La verdadera revelación a The new York Times
La entrevista que concedió Felipe Calderón al diario norteamericano The New York Times en días pasados, y que enredó al gobierno federal al intentar corregir y desdecir al Presidente, es mucho más reveladora de lo que se cree.
Calderón desnuda, entre líneas, sus omisiones, debilidades, verdades a medias y obsesiones. Aunque también, ¿por qué no decirlo?, sus aciertos, sobre todo cuando critica a Estados Unidos.
En sus primeras respuestas, Calderón nos deja ver que declaró la guerra al narcotráfico sin conocer el problema. Cuando el periodista le preguntó si para él había sido una sorpresa la gravedad de la corrupción que había en los estados, municipios y policías locales, el entrevistado contestó: “…se tenía muy poca información…” “Ni en México ni en Estados Unidos, estoy seguro, había la información suficiente del grado de profundidad o de la penetración de los grupos criminales en cuerpos policiacos…”
El primer mandatario evitó contestar la pregunta de si México es hoy más seguro que cuando comenzó su sexenio, lo que confirma que Calderón lanzó al ejército y a la policía federal a las calles sin una estrategia, y sin medir, evidentemente, las consecuencias.
Cuando el periódico lo cuestiona sobre las razones por las cuales el gobierno mexicano no ha logrado bajar los niveles de violencia de manera más rápida, el Presidente sigue sin poder dar argumentos contundentes y coloca sobre la mesa las partes de una serie de acciones aisladas y desarticuladas.
Aun y cuando dedica más de cincuenta por ciento de la entrevista a hablar —de manera reiterativa— del uso de la fuerza, de la exitosa aprehensión de una serie de líderes criminales, de las pruebas de confianza a policías, jueces y ministerios públicos con la intención de tener un sistema de seguridad de primer mundo, sigue sin tener respuesta la pregunta de por qué no ha descendido la violencia en el país.
A mitad de la plática, Calderón se dio cuenta de que el resultado de la entrevista le iba a resultar adverso. No había podido demostrar que su lucha contra el crimen estaba resultando todo un éxito. Así que volteó a ver al PRI y lo acusó de negociar con el narcotráfico.
Evidentemente, el mensaje tenía dos destinatarios: el electorado mexicano, pero también y, sobre todo, el gobierno de Estados Unidos.
El objetivo era claro: hacer ver a otros —a los priístas— como responsables de su propio fracaso y decirle al poder político y económico norteamericano: ¿quiere que un partido coludido con el crimen organizado regrese al poder?
La acusación de Calderón resultó ser un dechado de audacia, irresponsabilidad e ilegalidad. En otro país, el presidente estaría obligado a demostrar sus acusaciones o a dejar el cargo.
La entrevista de The New York Times encendió las alarmas en el PRI y debería encenderlas también —si no lo ha hecho— en el Instituto Federal Electoral y el Tribunal Federal Electoral.
Las declaraciones de Calderón no sólo son un claro aviso de que quiere hacer del 2012 una elección de Estado —al estilo Fox—, sino que intervendría para hacer ganar a su candidato, aunque el Instituto Federal Electoral y su actual presidente, Leonardo Valdés Zurita —como sucedió con Luis Carlos Ugalde—, queden destruidos para siempre.
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