¡¡Exijamos lo Imposible!!
Barbarie imperial, nuevo signo de decadencia
Jorge Canto Alcocer
La brutal violencia con la que el imperialismo norteamericano –enmarcado en esta ocasión en una intervención avalada por la ONU y operada por la OTAN- coronó sus inhumanas acciones en Libia es una nueva y grave manifestación de la decadencia del Orden Internacional conocido como mundo unipolar.
Desde su establecimiento en 1989, tras la caída del Muro de Berlín, el orden unipolar se ha caracterizado, de manera creciente, por su violencia extrema y el atropello de los derechos humanos, así como una sostenida agresión a los pueblos y las culturas diferentes al “american way of life”. Invasiones abiertas y operaciones encubiertas se han desarrollado en todos los ámbitos del globo, siendo cada vez mayor el cinismo con el que se pisotean los supuestos valores que se pretenden defender. Para el caso más reciente, la supuesta instauración de la democracia en uno de los países africanos con mayores índices de desarrollo y calidad de vida, la acción imperial provocó una auténtica hecatombe en una de las sociedades menos occidentalizadas, en la que la vida nómada aún predomina en grandes sectores de la población.
El cruel asesinato de Muammar Gadafi, operado por alguna de las bandas de las que el imperio se valió para eliminar a un régimen incómodo, es una lamentable muestra de los extremos de brutalidad que estamos viviendo, pero, por supuesto no es la única, ni siquiera la mayor. En la misma Libia se calcula que el genocidio realizado por los bombardeos de la OTAN y sus bandas quintacolumnistas ha cobrado varios miles de vidas hasta el momento, en un saldo que sigue creciendo a cada momento; pero los asesinatos indiscriminados se producen también en muchos otros lugares, incluso en nuestro sufrido México, toda vez que la “guerra” de Calderón no es sino otra más de las estrategias de control político de un poder internacional en franca descomposición.
Las milenarias protestas que los ciudadanos norteamericanos realizan día con día en Wall Street y en otros puntos simbólicos del imperio, así como en muchos otros países capitalistas tanto del mundo desarrollado como del mundo saqueado, son también indudables evidencias de la misma crisis. El Imperio se colapsa, y en su caída va arrastrando hasta las más mínimas consideraciones hacia valores universales como la vida humana, la libertad, la dignidad y el trabajo, en una catástrofe que, por su condición global, no tiene parangón en la historia.
Ni hombres prudentes como Obama parecen capaces de frenar el hundimiento imperial. Sus estrategias económicas por limitar la voracidad financiera de las oligarquías han sido inoperantes, lo mismo que sus supuestas intenciones por humanizar los sistemas internacionales e internos. Ante las actuales circunstancias, pareciera irrelevante si el inquilino de la Casa Blanca es un demócrata progresista –como el caso actual- o un fanático belicista, como los Bush. Para la humanidad, el resultado parece ser el mismo.
Como cualquier empresa humana, los imperios caen, se colapsan y desaparecen cuando son incapaces de lograr sus objetivos. Para el caso del imperio yanqui y del capitalismo en general, su hundimiento va parejo a la imposibilidad de garantizar para sus miembros los recursos materiales necesarios para su viabilidad en su específico marco cultural. Las voraces agresiones norteamericanas contra los países árabes, aunque enmascaradas por motivaciones culturales, en realidad obedecen a la ambición por acaparar los mayores recursos posibles para responder a las crecientes demandas de una población consumista y alienada de los valores humanos.
Las hordas de Atila vapulearon el orgullo romano, en las estepas rusas se pulverizaron las esperanzas napoleónicas, el heroísmo soviético aplastó los milenarios sueños de Hitler. ¿Serán los desiertos asiáticos y africanos el némesis del imperio que se imagina como el más poderoso de todos los tiempos?
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