Jorge Canto Alcocer
¿Llegará Peña a sentarse en la silla presidencial? Durante los cinco años precedentes, cualquiera que no diera una respuesta afirmativa a la pregunta hubiese sido considerado un orate, pero el día de hoy ni siquiera el priísta más fanatizado la responde con firmeza. Basta observar los rostros compungidos e iracundos de los corruptos Pedro Joaquín Coldwell y Jesús Murillo Karam cuando acuden a sus “ruedas de prensa” en las que no admiten preguntas y en unos cuantos minutos explotan en insultos y denuestos contra Andrés Manuel López Obrador y el pujante movimiento antiimposicionista. Ya ni hablemos del pobre de Luis Videgaray, al cual han guardado en el mismo sarcófago que a Peña tras haberse descubierto la famosa “cuentecita” de inconfesables manejos en el Scotiabank.
El proyecto de imposición del candidato descerebrado que impondría las reformas brutales –estructurales les llaman los oligarcas y sus gacetilleros pagados- para mantener los privilegios de la poderosa mafia ha fracasado rotundamente. Nadie en este país cree en el “transparente e impoluto” triunfo de Peña, ni en la “ejemplar jornada cívica”, ni mucho menos en las sandeces proferidas por los “periodistas” que un día sí y otro también se desgranan en elogios hacia las autoridades electorales y en ataques contra la resistencia. En esta ocasión, como afirma el movimiento #Yo soy 132, el fraude electoral ha sido la banderilla que terminó por despertar la conciencia de muchos, pero, sobre todo, ha llevado a la totalidad de los mexicanos a descreer del gobierno y sus instituciones.
El PRI y Peña –bueno es no perderlo de vista- son artículos desechables para la oligarquía. Son simples mascaradas, fantochadas, cascajos sin el menor valor intrínseco. Si finalmente dejan de ser útiles, serán descartados. Y ante las clarísimas evidencias de su ineptitud e impopularidad, la oligarquía ensaya nuevas estrategias para frenar al movimiento ciudadano y al político que amenazan su desmesurado poder.
No mostraron mucho ingenio. Aprovechando que la creciente irritación social se ha expresado contra los muchos actores del fraude electoral, los “brillantes” estrategas conservadores han recurrido ni más ni menos que a un expediente clásico para las dictadura y la antidemocracia: el autoatentado.
Las acciones contra sucursales de la cadena Soriana nos recuerdan el episodio histórico del incendio del Reichtag, el parlamento alemán de la época hitleriana, realizado por paramilitares al servicio del fascismo, pero del que fue responsabilizado el Partido Comunista, el mayor de la oposición. Tras una “investigación” fugaz e inverosímil, los líderes del Partido fueron declarados culpables y condenados a muerte. A consecuencias del hecho, el canciller Hitler disolvió el parlamento e instauró la dictadura que llevó al mundo a la guerra y la desolación.
Ahora, al unísono, todas las cámaras empresariales alzan la tea inquisitorial y exigen el castigo inmediato y ejemplar de Andrés Manuel y el movimiento antiimposicionista. Varios de los “periodistas” de las grandes cadenas han clamado también de un modo irracional y grotesco contra el candidato de la izquierda, y no ha faltado quien de plano urja a la autoridad a encarcelarlo. Los violentos gritan “al violento”, con un cinismo que no sorprende por su calidad, sino por su persistencia.
El “numerito” de los Sorianas no parece estar dando muchos resultados, toda vez que la fortaleza moral y el liderazgo civil de Andrés Manuel se refuerzan día con día. La noticia es buena, pero nos llama a mantenernos alertas ante los próximos pasos de una oligarquía que no está dispuesta a perder privilegios y negociazos. Por lo pronto, el “pobre” Peña sigue “escondido por los rincones, temeroso que alguien lo vea”, en actitud inexplicable para alguien con tanta “popularidad” y respaldado por 19 millones de votos. Hay que estar atentos, pues los neonazis intentarán un nuevo golpe y a la voz de ya, pues los tiempos electorales se están agotando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario