La Patria y el sexo
Héctor de Mauleón
En 1925 comenzó a circular en México un billete de cinco pesos que exhibía las facciones, singularmente hermosas, de una joven gitana. A menos de un mes de la expedición del billete, se descubrió que aquella belleza de ojos rasgados era amante del secretario de Hacienda, Alberto J. Pani: lo que los mexicanos llevaban en la cartera era, en realidad, el homenaje que el ministro había rendido a una actriz de teatro de revista llamada Gloria Faure.
A pesar de que el descubrimiento puso en llamas a la Cámara de Diputados, el gobierno se mantuvo hermético ante las críticas, e hizo correr, de modo extraoficial, la versión de que el presidente Calles “no quería eunucos en su gabinete” (la Gitana circuló durante medio siglo).
En 1959 se creó la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos, encargada de editar y distribuir libros de primaria. Desde 1962, la portada de estos libros mostró la representación más clásica de la Patria: una mujer de belleza indígena, envuelta en la albura de una túnica que dejaba adivinar, apenas, el nacimiento de los pechos.
Aquella edición, de la que en una década se tiraron 400 millones de ejemplares, pasó por las manos de al menos diez generaciones de niños mexicanos. Nadie nos dijo nunca que aquellas portadas eran, en el fondo, el homenaje que el artista Jorge González Camarena había rendido a las potencias sexuales de la modelo: una joven tlaxcalteca de 19 años, llamada Victoria Dorantes, a la que el pintor plasmó frenéticamente en cuadros, tintas, estudios, murales. (Mucho después se supo que, agotada la pasión, Victoria Dorantes murió consumida por el alcoholismo.)
En 1987, la aparición de un libro reveló que las sinuosas formas de la Diana Cazadora se inspiraron en el contorno opulento de una secretaria de Petroleos Mexicanos (Pemex) cuya sola vista, allá por los años 40, estuvo a punto de provocar un infarto al extasiado escultor Olaguíbel.
Las estatuas están vivas: corren historias de fuego en las representaciones que forman la iconografía mexicana.
Tras el terremoto de 1957, en el que cayó el Ángel de la Independencia, los encargados de la restauración se preguntaron quién habría sido la modelo en la que se había basado Enrique Alciati para crear “la irrepetible y portentosa Victoria Alada”.
El 14 de septiembre de 1957, el periódico La Prensa develó un misterio que había permanecido oculto durante casi medio siglo.
La modelo había sido una modesta costurera, a la que el escultor Alciati conoció en 1903 en un salón de baile. Se llamaba Ernesta Robles Poso. En tiempos del temblor tenía 77 años: durante medio siglo había caminado en silencio bajo el Ángel, mirándose a sí misma presidir la ciudad, mirándose a sí misma, bañada en oro, allá en los cielos.
A través de su afición al baile, Ernesta Robles trabó conocimiento con un grupo de artistas y bohemios porfirianos. Don Porfirio acababa de colocar la primera piedra de la columna, cuando el escultor César Volpi la descubrió. ¿Qué miró en ella? Probablemente, algo cercano a la inmortalidad.
Apoyada en recortes de periódico y algunas fotografías, Ernesta relató su historia a los reporteros: “Fui con mi amigo (Volpi) a los talleres de Alciati en la calle de Monserrat y después de que el propio Alciati me hizo saber que ese monumento representaba a nuestra Independencia, a nuestra mexicanidad, acepté con la condición de que únicamente aportaría mi rostro y mis piernas”.
El padre de la costurera acababa de morir. Ella debía hacerse cargo de su madre, de sus dos hijos, de sus cuatro hermanos. Alciati le ofreció una paga de tres pesos diarios. “Ya no encontró más oposición en mí. ¡Tres pesos en aquel tiempo eran muy valiosos!”, dijo Ernesta.
Carlos Martínez Assad asegura que, debido a la opresión moral de la época, el escultor se vio obligado a conseguir otra modelo que aceptara desnudarse “de la cintura para arriba” (de ésta, sólo se sabe que se llamó María).
Ernesta Robles accedió, sin embargo, a posar para las cuatro figuras femeninas que se hallan sentadas en los extremos del monumento: la guerra, la paz, la ley, la justicia.
De la joven de 23 años de cuya figura surgió el máximo emblema de esta ciudad, sólo se sabe que terminó sus días en la colonia Portales. Hago un repaso de esta nota.
Encuentro llamas alrededor de una actriz de teatro, de una muchacha alcohólica, de una secretaria y de una costurera. Cuando miramos algo, ¿qué es en realidad lo que miramos?
Twitter: @hdemauleon
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