¡¡Exijamos lo Imposible!!
En la derecha está también su asesino María Teresa Jardí
¿Podrían encontrarse sus asesinos entre los torturados por ese homicida?, me pregunta alguien, nada más darse a conocer la noticia de la ejecución del general Arturo Acosta Chaparro. No, le respondo, sin dudarlo ni un segundo. No, porque, a diferencia de la derecha, los que creen en que las cosas pueden cambiar para bien de todos, tienen conciencia.
El deseo de venganza es inherente al ser humano ante la injusticia. Pero la conciencia no permite, pasado el tiempo, la venganza, que sí cobran los que no tienen una motivación de lucha política. Por eso nuestro mayor problema es el ejército paramilitar de asesinos creado por García Luna a modo de la limpia que en México el genocida Calderón continúa realizando, a pesar de los muchos llamados a la cordura incluso por la funestas consecuencias que a futuro tendrá su guerra de exterminio.
En lo que sabía sobre la extraña desaparición de Diego Fernández de Cevallos está la primera línea de investigación con relación a la ejecución de Acosta Chaparro llevada a cabo, según informan se informa al lado de la primera noticia sobre el hecho, por sicarios profesionales.
Línea que no será agotada, evidentemente. Aquí ya se sabe que la impunidad es la única certeza que nunca nos defrauda.
Pero en lo que sabía Acosta Chaparro del secuestro, autosecuestro, mensaje de la derecha a uno de sus miembros o lo que quiera que haya sido la extraña desaparición de ese también impresentable personaje representante de la sordidez a la que ha llegado en México la clase política, está, sin duda, una primera línea de investigación sobre la certera ejecución con la que le quitaron la vida a ese criminal, que, a fin de cuentas, murió como vivió, usando el gatillo para hacerle daño al otro.
En lo que sabía de la extraña desaparición de Diego Fernández de Cevallos, buscarían, si aquí la impunidad no fuera la regla, a los sicarios profesionales y obviamente paramilitares y muy probablemente integrantes del ejército parapoliciaco que el usurpador le ha permitido crear al también sanguinario criminal favorito del gafe, que “haiga sido como haiga sido”, es decir, usurpando, ha teñido de sangre al país.
De ese ejército de sicarios parapoliciaco-militar que encabeza García Luna, saldrán a cobrar venganza incluso de aquello en lo que los convirtieron quienes los crearon, los asesinos seriales, que los mexicanos vamos a tener que enfrentar en los próximos años.
En el ejército de hombres de negro, creado a modo, por ese otro impresentable, de la misma calaña que Acosta Chaparro, Genaro García Luna, pueden estar los asesinos del general de triste recuerdo para, de entre sus muchas víctimas, las pocas que continúan con vida. Ni un canto de duro de diferencia encontrará entre Acosta Chaparro y García Luna la historia cuando se escriba de forma verdadera y definitiva. Es evidente que es un ajuste de cuentas la ejecución de Acosta entre los miembros integrantes del narcoestado, en que hoy, merced al PAN, se encuentra convertido nuestro país.
Y a la pregunta contestada le sigue la pregunta de qué siento al conocer que acaban de ejecutar a Acosta Chaparro y me asombro al darme cuenta de que no siento nada de nada.
Cuando la muerte de Franco el sentimiento fue de alegría compartida. Al conocer la de Nazar una punzada de dolor despertó en mí la injusticia de saber que había muerto en su cama. Cada ejecutado despierta el dolor de esa vida perdida. Cada asesinada la rabia contenida por la impunidad que permite, con su encubrimiento, el aumento en las cifras. Cada “daño colateral” la ira desbordada por la absurda injusticia. Pero la ejecución de Acosta Chaparro no despierta nada. Y pienso que Acosta ya era la nada y me queda más claro que lo ejecutaron, es obvio, por lo que sabía de la clase política que, desde el PAN hoy, el país desgobierna.
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