defeños interesados en escuchar los programas de educación como medida, como muro y remedio contra la delincuencia y la violencia. Las diferencias fueron enormes.
Mal cálculo, pues, para los priístas, que pretendieron opacar el acto del Gobierno del Distrito Federal y exhibieron, al final, una gran pobreza de seguidores, cuando menos en lo que respecta a la ciudad de México. Ya vendrán otros actos, nuevos acarreos, y quizá hasta el éxito. Por lo pronto, en el debut del más agraciado por las encuestas –podríamos calificarlo así–, el gozo se fue al pozo. Ni modo.
De pasadita
Ahora resulta que Manlio Fabio Beltrones y Marcelo Ebrard proponen para el país un gobierno chilaquil, donde, todos revueltos, las élites políticas mantengan el poder. La reunión de M y M sólo sugiere que en sus respectivos flancos hay debilidades insalvables, y desde luego muy poco respeto por la gente. Y lo peor, se confirma que a fin de cuentas unos y otros son lo mismo. Piensan igual, actúan igual y podrían dejarnos igual. Nada nuevo, pues.
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