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Notas de la semana
Carlos Monsiváis
¿Existirá una crisis indocumentada?
11 enero 2009
Carlos Monsiváis
¿Existirá una crisis indocumentada?
11 enero 2009
“Venimos huyendo de identificarnos todo el día con nuestra Identidad”
La crisis y sus interminables consecuencias (entre ellas, la decisión del gobierno mexicano de “salvar” al país cada tres meses, con promesas pagaderas en la eternidad) obligan a la revisión intensa de las certidumbres que, como sea, habían manejado el (también en crisis) imaginario colectivo. Ahora, cuando todo se verifica a la luz del empleo o del desempleo, ¿cómo declarar intocadas las creencias en la solidaridad, la lealtad de familia y de pueblo, los hábitos mentales de las comunidades fronterizas de uno y otro lados? ¿Qué nueva selección de las tradiciones mexicanas está en discusión? ¿De cuántos hábitos regionales se responsabiliza una persona?
En medio de la disminución de remesas, más preguntas: ¿qué saberes acumulados le sirven o le convienen a los que todavía, en número no necesariamente disminuido, acuden a la frontera norte al tanto de las humillaciones, las frágiles esperanzas de acomodo, las tribulaciones del tránsito al otro lado, la sucesión de encantos y desencantos?
¿Qué conocimientos de la era de la crisis le son indispensables a los migrantes y a los que esperan serlo sin moverse de su sitio, a los “indocumentados” en su país? ¿Qué se prefiere: arraigar en el desempleo de los lugares de origen o lanzarse a la border? ¿Cómo se vive en las colonias populares de la frontera norte la conciencia de los cerros (arquitectura incluida), y cuál es la diferencia entre una colonia popular y un gueto? ¿Cuáles son las nuevas reglas de juego de la sociedad anglo? ¿Qué ha quedado de la movilidad social ahora tan desbaratada en grandes sectores de Estados Unidos? ¿La esperanza muere o nace al último?
* * *
A los riesgos extremados de una sociedad racista y de una flagrante carencia de documentos, el conteo de cadáveres de inmigrantes transforma el concepto y las realidades de la frontera, porque aún no se sabe si los trabajos van a alcanzar para los nativos y si la mano de los migrantes seguirá siendo indispensable.
De acuerdo: las sociedades arraigan en su laboriosidad, su poder financiero, industrial y comercial, y su desarrollo educativo y cultural, pero en una crisis como la que empieza, que no se había conocido en 80 años, los migrantes deberán ponerse al día de las circunstancias del otro mercado de trabajo, de la otra zona de las jerarquías de la vida y de la muerte. Allí interviene el narcotráfico, que vigoriza sus ritos protoapocalípticos y sus diarias ejecuciones, los asesinatos de jefes policiacos y ahora de empresarios, los levantones como el juicio sumario de la desaparición, el miedo en que se vive porque el azar (con armas de alto poder) no discrimina, las anécdotas que constituyen la pequeña historia o, en el caso de algunas ciudades, la historia a secas. El fenómeno del narco, al enturbiar al límite la idea de la frontera, le da un filo determinista a la crisis.
El narcotráfico es la presencia de lo fatal en una sociedad habituada a jugar con los permisos y hendeduras del determinismo. Allí están el Ejército en las calles, el sonido de las ambulancias, el rumor de las conversaciones que es el estrépito de los temores, las notas televisivas que devuelven a la sociedad a otro de sus cauces formativos: la nota roja. Además, al adquirir el desempleo rangos paroxísticos, para muchos o para los suficientes (en una sociedad de masas, ¿quién determina lo suficiente?), el narco es un empleador obstinado; claro que la vida que ya de por sí no valía nada ahora no encuentra zonas de remate, pero nada se puede contra el torbellino del rencor y el resentimiento.
Muy probablemente sea verdad, aunque de modo aún no precisado, eso de que el narco es un Estado dentro del Estado; de lo que sí no hay duda es de su carácter de versión monstruosa del espíritu trágico. En la desesperación cualquier suicidio es bueno, y más si, por razones del oficio, al “suicidio” (incorporarse a organizaciones que garantizan la muerte a plazo fijo) lo antecede la obligación de asesinar. De todas las catástrofes que se abaten sobre el país, el narcotráfico es la más devastadora; y en el origen de sus legiones jamás deben eliminarse el desempleo y las sensaciones de marginalidad (las élites del narcotráfico responden a su manera a los mecanismos usuales en las empresas del neoliberalismo).
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