¡¡Exijamos lo Imposible!!
Exacerbado entreguismo
Julio Pimentel Ramírez
No cabe duda que en temas fundamentales para el presente y futuro de la nación mexicana, al menos como proyecto soberano, las cúpulas del PRI y del PAN así como representantes de la oligarquía –es ocioso añadir el calificativo “nacional” pues este selecto grupo que domina la economía no tiene patria- coinciden y desde particulares trincheras negocian para ponerse de acuerdo y sacar adelante sus ambiciones e intereses comunes.
En los últimos días hemos sido testigos de una andanada de declaraciones en torno al tema de los energéticos, en especial el petróleo, que van desde la afirmación de Felipe Calderón que califica de “exacerbado nacionalismo” la posición de quienes desde un auténtico nacionalismo se pronuncian por mantener a Petróleos Mexicanos en poder del Estado, modernizándolo y poniéndolo al servicio del desarrollo social; hasta las palabras de Enrique Peña Nieto que hace un llamado a la “valentía y la audacia” para abrir –aún más- las puertas de Pemex a la iniciativa privada.
Pero no fueron los únicos que mostraron su ansiedad por acelerar el proceso privatizador de Pemex, que se inició hace ya varios años y que permite ya la presencia voraz de grandes capitales a través de los llamados contratos incentivados, también destaca otro personaje del salinismo neoliberal: el “sudoroso” Guillermo Ortiz, quien ahora desde un alto puesto de dirección en Banorte llama a “destetar” las finanzas públicas de los ingresos petroleros al tiempo que se atraen capitales privados a la paraestatal.
Todos ellos, entre otros, aducen que Pemex necesita capitales privados para modernizarse y superar los rezagos tecnológicos y la baja productividad que la aqueja. Reiteran que los únicos capaces de sacar a petróleos Mexicanos de la quiebra técnica en que se encuentra son los corporativos transnacionales, mexicanos y extranjeros, que aportarían dinero, tecnología y experiencia.
Cabe un paréntesis para subrayar que la propuesta del ex presidente brasileño, luiz Inácio Lula Da Silva, de que México debe mirar hacia el Sur y asociar a Pemex con Petrobras cae en terreno infértil pues nuestros liberales son estructural y mentalmente dependientes de las transnacionales estadounidenses y europeas, de las que reciben jugosos favores.
Si analizamos con detenimiento no se sostiene la aseveración de que la paraestatal, fundada por Lázaro Cárdenas quien reivindicó para la nación la propiedad de sus recursos y puso en manos del Estado un instrumento que ha sido el principal sostén de la república, está en quiebra cuando Pemex aporta cerca de 40 por ciento del ingreso gubernamental, es decir que 40 centavos de cada peso lo aporta el petróleo.
En realidad el apetito voraz por apoderarse de la multicitada paraestatal –que durante décadas ha enriquecido a funcionarios y líderes sindicales y ha contribuido a que la alta burguesía parasitaria incremente su riqueza tanto al subvencionarles energéticos como al abrirles la posibilidad de eludir impuestos- es su alta rentabilidad a pesar del abandono al que ha sido sometida en los últimos treinta años.
De acuerdo con la información de la paraestatal (entregada a la Securities and Exchange Commission (SEC) de Estados Unidos sobre el estado que guardan sus finanzas, los cuales muy pocos mexicanos conocen, aunque sí, y en detalle, todos los que se pronuncian por la privatización), al cierre de 2010 el margen de ganancia de Pemex por barril petrolero de exportación fue de mil 395 por ciento con respecto a su costo total de producción.
Ese año el precio promedio de la mezcla mexicana fue de 72.33 dólares por barril, mientras el costo total de producción fue de 5.22 dólares. Un año antes, en 2009, tal margen fue un poco menor, si vale el término: mil 183 por ciento, resultante de un precio promedio de exportación de 57.4 dólares y un costo total de producción de 4.85 dólares por barril.
En 2010, la ganancia neta por barril exportado fue de 67.11 dólares, y de 52.55 dólares en 2009. Podría pensarse que lo anterior se debe al incremento en los precios internacionales del crudo, pero aún en las peores caídas en este renglón las ganancias han estado presentes.
Por ejemplo, el peor año del gobierno foxista en materia de precios petroleros internacionales fue 2001, cuando el barril mexicano de exportación promedió 18.57 dólares. Ese año el costo total promedio de extracción por barril fue de 3.34 dólares, de tal suerte que el margen de ganancia fue de 15.23 dólares, igual a 456 por ciento. Y para el gobierno de Ernesto Zedillo el año más complicado fue 1998, con un precio promedio de la mezcla mexicana de 10.77 dólares (el más bajo en una década) y un costo de extracción de 2.21 dólares, es decir, un margen favorable de 387 por ciento.
Estas cifras ayudan a entender de dónde nace la insistencia de Calderón, Peña Nieto, Guillermo Ortiz y demás fauna político-empresarial que exigen con “valentía y audacia” que se deje atrás el “exacerbado nacionalismo” y que se concluya la tarea de demoler uno de los últimos pilares que podría permitir, bajo un nuevo régimen político, emprender el camino del verdadero desarrollo nacional, soberano y justo.
Es motivo de orgullo que, a pesar de que han querido destruirnos, no lo han logrado ni lo lograrán. No sólo porque tenemos autoridad moral, sino porque las mujeres y los hombres que participamos en esta lucha, profesamos un profundo amor por nuestros semejantes y, más allá de alevosías y frente a todo tipo de adversidades, mantenemos la firme convicción de construir una sociedad más justa, más humana y más igualitaria
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