Calderón en Acapulco
Por Federico Arreola
Por Federico Arreola
Ignoro en qué hotel o casa o condominio están pasando las vacaciones de fin de año el señor Felipe Calderón y su familia. Lo único que sé, porque lo he leído en algún portal de noticias, es que ellos decidieron visitar Acapulco. El que lo anunció fue el gobernador perredista (uno de los chuchos, desde luego) Zeferino Torreblanca. El acólito de Jesús Ortega se sentía inmensamente feliz por el hecho de que, esta vez, le tocó ser el anfitrión de tan señalados huéspedes. Señalados, sobre todo, porque el jefe de la familia se robó las elecciones presidenciales de 2006.
Supongo que por ahí andará, además de doña Margarita y los hijos de la segunda pareja panista que reside en Los Pinos, alguno de los cuñados. Tal vez Juan Ignacio Zavala o inclusive hasta el hermano próspero de éste, Hildebrando. Sí, el de los multimillonarios contratos de sistemas computacionales con el gobierno. Dicen en Wall Street y en las Islas Caimán que, en México, sólo hay algo mejor que el sexo: el peculado. Pues entonces qué placentera existencia ha tenido don Hildebrando.
El caso es que Calderón anda ahí, en la contaminada, sucia, peligrosa y dominada por la mafia bahía de Acapulco. Él, de seguro, pensará que han trabajado tanto que se merece un descanso. ¿Calderón trabaja de verdad? No lo creo. Él no llegó a Los Pinos para cumplir con la dura obligación de gobernar bien y para todos. Llegó para disfrutar la dicha inicua de saberse en el poder. Ahora bien, ¿tiene poder Calderón? Para algunas cosas, sí. Para favorecer a dos o tres empresarios, para reprimir a ciertos grupos sociales y para subirse al avión presidencial y pasear por el mundo de cumbre en cumbre dejando, invariablemente, por los suelos el nombre de México. Pero el poder verdadero, el que se necesita para combatir a las mafias, el que hace falta para poner orden en la economía, ese poder Calderón nomás no lo ha encontrado. Ni lo encontrará porque una condición para empezar a buscarlo es tener legitimidad. Y Calderón simplemente no la tiene.
¿Afecta al país que Calderón vacacione en Acapulco? Para nada. A los mexicanos nos da exactamente lo mismo que Calderón pierda el tiempo en las playas de Guerrero o que lo pierda en Los Pinos. Da exactamente igual. Calderón hasta podría irse el resto del sexenio a sucesivas terapias de sueño en spas del Himalaya, de los Alpes y los Andes, y el gobierno de México seguiría exactamente como está: mal estructurado, sin planes, sin proyectos, sin obras, sin resultados, rebasado por la inflación y el desempleo y derrotado por el narcotráfico. Es que, para todo fin práctico, no hay presidente oficial en México.
Contamos, es verdad, con un presidente legítimo, Andrés Manuel López Obrador, quien desde la oposición, sin recursos y rodeado de enemigos, hace lo que puede, que es bastante, para evitar que el caos termine de apoderarse de la nación. Pero a pesar de lo mucho que trabaja y de sus extraordinariamente positivos resultados, López Obrador no tiene posibilidades de poner orden en el país. Le faltan los instrumentos del gobierno formal. Éstos los tiene Calderón. No sabe cómo usarlos, pero de momento le pertenecen. Cuando ha intentado hacer cosas, ha complicado la situación mexicana. Ahí está la guerra contra el narco. Calderón, consciente de que tenía un ejército y de que podía jugar con él a su antojo, lo lanzó a tontas y a locas a librar numerosos combates imposibles de ganar. Carajo, el ejército no está para pelearse con unos pistoleros forrados de dinero. Esto lo debió haber hecho la policía, pero como la de Calderón está infiltrada por el narco…
Qué desastre. Mejor sería que Calderón ya no intentara hacer nada. Porque no sabe manejar proyectos complejos. Mejor sería que siguiera en Acapulco y que de ahí se diera una vuelta por Huatulco para luego volar a la Riviera Maya y después cruzar de nuevo al Pacífico hacia Puerto Vallarta y Los Cabos para de estas playas tomar curso directo y sin escalas a Las Vegas, de tal forma de agarrar ruta rumbo a Nueva York, que en cierto sentido es escala obligada antes de llegar a Londres o a París, que por lo que a mí respecta son paradas técnicas inevitables previas al trayecto hacia Tailandia para más tarde visitar la Patagonia y Australia y China y Japón.
Sí, lo mejor para el país es que Calderón siga de vacaciones. Cuando regrese, tendrá tiempo de bañarse, rasurarse, vestirse y hasta perfumarse para entregar la banda presidencial, ese símbolo que en ningún momento supo honrar simple y sencillamente porque nunca debió haber sido suyo.
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