El Presidente, al ataque
Rolando Cordera
Apartir de una mala y
mal averiguada interpretación de la ley, el Presidente decidió hacer su
propio informe de fin de gobierno y enjundioso se encerró con
periodistas y afines para responder a un más que figurado interrogatorio
ciudadano. Desde el sofisma más elemental, Calderón quiso convencer al
ciudadano imaginario del momento (pace Fernando Escalante) de
que se había avanzado en el abatimiento de la pobreza, la reducción de
la desigualdad y nada menos que en desempeño económico, para no hablar
de su obsesión con la seguridad y el combate al crimen organizado.
El Presidente convoca a comparar, para de ahí reclamar la aprobación del respetable, pero no lo ha conseguido ni lo conseguirá proponiéndose como víctima propiciatoria de una supuesta partidocracia que sólo vive en la imaginación de las huestes de la mediocracia. En la actual circunstancia nacional, no se trata de repetir el juego del vaso medio lleno o medio vacío, ni de insistir en las virtudes de la paciencia del pueblo mexicano y su mítica solidaridad con los mandatarios en turno. De eso ha habido, y mucho, como ha habido ingenio en los pobres para sobrevivir, y hasta para hacerse de los bienes durables propios del disfrute
más que moderno.
Para esto han servido el contrabando y la piratería, junto con el crédito al consumo que, a la larga, hace el goce caro y más que doloroso. La carencia básica se disfraza pero la mala nutrición, por ejemplo, se traslada a la obesidad y la diabetes, lo que no impide a los ingeniosos redescubrir a las clases medias afluentes, en cuya sensatez y moderación encarnaría la eficacia del modelito económico, cuya vida útil se empeñan en alargar sólo sus principales beneficiarios.
Los indicadores son contundentes y soslayarlos, como hizo Calderón con las estimaciones del Coneval y otras agencias estatales responsables de la numerología básica, no hace sino contribuir a la confusión que suele ser la antesala de la ofuscación. Ni el salario ha crecido como se requiere, ni el empleo mejorado en calidad y seguridad. Más de la mitad de los trabajadores sufren la informalidad y la precariedad laboral, y nuestros jóvenes hacen del subempleo o la desocupación abierta una cultura del desperdicio y la redundancia. Así se quema con las horas el otrora celebrado bono demográfico y el país se vuelve impresentable por su debilidad fiscal, la depredación de su patrimonio y el regodeo de los privilegiados con su privilegio.
México se asoma a su relevo presidencial como un país con muchos pobres y una desigualdad injustificable económica y éticamente. Una nación desprotegida en lo fundamental y hasta en lo superfluo. A nadie puede gustarle este balance, pero este es nuestro real y actual estado de las muchas pérdidas y las pocas ganancias de la aventura mexicana con el neoliberalismo y la alternancia de la ineptitud que nos trajo hasta Fox y ahora al fin de fiesta de bravatas y amenazas por el que parece querer optar contumazmente el presidente Calderón…
Ese debe ser el doloroso punto de partida de la reflexión política nacional que acompañe a una sucesión que como pocas en nuestra historia debe responder a un contexto de exigencia ciudadana racional y reflexivo. Menos gritos y ningún sombrerazo es lo que urge para (sobre)vivir este año más que peligroso.
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